(Primera de tres partes).
Gerardo G. Sánchez Ruiz
Este es un resumen del trabajo: Sánchez Ruiz, G. G. (2014). “La autonomía de la UNAM y la creación del Instituto Politécnico Nacional, dos expresiones de la lucha ideológica por la educación en México”. CIAN-Revista De Historia De Las Universidades, 17(2), 195-221. Disponible en: https://e-revistas.uc3m.es/index.php/CIAN/article/view/2336
La historia oficial del Instituto Politécnico Nacional de México (IPN) señala a 1936 como el año de su fundación, sin embargo, con la denominación de Escuela Politécnica Nacional fue creado en 1932 como parte de un movimiento revolucionario cuya cruenta expresión fueron las batallas iniciadas en 1910, y como corolario de acciones que llevaron a la hoy Universidad Nacional de Autónoma de México a obtener su autonomía en 1929.
La creación del Politécnico fue obra de gente preocupada por el desarrollo del país y sensible a las carencias en grupos populares, de entre otros: el licenciado Narciso Bassols, y los ingenieros Luis Enrique Erro y Carlos Vallejo Márquez; mientras; mientras el proceso de autonomía de la Universidad fue impulsado por personajes como Manuel Gómez Morín, Rodulfo Brito Foucher y Alejandro Gómez Arias ― presidente del Consejo de Huelga en el movimiento por la obtención de la autonomía―, en una actitud de distanciarse de acciones de un Estado que impulsaba la vía capitalista para el desarrollo del país, pero que generaba acciones en pro de amplios sectores de la población. ¿A qué se debió el cambio de fecha de creación del Politécnico? ¿Por qué se le otorgó indebidamente el carácter de creador de ese centro de estudios Lázaro Cárdenas?
La historia es la historia hubiera dicho Luis Cabrera uno de los ideólogos de la Revolución Mexicana, y como tal debe ser tratada la historia que llevó a la obtención de la autonomía por parte de la Universidad y a la creación del Politécnico. Y es que ambos hechos son parte de un proceso, matizado por un contexto de apremios, enfrentamientos entre grupos sociales que emergían del proceso revolucionario y, acciones procedentes de personajes con ideas modernizadoras respecto al desarrollo del país y la educación.
La necesidad de profesionales y la autonomía de la Universidad.
La cuestión educativa era clave para el nuevo país, pues se requería mano de obra calificada y profesionales con destrezas y conocimientos ligados a la industrialización, y los sectores relacionados con éstas; pero al igual que otros rubros dados los años de batallas, el sector pasaba por un proceso de reorganización. Se evidenciaba la falta de recursos económicos y materiales, la escasez de personal preparado, una enconada negativa de algunos sectores a incorporarse a la nueva dinámica, falta de espacios, etcétera; a la vez y también como consecuencia del movimiento revolucionario, coexistían diversas posturas respecto a la orientación del sector, mismas que iban desde las ideas progresistas con fuertes tonos anticlericales —las dominantes en ese momento —, hasta las que defendían la educación religiosa.

Mural de Diego Rivera en la Secretaría de Educación Pública (1923 a 1928), fotografía Xelhá Sánchez Chavarría.
Había que estructurar un sistema educativo acorde con la perspectiva que adoptaba el país, situación que asumió José Vasconcelos como secretario de educación al impulsar: un proyecto de escuelas, bibliotecas y bellas artes, a partir de una estructura integrada por: la escuela elemental y superior, estudios preparatorios y, carreras superiores, sin embargo, sabía de las posibilidades de la educación técnica, por lo señalaba:
Aún más urgente que el problema de la universidad, es para nosotros la transformación de nuestras antiguas escuelas de artes y oficios en modernos institutos técnicos. En ellos deseamos educar peritos mecánicos, industriales de todo género y trabajadores en las artes de la ciencia aplicada, con la esperanza de reducir de esta manera la carga del proletariado profesionista, que constituye entre nosotros una verdadera calamidad pública.[1]
[1]Citado en Carlos Betancourt Cid (Comp.), La creación de la Secretaría de Educación Pública. José Vasconcelos. México, Instituto Nacional de Estudios Históricos de las Revoluciones de México, 2011, p. 234.
