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50 años de autogestión. Aporte a la formación profesional

Por José Víctor Arias Montes

EL AUTOGOBIERNO es una experiencia académica y pedagógica que emergió en abril de 1972 en la entonces Escuela Nacional de Arquitectura (ENA) de la UNAM. Su surgimiento fue producto de condiciones específicas relacionadas con los aspectos académicos, administrativos y político-ideológicos que vivió la ENA desde principios de la década de 1960 hasta aquel año, en que trató de mejorar las condiciones de su vida académica. Pero no solo su surgimiento se debió a las condiciones internas, también en ella confluyeron las circunstancias externas a la ENA y a la UNAM que se entretejieron con lo que sucedía en esos años y que alentaron a éste y a otros movimientos académicos a delinear con mayor detalle sus propuestas transformadoras; es decir, el espíritu de esa época alimentó a esas corrientes estudiantiles y magisteriales en su búsqueda por construir un mundo académico mejor y de mayor compromiso con los problemas sociales.

Los resultados a los que llegaron los movimientos en la UNAM y en otras instituciones de educación superior en el país, no fueron homogéneos ni se mantuvieron estáticos en el tiempo; por el contrario, todos experimentaron cambios de todo tipo, incluyendo su extinción.

Como experiencia académica, el Autogobierno planteó y experimentó una serie de acciones que seguramente no se pueden copiar o extrapolar al presente, pero hay otras que sin duda continúan vigentes y que han dado frutos positivos en la vida académica de la hoy Facultad de Arquitectura.

Actualmente, y después de 50 años, persisten en algunos de los talleres de la Licenciatura de Arquitectura y en el Programa de Maestría y Doctorado —en los campos de conocimiento de Investigación y Docencia y Análisis, Teoría e Historia—, ideas que mantienen vivo ese espíritu autogestionario y crítico sobre los procesos de enseñanza, aprendizaje e investigación de la arquitectura y el urbanismo. Muchas de esas ideas se han actualizado y adecuado a las circunstancias presentes, otras se han dejado de lado y, otras más, son productos novedosos de sus protagonistas.

En ese amplio marco, esta narración con diversas entregas pretendió exponer, interpretar y fijar, una postura respecto a lo sucedido a lo largo de esos años. Por lo mismo, difícil resultó estructurar la narración a partir de una selección de hechos históricos que, desde el punto de vista de quien los escribió, pueden enriquecer los relatos de la existencia histórica del Autogobierno. En toda esa dimensión interpretativa  concurren otras interpretaciones de esta experiencia autogestionaria, mismas que aportan incuestionables puntos de vista que seguramente enriquecen las actuales prácticas académicas que continúan orientando los cambios en la Facultad de Arquitectura de la UNAM.

La pregunta es obligada: ¿es necesario, para explicar el presente, estudiar el pasado? Nos parece que el presente no se puede explicar cabalmente si no conocemos por qué estamos así, de dónde provienen nuestros problemas y lo que se hizo o intentó para solucionarlos. De ahí que consideremos fundamental estudiar el pasado para aclararnos el presente y construir un futuro mucho más viable en función de nuestras circunstancias.

¿La situación actual de la Facultad amerita una revisión de su pasado? Cuando menos nos parece que hay que mantener vivo el espíritu crítico —que no destructivo— al revisar el presente y observar su desarrollo en el pasado más cercano. Lo mismo puede decirse del modelo pedagógico adoptado para el plan de estudios actual (2017) que no cumplió con las expectativas planteadas.

Respondiendo a esta última pregunta, diremos que en el momento actual no se retoman, con espíritu crítico y autocrítico, las experiencias pasadas para enfrentar dicha problemática. Por tanto, el Autogobierno es un referente, pero tampoco es el único en la historia de la Facultad.

La experiencia autogestiva, fruto de influencias diversas, es una de las aportaciones de mayor envergadura que dejó el Autogobierno. No debiera reducirse esa experiencia a la adopción de una estructura de autogobierno sino, fundamentalmente, llevarse al plano más elevado de la autogestión pedagógica; aquella que impulsa que los estudiantes sean los que determinen los conocimientos principales que se han de considerar para su formación profesional. Romper esos mitos que censuran y limitan  a los estudiantes para participar en esos procesos es negar en principio la posibilidad de que ellos tomen conciencia de su propio papel en su formación.

El primer congreso del Autogobierno, realizado en diciembre de 1975 para definir el Plan de Estudios de éste, fue una experiencia autogestiva que sobrepasó con mucho la idea tradicional de que los estudiantes no están capacitados para llevar a cabo tales definiciones. Lo que se mostró ahí fue que, en ciertas condiciones, los estudiantes son capaces de eso y más.

