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50 años de autogestión. La gran fractura

Por José Víctor Arias Montes

Noviembre, como se observó en la entrega anterior, es un mes que guarda en su memoria distintos hechos que expresan variadas emociones por lo que cada uno de ellos simboliza para nuestras historias personal y colectiva.

Por un lado, en este mes y año de 2022, la Facultad de Arquitectura de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) cumplirá 241 años de cuando se inició su proceso fundacional con el nombre de Real Academia de las Tres Nobles Artes de Pintura, Escultura y Arquitectura con el título de San Carlos de Nueva España.

Muchos años después, tras 5 años de fundado, el Autogobierno de la entonces Escuela Nacional de Arquitectura (ENA) lograba que el Consejo Universitario de la UNAM aprobara en noviembre de 1976 sus planes de estudio de licenciatura y posgrado.

Y, en noviembre de 1981, el Consejo Universitario otorgó el grado de Facultad a la ENA y con ello el Autogobierno inauguraba sus estudios de Maestría y Doctorado en arquitectura y urbanismo en su División de Estudios de Posgrado(DEP). Todo un éxito, sin lugar a dudas para este movimiento autogestivo en la UNAM.

Pero decíamos también que en la memoria de los hechos históricos, se guardan otros acontecimientos que no traen tan buenos recuerdos como otros. Nos referimos a lo que sucedió en noviembre de 1981 y que llevó a una gran fractura en el Autogobierno y que, a la postre, lo enfilaría a un callejón sin retorno. Narremos entonces, sucintamente, lo que sucedió en esa inicial década y recordemos su desenlace.

Nuevamente, como en la elección anterior de la Coordinación General del Autogobierno, se conformaron dos grandes bloques: uno, encabezado por el Colegio de Profesores y otro por el Comité de Arquitectura en Lucha. Sin embargo, había en estos bloques un nuevo ingrediente: las organizaciones políticas que participaban en la UNAM y que estaban presentes tejiendo alianzas con las dos principales cabezas de este proceso autogestivo.

Después de que se aprobara la convocatoria en Asamblea de Delegados,  iniciaron las campañas respectivas para dar paso a la elección, misma que se llevó a cabo el 28 de enero de 1981 con 1,446 asistentes en la Asamblea General. Y pues sí, nadie esperaba una sorpresa tan grande en las votaciones, ni los mismos ganadores podían creerlo. El Colegio de Profesores perdió todas las posiciones. Resultado: Ricardo Flores Villasana, Coordinador General; Reine Mehl de Weatherbee, Coordinadora Académica Pedagógica; Héctor Barrena Lozada, Coordinador Académico Administrativo; José Víctor Arias Montes, Coordinador del Órgano Informativo de la Asamblea; Felipe Velasco Castrejón, Coordinador de Temas; y Alejandro Carrillo Cázares, Coordinador de Extensión Universitaria.[1]

[1] “Acta de Asamblea Plenaria”, ENA-Autogobierno, UNAM, 28 de enero de 1981, 14 pp.

La Asamblea Plenaria inició a las 13:30 hs y terminaba a las 21:15 con abrazos y felicitaciones, para después pedir, como se había hecho costumbre: ¡Dame una A…! ¡AAA!Dame una U… ¡UUU!… Mientras alguien en el escenario, a manera de advertencia, comentaba: “A ver si es cierto”.

Nadie, decíamos, esperaba que los resultados fueran tan sorprendentes y, más aun, cuando en el registro de las diversas instancias las cosas no se veían tan claras. Pero lo que si era cierto es que el trabajo político desarrollado por la alianza de los ta­lleres 4, 6, 7 y 12 había funcionado a la maravilla y que la orientación del Movimiento Revolucionario del Pueblo (MRP) había sido la correcta, cuando menos en esta coyuntura, ni duda cabía.

Ahora, faltaba lo más difícil: echar andar este pequeño aparato administrativo, ampliado con dos coordinaciones más, y garantizar la “unidad en la diversidad”. Pero era obvio, por las actitudes mostradas en la entrega de la Coordinación, que las relaciones no iban a ser del todo tersas y amistosas. Ese desprecio sutil por la nueva Coordinación, encubierto bajo variadas expresiones, dejaba entrever que al menor descuido se podría resbalar, y hasta caer en un terreno que no mostraba condiciones aceptables para caminar.