Sin embargo como en todo proceso que busca transformaciones, los impulsores del nuevo país enfrentaron resistencias, y para el caso, entre profesionales ligados o afianzados en la Universidad, lo cual objetivamente reducía las posibilidades de acción del Estado, y es que la participación de los profesionales educados en esa casa de estudios era imprescindible para el logro de un nuevo estado de cosas, sin embargo, muchos de ellos continuaban mirando hacia atrás y hacia los privilegios, de ahí que desde principios de los años veinte, se viniera exigiendo separar a la Universidad Nacional del Estado blandiendo la autonomía.
Un primer paso hacia la consecución de esa condición, fue dado por estudiantes de la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales al declarar el 6 de mayo de 1929 una huelga como respuesta a lo que denominaban una imposición violenta de las autoridades universitarias, y en específico, a la preocupación del director de la escuela el licenciado Narciso Bassols, respecto a la calidad y la orientación ideológica de sus egresados. La denominada acción violenta de las autoridades —según los estudiantes de derecho— consistió en proponer un sistema de reconocimientos para ser aplicados a los estudiantes, el cual incluía tres pruebas escritas en el año en lugar de un examen oral que en ocasiones no se realizaba, junto a la exigencia de registrar una asistencia del setenta y cinco por ciento en cada una de las materias cursadas.
La acción había sido justificada y defendida días antes de iniciada la huelga por el licenciado Antonio Castro Leal rector de la Universidad, quien, al argumentar la pertinencia de los reconocimientos ante las anomalías observadas en las aulas universitarias, señaló:
Las autoridades escolares, tras madura reflexión, han establecido el método de reconocimientos porque están convencidas de las ventajas importantes que significa sustituir la vieja forma de examen oral, por un método de tres pruebas escritas que se desarrollan gradualmente cada año. La universidad no ha oído sino dos objeciones al sistema de reconocimientos: que obliga a asistir al setenta y cinco por ciento de las clases que se dan en cada asignatura, y que exige estudiar cada año. Toda persona razonable dirá si es posible fundar un centro de estudio y alta cultura sobre bases distintas que la dedicación y el esfuerzo, y podrán calificar las pretensiones de estudiantes universitarios que rechazan un método pedagógico porque los obliga a estudiar y a asistir a sus clases.[2]
[2] Periódico El Universal, México, 5 de mayo de 1929.
En un país removido por impulsos revolucionarios, lo sucedido en la Universidad dio lugar a múltiples opiniones, una destacada provino de Vicente Lombardo Toledano, quien aparte de imaginar al más importante centro de estudios del país en el lugar deseable ante una sociedad con deseos de progreso, refería una realidad que la vulneraba e impedía la formación de los profesionales requeridos, al señalar:
Nuestra pobreza nacional se debe —en el fondo—a que no poseemos cincuenta físicos de primera, cincuenta químicos de primera, cincuenta agricultores de primera, cincuenta arquitectos de primera, cincuenta ingenieros de primera, cincuenta banqueros, cincuenta biólogos, cincuenta sociólogos, cincuenta industriales de primer orden, cincuenta médicos, cincuenta veterinarios, cincuenta técnicos de bosques, cincuenta de hilados y tejidos, cincuenta ganaderos, cincuenta ferrocarrileros, cincuenta armadores de barcos… cincuenta hombres de primera en las diversas disciplinas y en las actividades de las que depende la prosperidad integral del país. ¿Y en dónde habrán de formarse estos directores de México? La respuesta es única: en la Universidad. Si ésta no ha servido hasta hoy como debiera, no es porque no se haya acercado al pueblo, sino porque en realidad no ha hecho labor de verdadera cultura; porque no prepara sino profesionales de segundo orden, porque sólo da patentes de lucro, porque no investiga con profundidad, porque no publica obras de orientación nacional, serias, respetables, científicas, filosóficas, de índole artística; porque no obliga a estudiar, porque, en suma, se ha alejado de la alta cultura.[3]
[3] Periódico Excélsior, México, 4 de enero de 1930.