Efectivamente, en el presente, las condiciones no son las mismas de aquellos años; especialmente las derivadas de la presencia de una generación que vivió, plenamente o en partes, el Movimiento de 1968 y que supo o escuchó lo que sucedía en otras regiones de un mundo convulsionado estructuralmente. De ahí que sea válido recalcar que la toma de conciencia, como lo planteara José Revueltas, inicia por tomar conciencia de la realidad nacional que contextualizó esos años.

Pues sí, los años sesenta marcaron el principio del fin de muchas cosas, pero también grabaron el inicio de otras nunca antes vistas, como los procesos pauperizantes de millones de mexicanos que hoy se debaten en la extrema pobreza y que simplemente no podrán pagar los servicios de un arquitecto en sus condiciones actuales, ni contar con un espacio habitable que les permita vivir y reproducir su vida dignamente pues sus ingresos no alcanzarían para cubrir esas necesidades básicas, históricamente consideradas como necesidades humanas.

La reivindicación histórica, iniciada a inicios de la década de los años sesenta en la entonces Escuela Nacional de Arquitectura, respecto al conocimiento de la realidad nacional no fue una ocurrencia o capricho; fue resultado de las limitaciones de los distintos planes de estudio y de la programación de los ejercicios del taller de proyectos respecto a la formación de los arquitectos para insertarse en una realidad social que la ENA no contemplaba en los contenidos académicos. Súmese a estos datos, otros más, por ejemplo: los déficits de equipamientos o de servicios o las necesidades de diseño o rediseño de ciudades, poblados, colonias o barrios, y se tendrá un marco referencial amplio que no debiera ser marginado de los planes de estudio de arquitectura.

Los estudiantes, principales promotores de esta reivindicación insistieron, desde esos momentos, en que esa realidad debía considerarse como marco de su formación y su conocimiento parte de los contenidos académicos para el estudio de esa realidad. Ello conforma entonces el principio básico de la formación en el marco del compromiso social del universitario.

En la actualidad, se mantiene en los programas académicos ciertos apuntamientos para que esa realidad sea considerada en la formación profesional. Sin duda, es una aportación más de esa experiencia autogestionaria.

De ahí se sustenta parte de los principios para que el taller de proyectos se transformara en un taller que integrara los conocimientos necesarios y suficientes para que los ejercicios de proyectos se trabajaran bajo la óptica totalizadora dentro del marco de esa realidad.

El Taller Integral no fue entonces, bajo esa perspectiva, una creación vana sino una aspiración legítima y otra creencia fundamental en la formación profesional acorde a esa lacerante realidad. Incluso, actualmente algunos grupos continúan instrumentando novedosos métodos para continuar con el diseño participativo o colaborativo con sobresalientes éxitos en las soluciones planteadas.

Las experiencias que los grupos y talleres impulsaron en esos años, ofrecen un abanico imprescindible de estudiar para retomar de ellas lo que tengan de actualidad y darle cuerpo a las ideas que constantemente se citan en los planes de estudio, incluyendo el actual Plan 2017.

El Autogobierno, entonces, debe verse como un movimiento que aportó una novedosa manera de trabajo a partir del Taller Integral y el principio de la vinculación popular —instrumentado académicamente como Extensión Universitaria— que debieran valorarse como vigentes y, por lo tanto, necesarios en la declaración de un marco social de los planes de estudio.

Todo ese trabajo de vinculación, realizado exitosamente por el Autogobierno, en colonias y con organizaciones populares se expandió a otros ámbitos, ganando con varios de esos trabajos tres premios internacionales de la Unión Internacional de Arquitectos (UIA).

El primero, como ya se comentó lo ganó el Taller Siete en 1978, en la reunión de la UIA realizada en México con el tema “Espacios administrativos para comunidades de 10,000 a 50,000 habitantes”; el segundo, el Taller 5, en la reunión celebrada en Varsovia en 1981 con el “Plan alternativo para la rehabilitación urbana en Tepito”; el tercero, el Taller Seis en la UIA en París en 1983, con el proyecto “Vivienda ecológica en autoconstrucción en Chempil, Chiapas. Además, se obtuvieron varios reconocimientos, incluyendo uno otorgado por el Presidente de la República por la participación en la reconstrucción de la ciudad con motivo de los sismos de 1985.

Asimismo, las publicaciones detonaron una de las expresiones más genuinamente universitarias, mismas que se conservaron y ampliaron a lo largo de la experiencia autogobiernista: las revistas arquitectura autogobierno, Tabique, Textos, Documentos son el mejor reflejo de un sinnúmero de aportaciones al ámbito editorial de la Facultad de Arquitectura.