Así empezó el enfrentamiento. El 11 de marzo de 1981 se rea­lizó la primera Asamblea de Delegados, presidida por la nueva Coordinación. En ella se proponía pasar a todos los talleres a recoger propuestas para formular un programa de trabajo unitario. Se asistió a todos ellos, a excepción del Taller 5 que no fijó nunca fecha; y en todos, se trató de compilar los varios puntos de vista que se presentaron, bien fuera en sus asambleas generales o bien en sus consejos coordinadores. Se estructuraron los primeros puntos que se consideraron básicos y se presentaron a la Asamblea plenaria a su discusión. Se proponía un reparto equitativo de los recursos a los talleres —profesores, horas, espacio físico, alumnos—, pues especialmente los talleres 5, 7, 11 y 13 tenían una gran ventaja respecto al 1, 3, 4, 6 y 12; además, la DEP y el Centro de Investigaciones debían también aclarar lo de sus recursos y hacerlos transparentes.

En realidad, una gran ingenuidad política había mostrado la Coordinación al tocar estos puntos, pues las respuestas no se hicieron esperar y éstas empezaron a poner en el centro a la Coordinación, acusándola de ejercer presión política para afectar a los talleres que no habían votado por ella. Pero en el fondo, lo que se ocultaba es que se había tocado quizá el punto más vulnerable de los talleres, en especial el de las horas-profesor-alumno. El haber planteado un equilibrio académico-político para todos los talleres parecía una propuesta justa y democrática, pero a otros no les pareció así y empezó la confrontación po­lítica.

Toma de posesión de la coordinación del Autogobierno encabezada por Ricardo Flores Villasana, Gaceta unam, 5 de marzo de 1981, p. 17. Archivo: JVAM

A la toma de posesión, la Coordinación electa invitó al director de la ENA, Arq. Jesús Aguirre Cárdenas, a que atestiguara y diera posesión a la misma. A dicha toma, a la que supuestamente debió de asistir la Coordinación anterior en su conjunto, sólo asistió el Coordinador General saliente. ¿Por qué? Quizá este hecho no hubiera tenido importancia, pero la actitud de ni siquiera entregar el local correspondiente a cada coordinación, y de ni siquiera entregar archivos, instrumentos de trabajo o asuntos pendientes, dejaba un mal sabor de boca de quienes después reclamaron respeto a sus posiciones.

Haber utilizado la invitación al director de la Escuela, calificándola como un hecho “contrario a la tradición del Autogobierno”, para acusar a la Coordinación de “acercamiento” con las autoridades era, en el fondo, el inicio de un revanchismo sin límites. La toma de posesión, que había aparecido en la Gaceta UNAM, no solamente fue duramente criticada sino que casi se pedía, por la delegación del Taller 5 en la Asamblea de Delegados, que la Coordinación emitiera en la propia Gaceta una aclaración deslindando y pidiendo una especie de perdón público por el hecho. Extrañaba la posición, no solamente por el contenido provocador, sino porque ellos mismos tenían relaciones mucho más “cercanas” con la Dirección y con otras autoridades de la propia UNAM. Esta discusión-acusación apenas se llevaba a cabo en la segunda sesión de la Asamblea de Delegados presidida por la nueva Coordinación, en el mismo mes de marzo.

Vinieron posteriormente otra serie de enfrentamientos dentro de la Asamblea de Delegados: primero, la exigencia de la realización de un Congreso académico, que deslindará lo político; segundo, aprovechando que el Coordinador General había realizado un viaje al extranjero y que se había tomado un tiempo largo para ello, se cuestionaba al conjunto de la Coordinación el que se quisiera presidir la Asamblea de Delegados “tratando de manipular y sorprender a la comunidad”; tercero, el Centro de Investigaciones era el foco de la discusión, pues nadie, excepto ellos, sabían lo que ahí se hacía, cómo, con quién y para quién se realizaban las investigaciones que supuestamente debieran estar realizando como profesores de carrera.

