M. Alejandro Gaytán C.
Sentía el correr del tiempo en su última oportunidad, por eso debería de serenarse y volver a empezar, pues sus marcas anteriores estaban muy por debajo de lo necesario para hacer un buen papel.
Desde donde Mario estaba, no se escuchaban los gritos lejanos de su entrenador, quien para darse a entender, hacia distintos ademanes y señas con ambas manos.
-Ea… Mario… te toca.
En cuanto vio que se aproximaba su última participación, sintió un deseo inmenso de huir, de correr, escapar y olvidarse de la prueba; pero el recuerdo de Luisa y de la sugerencia hecha en su última carta, en la que le había prometido estar hoy presente en las tribunas del estadio y él, a cambio, señalar su presencia por medio de una medalla en su prueba; cualquiera, incluso de tercer lugar, le proporcionó el valor suficiente como para dirigirse otra vez hacia el campo.
Luisa lo había convencido de hacer hoy, en estas competencias atléticas, su máximo esfuerzo. Le hizo comprender que este desafío era una batalla por ella, por él mismo, y por todos los que luchaban, como ellos, simplemente por subsistir.
Junto a Mario pasó un hombre gigantesco con una cara triste y mirada compungida, ya que su mejor lanzamiento había estado muy por debajo de los punteros de la prueba.
Cuando fue su turno, Mario se quedó quieto, agachado, hasta concentrarse totalmente. El tiempo no le importó, duró así hasta que a los presentes se les hizo interminable.
De pronto corrió. Primero lo hizo lentamente… Amacizó el paso, levantó más las piernas en cada zancada; midió la distancia que lo separaba de la línea de marca. Llegó como acostumbraba a hacerlo, con el pie izquierdo. Al momento de saltar, los músculos de sus piernas y abdomen se contrajeron completamente y sintió como la vista se le volvía nebulosa.
El momento que pasó en el aire le pareció eterno. Movió ambas extremidades varias veces mientras surcaba el espacio; trató de ser consciente sobre la forma en que caería. No debía perder un sólo centímetro; por fin llegó a tierra; lo hizo como lo había entrenado por tanto tiempo.
La ovación fue instantánea; sin precisarlo, todo el mundo presentía que, por mucho, se había roto la marca.
No se alcanzaban a entender las palabras del entrenador. A lo lejos, sólo se veían sus gestos, sus ademanes; con ellos expresaba: ¡Bien, muy bien, has estado genial!
Los jueces homologaron su marca con el récord establecido en eventos anteriores. Se oyó la voz del locutor por el sonido del estadio:
-El competidor Mario Arango, ha impuesto un nuevo récord en estos eventos; además, se acerca a la plusmarca mundial: El registro establecido fue de……
No se logró escuchar la extensión que había tenido su salto largo, por el ruido ensordecedor del público. Luisa, en las tribunas, como era natural no gritaba; sólo se le veía aplaudir y llorar.
Mario tomó la toalla, se limpió el sudor. Tuvo necesidad de levantar los brazos para agradecer la ovación del estadio en pleno, lo hizo, pero sentía con mayor fuerza unas ganas inmensas por escapar de todo lo que acontecía a su alrededor.
Dos guapas y jóvenes mujeres se acercaron corriendo a donde se encontraba:
– ¿Nos das tu autógrafo?
Tomó el lápiz y la pluma que le ofrecían y estampó unos garabatos, acompañados por una firma incomprensible.
Cuando Mario se retiraba le dijeron a gritos:
-Gracias Mario, muchas gracias… ¿Vas a competir en otra prueba? O te podemos invitar a conocer la ciudad y a cenar…
Al mismo tiempo, un reportero con el micrófono en mano, corrió a entrevistarlo, trató de alcanzarlo y al no conseguirlo con voces fuertes le pidió unas palabras.
Mario continuó su camino sin atender las frases dirigidas a él.
Las muchachas se alejaron, cohibidas, desconcertadas; el periodista le gritó:
-Está bien que tu victoria fue excelente, pero ¿no se te hace muy pronto para que se te haya subido? Payaso… presumido.
Mario no volteó, siguió su camino rumbo a las tribunas. Iba a buscar a Luisa. Por su sordera no le afectaba la algarabía en las tribunas, lo único que sentía era, como Luisa, su felicidad.
Su victoria sólo era un paso más, en su enorme batalla, con todos los mal llamados sordomudos, en su necesidad de sobrevivir en un mundo hostil e indiferente.