Lo ocurrido al inicio de la década de los 70 y, en especial a lo emprendido en aquellos días de abril de 1972 creó, en una gran cantidad de universitarios, la imagen de un mundo distinto; uno que rayando en la utopía, nos hizo creer que todo cambiaría y que, por fin, vendría uno lleno de felicidad donde todos tendríamos cabida sin importar la nacionalidad ni el color de la piel, donde se abolieran las clases sociales y la ideología perniciosa capitalista y donde la autogestión fungiera como uno de los instrumentos fundamentales de la transformación social.

En el transcurso de ese cúmulo de años a la fecha, vivimos distintos hechos que de variadas maneras nos dejaron una profunda huella: como heridas que al ir cicatrizando y observarlas de reojo, renuevan en nuestra memoria distintas imágenes de las experiencias que las causaron. De entre todas esas buenas y malas imágenes, hay algunas que se nos aparecen cotidianamente a la menor insinuación haciéndonos recordar sus causas. Así, nuestras vidas han transcurrido no sólo viviendo el aquí y el ahora, sino también recordando continuamente el pasado que dejó esa profunda huella de lo que hoy somos. No está por demás ratificar que no hay presente sin pasado que lo explique suficientemente y a partir de éste construir un futuro deseable para no quedarnos en una utopía más, de tantas que seguramente construimos a lo largo de nuestras vidas.

En todo movimiento universitario aparecen contradicciones; en algunas, como las surgidas en el desarrollo del Autogobierno, se mostraron los aspectos más oscuros que lo llevaron a su propio ocaso. La lucha interna por asumir la dirección del movimiento, llegó a los límites a los que la izquierda mexicana arribó hace años y de donde no ha podido salir. Una lucha donde casi nadie queda vivo.

Quizás ahora, después de 50 años, es tiempo de volver a narrar esas historias y aceptar lo que es real: el Autogobierno aportó a la mejora académica de la Facultad de Arquitectura; sus ideas, en general, siguen vigentes; pero tal y como surgió, no volverá a hacerlo. Es más, no habrá otro Autogobierno igual a aquél. Existen, eso sí, otras vivencias que han retomado lo mejor del pasado lejano y reciente, para construir un futuro acorde a las circunstancias actuales.

Por eso mismo, los herederos de esa experiencia autogestionaria continúan, a su manera, avanzando con sus propias creencias y posibilidades en un camino no libre de escollos. Creencias que enfrentan un aislamiento casi permanente y que les impide desarrollarse plenamente.

Concluyendo: dedicamos esta larga narración, con mucho afecto, a tod@s l@s autogobiernistas que ya no están presentes y que sin ell@s esta experiencia autogestionaria no hubiera alcanzado todos los éxitos aquí reseñados:

Jesús Aguirre Cárdenas, Arturo Albores Velasco, Raúl Arana Aguilar, Enrique Ayala Alonso, Jesús Barba Erdman, Octavio Barreda Marín, Héctor Barrena Lozada, José Luis Benlliure Galán, Erich Cardoso Gómez, Carlos Castillo Zavala, Max Cetto Day, Benjamín Ciprián Bolaños, Víctor Coreno Rodríguez, José Correa García, José Alberto Díaz Jiménez, Ricardo Flores Villasana, Jorge García Olvera, Carlos González Lobo, Mario Huerta Parra, Mario Larrondo Shields, Rafael López Rangel, José Luis Marroquín Casillas, Vicente Martín Hernández, Reine Mehl de Weatherbee, Elia Mercado Mendoza, Alfonso Nápoles Salazar, Alejandro Navarro Arenas, Carlos Noyola Vázquez, Rodolfo Pérez Paredes, Germinal Pérez Plaja, José Antonio Ramírez Domínguez, Carlos Ríos Garza, Josefina Saisó Sempere, Álvaro Sánchez González, Beatriz Leonor Sánchez de Tagle Lozano, Enrique Santos Ruiz, Jorge Solórzano García, Elidhe Staines Orozco, Javier Velasco Sánchez… y de otros más: académicos, estudiantes y administrativos, cuyos nombres se escapan a la memoria.

Para finalizar: como diría Federico Engels: “Cuando nos paramos a pensar sobre la naturaleza, o sobre la historia humana, o sobre nuestra propia actividad espiritual, nos encontramos de primera intención con la imagen de una trama infinita de concatenaciones y mutuas influencias, en la que nada permanece en lo que era, ni cómo y dónde era, sino que todo se mueve y cambia, nace y perece…”

Así es, y así fue.

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Un comentario en “50 años de autogestión. Aporte a la formación profesional

  1. Seguimos en el camino de hacer de lo arquitectónico – en la enseñanza y en el ejercicio profesional – una práctica transformadora y apegada a la atención de las necesidades de valores de uso procreativos que dignifiquen la habitabilidad Humana. Muy bien Maestro Víctor Arias. Gracias

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