La discusión se agudizó y la Asamblea de Delegados tomó un acuerdo que lesionaría intereses y abriría el camino al rompimiento: en su sesión del 24 de junio de 1981, se comunicó a los miembros del Centro, por conducto de la Coordinación General, que “las actividades del denominado «Centro de Investigaciones Arquitectónicas» quedan suspendidas y el espacio que ocupaba cerrado y pasan bajo responsabilidad de la Coordinación Académico Pedagógica, en tanto un congreso del Autogobierno defina el carácter general y la especificidad de la investigación en el mismo, será el conducto mediante el cual sus actividades de investigación, y otras que marque el Estatuto del Personal Académico en virtud de que su nombramiento de tiempo completo o medio tiempo se encuentra adscrito a la licenciatura del Autogobierno. Así mismo, de conformidad con lo anterior deberá redistribuir su tiempo para asignarlo a la docencia en los talleres, en tanto la propia Escuela a través de sus órganos de decisión redefina y sanciona las actividades de investigación”.[2]

[2] Oficio del Arq. Héctor Barrena Lozada, Coordinador de la Comisión Académico-Administrativa, ENA-Autogobierno, 1° de julio de 1981.

El Centro de Investigaciones Arquitectónicas del Autogobierno (CIA-A) inició sus labores en agosto 1979, a partir de la absorción de los investigadores a la División de Estudios de Posgrado que quedó, a partir de esa fecha, con el nombre de División de Estudios de Posgrado e Investigación. Sin embargo, la Asamblea de Delegados del Autogobierno no compartió del todo esa decisión instrumentando otra que, si bien consideraba la adscripción de los investigadores al Posgrado, relanzaba la idea de crear su propio Centro de Investigaciones en el marco de los llamados “Acuerdos de la Comisión Tripartita” de 1973, que reconocían al Centro de Investigaciones Arquitectónicas como una unidad de la Escuela Nacional de Arquitectura (ENA).[3] La decisión de la Asamblea de Delegados había sido más que certera, pues por un lado se enriqueció la planta de profesores del Posgrado del Autogobierno y, por otro, se creaba la base para el nuevo Centro de Investigaciones del Autogobierno.

[3] “Acuerdos del Comité de Trabajo de la subcomisión Tripartita”, ENA-UNAM, p. 18. También puede verse: “Acuerdos de la Comisión Tripartita. Bases para resolver el conflicto de la Escuela Nacional de Arquitectura” en Gaceta-UNAM, número extraordinario, 13 de noviembre de 1973, p. 7.

A partir de los resolutivos del segundo y tercer congresos del Autogobierno (1978 y 1980), sobre la investigación y la amplitud de las funciones de la Comisión Académico Pedagógica, se promovió que los profesores que recientemente habían obtenido una plaza de tiempo completo o medio tiempo, también se incorporaran al CIA-A, y que desde ahí se produjeran los materiales didácticos necesarios para el Plan de Estudios del Autogobierno y con ello se enriqueciera el acervo de apoyo a la estructura académica.

Un hecho era cierto: el Colegio de Profesores no aceptó nunca su derrota en las elecciones de enero de 1981 y era evidente que buscaría, por cualquier motivo, desacreditar a la Coordinación electa y lograr nuevos reacomodos; era indudable que su poder había sido trastocado de pies a cabeza y, eso, dolía mucho; y era incuestionable, también, que no caminaban solos o cuando menos no tan solos: el PSUM los acompañaba en su “propósito (que) busca la recuperación y actualización de los objetivos iniciales del AUTOGOBIERNO…”;[4] en fin, el Colegio aprovechó cualquier motivo y poco a poco la situación se agravaba.

[4] En esa apertura del PSUM, a buscar una salida dialogada, señaló unos meses después, que “el PSUM considera que la unidad entre las fuerzas de la izquierda dentro del autogobierno, solo es posible a través del diálogo bajo el propósito de buscar nuevas formas democráticas que permiten el desarrollo de múltiples proyectos académicos que deben orientarse bajo un solo pacto político democrático dentro del autogobierno”. Ver: La hoja PSUM, Rama universitaria UNAM del PSUM, año 1, número 2, diciembre de 1981.

Las Asambleas de Delegados se hicieron tediosas, largas, improductivas y con posiciones antagónicas, totalmente antagónicas. En unos cuantos meses la lucha por el poder tomaba un camino sin retorno: escisión.

No bastaron las Asambleas de Delegados, los encuentros, las pláticas privadas y abiertas, los acercamientos, las intermediaciones, ni los llamados a la cordura; la situación estaba totalmente polarizada. Nueve años de convivencia pacífica se convertían, en tan sólo cinco meses, en la guerra más irracional y retardataria, de esas que la izquierda mexicana sabe hacer y que le salen tan bien.