Siguiendo la evolución del problema el cual llevó a la paralización del conjunto universitario por casi dos meses, es por demás interesante registrar discursos de quienes fueron la punta de lanza de la conquista de la autonomía, parte de ese discurso fue plasmado en un volante repartido el día en que inició la huelga. En dicho volante firmado por Arcadio D. Guevara y Antonio D´Amiano —en ese momento dirigentes de la Sociedad de Alumnos de la Facultad y quienes en esos días preparaban la elección de la Reina de los Estudiantes—, se sostenía:
La Sociedad de Alumnos de la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales invita a todos los estudiantes enemigos del despotismo y de la imposición violenta, a guardar una actitud única y sincera en estos momentos difíciles, no sólo para la Facultad de Derecho, sino para todos los estudiantes universitarios y técnicos. Esta misma Sociedad pone en conocimiento de la opinión pública que el movimiento de los estudiantes de Derecho no es parcial ni personalista, sino que todos, virilmente tratan de impedir las torpes disposiciones de la Universidad Nacional, tendientes a aniquilar el espíritu entusiasta, con métodos caducos y reprobados por inútiles en Universidades de gran prestigio […]. La clase estudiantil, homogénea en sus nobles rebeldías y firme en la conquista de sus derechos, debe en esta ocasión sostenerse para salvaguardar sus intereses futuros.[4]
[4] Periódico El Universal, México, 7 de mayo de 1929.
Dada esa actitud, no fue casual que en distintos foros se les reclamara un mayor compromiso ante a los tiempos vividos y las carencias sufridas, y se les conminara a adoptar otra postura. Para ilustrar lo planteado en esos foros, cabe registrar lo señalado por Enrique Beltrán un destacado biólogo y profesor universitario, quien al analizar los alcances de la huelga y ver llegar la declaración de autonomía para la Universidad, expresaba:
La Universidad que se va, que desaparece barrida por la agitación de una huelga estudiantil, no dejará seguramente un recuerdo cariñoso en el pueblo. Intoxicada aún con las reliquias del apolillado Porfirismo, con muchos profesores en sus cátedras que suspiran sin duda por aquellas oropelescas ceremonias que el caudillo oaxaqueño presidiera, viendo con rencor a la Revolución de la que siempre se mantuvo alejada, no fue para las masas un instrumento puesto al servicio de sus necesidades, sino más bien la incubadora de donde salía una casta vanamente infatuada, que entraba a la vida con privilegiadas armas de combate, y que con frecuencia, con aterradora frecuencia, no buscaba en las aulas la Ciencia para brindarla a la colectividad, sino el título que satisfacía su vanidad, o era esperanza de conquistar, con poco esfuerzo, una situación desahogada, una buena vida burguesa […]. La Universidad muere con una deuda enorme para el pueblo, del que siempre, orgullosamente, se mantuvo a la distancia que convenía para que la ropa mugrosa del “pelado” no fuera a manchar con su contacto la vestimenta costosa de la emperifollada señora, que miraba con impertinentes de oro una miseria que no comprendía, y llevaba a la nariz el pañolillo perfumado con que librarse del olor agrio de la plebe, que trabaja y que suda.[5]
[5] Periódico El Nacional Revolucionario, México, 2 de junio de 1929
De ese modo, como colofón de la serie de enfrentamientos, el gobierno de Emilio Portes Gil otorgó a la Universidad su autonomía al emitirse la Ley Orgánica de la Universidad Nacional Autónoma del 9 de julio de 1929, y pese a tener que desligarse de ese espacio de poder en la declaratoria de la autonomía, el gobierno aún intentó sensibilizar a los universitarios para que se sumaran a su proyecto de nación.

Huelguistas con Emilio Portes Gil (1929). Gaceta UNAM, 28 diciembre de 2021.
La cesión de la autonomía fue una actitud con la que el Estado quiso nulificar la presión de la que era objeto desde aquella, en contra no sólo de su proyecto educativo, sino de su proyecto de país; y es que al otorgar la autonomía a la Universidad, el Estado se permitía la atención a otras tareas donde se implicaba el desarrollo social y económico, y donde eran importantes las relacionadas con la educación; por lo tanto, no fragmentaba los esfuerzos que en ese momento se desplegaban.