Cristóbal Colón y el Paseo de la Reforma.
Tercera parte
Por José Víctor Arias Montes
Hemos recogido hasta este momento solo dos opiniones, entre otras más, sobre el Monumento a Colón. La primera, del arquitecto Ramón Rodríguez Arangoiti, destacado estudiante de arquitectura en la Academia de San Carlos que le valió ser pensionado a Roma en 1854, para posteriormente trasladarse a París a continuar sus trabajos profesionales con dedicación y esmero. A su regreso a México, en 1864, aparte de ingresar como profesor a la Academia, fue llamado a colaborar con Maximiliano como encargado de las principales obras, entre ellas, el de un monumento a Colón que el mismo Emperador había decidido se colocase sobre el Paseo que llevaba su nombre. La escultura principal era de Vilar y los otros elementos escultóricos de Calvo, Noreña, Miranda y los hermanos Islas. A la restauración de la República, Ramón Rodríguez Arangoiti, “quien fuera algo así como el arquitecto oficial del emperador, se le destituyó de sus clases” [1] en la Academia. Posterior a ello, se dedicó a la obra privada y pública con inusitado éxito y con proyectos de altos vuelos, como la Catedral de Toluca, el Alcázar del Castillo de Chapultepec y el monumento a Los Niños Héroes contiguo al mismo Castillo, entre otros. La crítica de Rodríguez Arangoiti al monumento a Colón elaborado por Charles Cordier, en voz de Manuel Francisco Álvarez, se centra en aspectos filosóficos y estéticos que insisten en expresar su desacuerdo por lo que el señor Escandón no eligió su proyecto, sin profundizar en el tema central del “descubrimiento” más que en sentido opuesto al señalar lo que él quería lograr en su proyecto de fuente monumental: “…deseando tanto el Sr. Escandón como yo, que el monumento llevase una idea filosófica, y el recuerdo de los hombres, que unidos al descubridor, trabajaron con ahínco y con fe, en la civilización de los antiguos mexicanos…” [2] Su proyecto, que sufrió algunos cambios conceptuales, mantenía como escultura central la de Colón elaborada por el escultor Vilar rodeado de cuatro frailes, Pedro de Gante, Bartolomé de las Casas, Juan de Torquemada Y Bartolomé de Olmedo, “cuya composición estuviera de acuerdo con la figura de Colón y con la parte arquitectónica, para que el conjunto fuese bello, unísono, monumental.” [3] Estando de acuerdo el Sr. Escandón y Arangoiti, decidieron entonces que esta fuente monumental se ubicara en la plazuela de Buenavista. Pasó el tiempo y el Sr. Escandón cambió de parecer y acordó con Charles Cordier que fuera él quien realizara dicho monumento y se ubicara, con acuerdo del gobierno porfirista, en la primera glorieta del renombrado Paseo de la Reforma.
[1] Eduardo Báez Macías, Guía del archivo de la antigua Academia de San Carlos, 1867-1907, Volumen I, México, IIE-UNAM, 1993, p. 22.
[2] Manuel Francisco Álvarez, “El Doctor Cavallari y la carrera de Ingeniero Civil en México” en El arte y la ciencia, Tomo XI, número 2, México, agosto de 1909, p. 32.
[3] Idem.
Si la idea filosófica en el monumento de Arangoiti era la de reconocer en Colón y a los que trabajaron con ahínco en civilizar a los mexicanos, pues menuda filosofía conservadora que no veía y no reconocía con claridad la realidad del “descubrimiento”, la conquista y colonización del Nuevo Mundo. Y si la belleza del monumento se reducía a la falta de perspectiva para lograr un monumento unísono, entonces la estética de éste no era más que un recurso engañoso al despojarla de todo el contexto histórico de ese conjunto arquitectónico.
La segunda opinión, la de Antonio de la Peña y Reyes sobre el monumento construido por Cordier en Paseo de la Reforma, al sugerir que ese espacio conmemorativo es un homenaje a “un ser extraordinario” que tiene por finalidad “glorificar el recuerdo de aquel divino inspirado” como testimonio eterno de “nuestro culto a su gloria”, debe recurrir a los vacuos argumentos de Francisco Sosa que resalta su visión de clase al señalar que éste “se halla en el punto más hermoso de la metrópoli, en el paseo más elegante donde desfila diariamente lo más culto y distinguido de nuestra sociedad…” [4] Pues sí, esa ala conservadora del porfirismo no tiene otra fuente de inspiración que no sea el denostar a los otros estratos de clase que no son los suyos al indicar que “Colón se halla colocado entre los recuerdos de las edades muertas y el movimiento y el progreso de la edad presente. En esa vida de mármol y del bronce lo acompañan en el Paseo de la Reforma nuestros guerreros y nuestros sabios. Lo acompañan el rey sin mancha, el héroe sin ejemplo, el patriota sin tacha: lo acompaña Cuauhtémoc…” [5]
[4] Antonio de la Peña y Reyes, “El monumento a colón” en Idea Rodríguez Prampolini, La crítica de arte en México en el siglo XIX, México, UNAM. T. III, 362.
[5] Idem
Pues sí, a Cuauhtémoc, último Tlatoani mexica, se le construyó su espacio conmemorativo en el Paseo de la Reforma, inaugurado en agosto 1877 a solo unos meses después de la de Colón, en un orden que expresa el pasado muerto y el presente de progreso: Carlos IV, Colón y Cuauhtémoc.