Habría que reconocer que las dos corrientes, que contaban ya con sus aliados, acogieron posiciones tan radicales que las llevaron a adoptar actitudes prepotentes y sectarias, apartadas realmente del interés general y común. Ya no importó quién hacía más daño a quién en la discusión política; importaba más excluir al contrario antes que ceder. La revancha era mutua.

Las vanguardias históricas del Autogobierno ahora se disputaban el poder mientras que las bases guardaban silencio, a excepción de aquellas que tomaban parte en el movimiento, y que eran las menos. Y había, desde luego, un importante número de autogobiernistas de la “vieja guardia” que se mantenían a la expectativa, como si esperaran al triunfador para levantarle la mano. Había ya de todo: desde los que planteaban “echar mano del guante” hasta los que planteaban que el problema estaba por fuera del Autogobierno, que era un problema de organizaciones políticas.

Lo único que a estas alturas era cierto fue que el problema no podía caracterizarse tan simplemente, pues en éste intervenían muchos aspectos relacionados y acumulados a lo largo de la existencia del Autogobierno, y de sus formas del ejercicio de la democracia que impedían, más por razones viscerales y románticas, asumir la autocrítica y buscar una salida al conflicto antes que llegar al rompimiento.

Sin muchas perspectivas de solución el rompimiento finalmente llegó: el 29 de noviembre de 1981 un grupo de profesores y alumnos de los talleres 1, 3, y 13 decidían: “…hemos acordado desvincularnos de la actual Coordinación, por impedir la libre participación de tendencias dentro de la actual Federación de Talleres…”[5] decisión sectaria y prepotente, a todas luces. La respuesta la tendrían unos días después, cuando la Asamblea Plenaria acordaba: “…se respeta el derecho de quienes decidan separarse… se les darán todas las facilidades para reubicarse en otras unidades…”; respuesta también prepotente, casi mecánica ante la “desvinculación”. Se abrió entonces un nuevo capítulo de  guerra de desplegados y notas en los periódicos para ver quién le pegaba a quién.

[5] uno más uno, 29-XI-1981.

Pero la vida siguió. A pesar de no estar acompañados por aquellos que se supuso tenían principios, llegó la fractura y el primer cisma en el Autogobierno. Las fuerzas se redujeron, pero se continuó trabajando con los que se quedaron a resistir el destino manifiesto de la izquierda mexicana: la antropofagia militante. La crisis había asomado e iniciado la declinación de un movimiento que en sus entrañas llevaba las células de su  propia malformación política.

El problema no pararía ahí. Los “desvinculados” ocupaban espació y cargos administrativos en los talleres donde eran hegemónicos, y había que “rescatarlos”. El fantasma de la violencia caminaba provocativo.

Desplegado. uno más uno, 29 de noviembre de 1981, p. 12. Archivo: JVAM

Desplegado. uno más uno, 2 de diciembre de 1981. Archivo: JVAM

Pero además, en la DEP del Autogobierno también las cosas estaban candentes, pues ante la proximidad del cambio de su Coordinación se enfrentaban dos propuestas: realizar un Congreso antes de las elecciones o realizarlo después de las elecciones. La cuestión derivaba de que cuando se realizó la Asamblea para la elección ésta no se pudo concretar por falta de quórum (faltó un voto). El tiempo transcurrió y obviamente la DEP se vio involucrada en la problemática general del Autogobierno. En votaciones se ganó que se realizara primero el Congreso y que después se eligiera a la Coordinación. Sólo que el problema no era sencillo de resolverse, pues varios de los que apoyaban una de las propuestas se habían “desvinculado” del Autogobierno. De cualquier forma, el Congreso se convocó para enero de 1982 y debía concluir en un Programa de Trabajo y elegirse inmediatamente la Coordinación y llevar adelante dicho Programa.

Para esas fechas el ambiente general ya estaba bastante tenso, pues la Coordinación General había realizado algunas pláticas con las autoridades de Rectoría para encontrar una salida al conflicto. Se pedía la restitución del espacio físico ocupado por los “desvinculados”, las plazas académicas y administrativas que ocupaban y no a la aprobación de una “tercera opción académica-administrativa” dentro de la ya Facultad.

El Congreso de la DEP se realizó los días 20, 21 y 22 de enero y como era de esperarse los enfrentamientos también se dieron, obligando a la realización de dos Congresos; uno, auspiciado por los “desvinculados” y, otro, apoyado por la mayoría de la DEP. Cada uno llegó a sus conclusiones y cada uno eligió a su Coordinación.

La situación general había entrado a una etapa donde las provocaciones estaban a la orden del día. Algunas organizaciones políticas se hicieron de lado y otras tomaron partido por alguna de las dos corrientes. El oportunismo mostrado por el PSUM al haber tomado partido por los “desvinculados” lo situaba en una posición derechizada, en relación a los movimientos democráticos universitarios; no fue mera casualidad que en esos momentos tuviera la misma actitud en Economía, Ciencias y la Universidad Autónoma de Guerrero, principalmente. Así es que la situación interna del Autogobierno no escapaba a esta relación, y el Colegio lo sabía. Parecía ser que se buscaba más una actitud liquidacionista en contra de la Coordinación General, que superar las contradicciones. Pero pronto el PSUM, con el STUNAM por delante (cuando menos el Comité Ejecutivo), tuvo que emprender le retirada del Autogobierno al haber recibido un rechazo masivo por su “defensa” de los “desvinculados”, pues “…le preocupa prioritariamente el que no se afecten intereses de sus agremiados en lo individual y de la organización como colectivo…”[6]

[6] uno más uno, l-VI-1982.

La tensión había aumentado considerablemente al hacerse público el deseo de recuperar los espacios que ocupaban los “desvinculados”, agravándose definitivamente el día 29 de enero cuando se pretendía abrir los locales de la Coordinación de la DEP y dar posesión a la Coordinación electa; el acto — terminó con una agresión a botellazos por parte de los “desvinculados” hacia los que legítimamente representaban los intereses de la DEP. Posteriormente y con el mismo nivel de provocación y violencia se tomaron los salones de clases de la DEP, del Taller 13 y del Taller 3. El rompimiento era ya total, sin posibilidades inmediatas de reencuentro.

Correspondencia de uno más uno, 1° de junio de 1982, p2. Archivo: JVAM

La violencia, difícil de detener en ambientes inducidos, estaba siendo provocada por “gente de gobernación” según se supo por informaciones “filtradas” de las organizaciones políticas, por lo que se tuvo la precaución de ya no promover más “encuentros” con los “desvinculados” y buscar mejor, en todo caso, una salida “legal” al conflicto.

La aparición de provocadores, cierta o no, hacía del Autogobierno presa fácil de las llamas; todos sabíamos de los riesgos derivados de una situación de este tipo, pero nadie fue capaz de asumir con dignidad una posición autocrítica; la prepotencia y sectarismo nos habían atrapado.

Obviamente que después de un año de constantes enfrentamientos el desgaste era tan evidente que nadie veía con claridad el futuro cercano. El Autogobierno entró a una fase de relajamiento forzado y no tuvo fuerza, ni política ni moral, de sacar adelante la lucha legal; los “desvinculados”, en igual situación, no tuvieron más salida que “acogerse” a la estructura de talleres de la Dirección.

¿Quién había ganado? No es necesaria la respuesta, todos la supieron en esos momentos: nadie ganó, todos perdimos. Como en las mejores películas, los perdedores quedan siempre inconformes. Cualquier cosa serviría de pretexto para protestar y negarse a reconocer lo que no se había obtenido en las urnas. Una y otra vez, en el transcurso de un año, los enfrentamientos se sucedieron bajo la mirada alegre de las autoridades que descubrieron lo que ellas no pudieron hacer en varios años: minar al movimiento más significativo dentro de la UNAM, a partir de la agudización de las contradicciones internas por los propios autogobiernistas. ¡No había necesidad de meter las manos!

El tiempo transcurrió y se empezó a “olvidar” lo sucedido. Ahora, en apariencia, se había superado la contradicción; estábamos en los “albores” de una nueva etapa. Nadie es indispensable, se decía. Y, en efecto, nadie es indispensable, a menos de que exista quien crea que es indispensable.

Pronto la vida académica volvió a la “normalidad”. Los alumnos y profesores que habían quedado en los Talleres 1 y 3, además de la DEP, se dieron a la tarea de su reorganización y prepararse para el nuevo año académico que se avecinaba, con las inscripciones de primer ingreso por delante y un novedoso y extraordinario programa para lo que quedó del Posgrado del Autogobierno.

Se recuperaban, poco a poco, las Coordinaciones de los talleres 1 y 3 y de la DEP, la Comisión Dictaminadora y los Consejeros Universitarios.

Mientras, la Junta de Gobierno había designado al nuevo director de la Facultad. El viejo sueño del Colegio se veía aplazado una vez más y el Autogobierno, permeado por el fantasma del anarquismo, se negaba a entrar a los verdaderos niveles de la lucha por el poder.

Todo hacía suponer que la situación mejoraría y que se lograría un desarrollo más equilibrado, tanto en lo académico como en lo político. Pero pronto empezaron a surgir nuevas contradicciones que nublaron el panorama. Las organizaciones y grupos hegemónicos no pudieron desembarazarse de la prepotencia y sectarismo acumulados en la experiencia anterior. Ahora sí existía quien se creía indispensable.

Las primeras contradicciones aparecieron dentro del MRP, que dividieron y atomizaron las posiciones en torno al trabajo dentro del Autogobierno y sobre cuestiones de política partidaria. De estas discusiones, si es que alguna vez existieron, emergieron dos corrientes bien definidas, y también contrapuestas. Pronto, la Asamblea de Delegados volvió a ser el centro receptor de las reclamaciones y en ella se planteaba una posible salida: un Congreso.

Las contradicciones empezaron a abarcar a la Coordinación General y pronto ésta también empezó a mostrarse polarizada. El manejo de los nombramientos de profesores, el pago de exámenes profesionales, la inasistencia de los Coordinadores a las Asambleas de Delegados, etc., todo, como pequeñas piedras, se fue acumulando. Lo que parecía toda una buena homogeneidad era, a pesar de la buena voluntad, un cuerpo bastante heterogéneo. Para abril de 1983, por fin, se aprobaba en Consejo Universitario la Comisión Dictaminadora nombrada en Asamblea de Delegados y se aprobaban a nuestros Consejeros Universitarios.

Lo que había aparecido como una lucha interna del MRP pronto empezó a repercutir en el Autogobierno. Nuevamente las posiciones se mostraron excluyentes. El Taller 4 fue el primero en resentir las contradicciones, la lucha interna era desgastante. Además, las condiciones políticas internas de la Facultad empezaban a cambiar y el Autogobierno no lograba construir una propuesta de negociación para afianzarse. Los acuerdos a los que se había llegado, apenas el año anterior con la Dirección y la Rectoría respecto a los “desvinculados” estaban congelados políticamente bajo el supuesto de un sub judice; así los mantendrían un largo tiempo, hasta que se empezó a decir que ya estaban “superados”. El Autogobierno había visto menguada su capacidad de movilización en una lucha de desgaste que duraba casi dos años; en esos momentos, la moral estaba en el suelo y la base mostraba desconfianza y confusión pues, aparte de todos los problemas, la vanguardia se encontraba dividida; no se sabía a dónde ir, ni qué camino tomar.

Todo parecía aislado y sin sentido. Los logros que se alcanzaron parecían no importar a nadie, como el pago a la Coordinación General que se venía reivindicando desde tiempo atrás, pues solamente el Coordinador General y el Coordinador Académico-Administrativo tenían asignado un salario por sus actividades; a partir de julio de 1983 los pagos alcanzaron también a les Coordinaciones Académico-Pedagógica, de Extensión Universitaria, de Temas y al Órgano Informativo.

Nuevamente las fuerzas diversas de la unidad buscaron refugio en las instancias; reorganizarlas era, o se consideraba, la mejor garantía de reforzamiento del Autogobierno. Pero a pesar de todos los buenos intentos, la Coordinación General se veía fuera de sitio, como que no tenía a quién coordinar o tramitarle sus asuntos. Se quería hacer todo y se hacía muy poco. La crisis era general, marcada por la escisión del Colegio de Profesores y por el ahondamiento de las diferencias internas, que auguraban un fututo complicado, se consideró entonces que un nuevo congreso aliviaría esos momentos de infortunio.

La fractura había dejado una herida tan grande, que difícilmente podría cicatrizar en un tiempo razonable. El Colegio de Profesores y el CAL quedaron sangrantes y sus fuerzas menguaron por completo. Ellos mismas sufrieron, al poco tiempo, otras fracturas internas que llevaron al Autogobierno a otra fase donde sus vanguardias se diluían en un ambiente que había cambiado radicalmente.

La izquierda había derrotado a la izquierda y la autogestión quedaba desamparada y aislada de sus principios fundacionales.


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