Son los años en que el porfirismo empieza a vivir un inusitado auge donde todo parece dirigirse a un futuro promisorio jamás visto. El liberalismo se ha implantado definitivamente en México y la formación social está dominada por éste en sus relaciones principales: el capitalismo amplía lentamente su dominio en toda la formación social mexicana. Pero no todo ese futuro es prometedor; adentro, en sus entrañas, se arremolinan poco a poco un sinfín de contradicciones que en unos pocos años aflorarán violentamente llevándolo a su ocaso.
Mientras tanto, la burguesía nativa ha volteado su vista a la vieja Europa, especialmente a Francia, en busca del vínculo que la lleve a la tan anhelada modernidad, al progreso. La arquitectura, al igual que la pintura y escultura, la poesía, el vestido y la comida, se empezará a llenar de encantos de todo tipo, encumbrándose ésta en un eclecticismo tan exuberante como el mejor de aquéllas tierras.
Los arquitectos, embebidos por esa brisa de modernidad porfiriana han decidido también que ésta tiene que ser nacional, es decir, expresar de alguna manera que lo que se hace es y pertenece a este país y no a otro y que tiene raíces propias. Las revoluciones de la Independencia y la Reforma iniciarán una impregnación con un sabor nacionalista sin precedentes. Los hechos revolucionarios y sus héroes empiezan a florecer acompañando a ese sueño modernizador que lentamente penetra en las principales ciudades del país.
Por eso, el monumento a Cuauhtémoc tiene que representar ese sentimiento liberal de acercarse a los héroes del pasado, del pasado indígena y rendirle culto a las luchas contra los conquistadores, aunque en el fondo les atraiga más Cristóbal Colón.
Antes de continuar, abrimos nuevamente otro paréntesis para resaltar el recuerdo popular de Cuauhtémoc en su pueblo natal: Ichcateopan de Cuauhtémoc en el estado de Guerreo, aprovechando los días de recordar a nuestros difuntos.
Noviembre es un mes místico para México, pues los días 1 y 2 se llenan de olor a cempasúchil, ceras y copal así como de infinidad de sabores, bebidas y recuerdos sobre los seres queridos que ya han partido a un mundo mejor y que, dependiendo de las creencias sociales y familiares, se establece un ámbito conmemorativo para preservarlos en la memoria colectiva.
De manera muy especial, las comunidades indígenas y campesinas son las que expresan con mayor riqueza esas conmemoraciones, ya que son ellas las que han resguardado con acendrado celo el sincretismo prehispánico y español sobre el recuerdo de los muertos.
El caso del que hoy narramos, es el de Ichcateopan de Cuauhtémoc que se ubica en el estado de Guerrero, en una sierra de blancos mármoles y bosques de cedros altos y frondosos que juntos ofrecen un limitado sustento a la mayoría de la población de la región.
Vista de Ichcateopan, Gro.
Ichcateopan se localiza a más o menos 40 kilómetros al poniente de la ciudad de Taxco, a una altura aproximada de 1,830 metros sobre el nivel del mar. Su población, en las últimas décadas, ha decrecido debido a la migración de su fuerza de trabajo a los Estados Unidos. Las lenguas indígenas, especialmente la tlapaneca y náhuatl, se encuentran en riesgo de extinción por el reducido número de pobladores que las hablan.
Traemos a colación la tradición conmemorativa a Cuauhtémoc, último tlatoani mexica, porque fue el primer guerrero prehispánico al que el porfirismo le dedicó un espacio conmemorativo en Paseo de la Reforma.
Ixcateopan es una palabra de origen náhuatl que se deriva de los vocablos Ichacates y Moteopan, que quiere decir: “aquí está tu señor de mucho respeto”; otros autores le dan el significado de “aquí está la iglesia” y otros más le atribuyen el de “templo de algodón”. En el pueblo, el nacimiento de Cuauhtémoc se recuerda en el mes de febrero y en septiembre su muerte, pues se tiene la creencia de que ahí nació y de que sus restos descansan en la iglesia de Santa María de la Asunción donde está una tumba de mármol con cubierta de cristal que aloja los restos descubiertos por la maestra Eulalia Guzmán Barrón en 1949. Por ello mismo, oficialmente recibe el nombre de Ixcateopan de Cuauhtémoc. La tradición escribe Ixcateopan, mientras que oficialmente se dicta como Ichcateopan.
Dice la tradición que Cuauhtémoc nació en Ichcateopan en 1501 —aunque la historia oficial señale que fue en el en el año 8 Técpatl, cuchillo de pedernal, 1496—, y expresa, la misma tradición, que murió ahorcado por Hernán Cortés en Izancanac, Tabasco, en el mes de febrero de 1525. Al morir, sus súbditos trasladaron el cuerpo a Ichcateopan llevándoles 40 jornadas, para finalmente ser sepultado en el palacio de sus abuelos. Para 1529, Fray Toribio de Benavente (Motolinía) llegó a evangelizar la región, disponiendo que los restos fueran trasladados a una tumba que quedó bajo el altar de una pequeña capilla de adobe. El mismo Motolinía, al abandonar el lugar, dejó un plano con el que se construyó posteriormente la iglesia de Santa María de la Asunción en la que la tumba de Cuauhtémoc quedó finalmente bajo el altar de ella. [6] La construcción de la iglesia inició en 1550, terminándose su fachada en 1659. La iglesia, a lo largo de todos los siglos posteriores, sufrió modificaciones.
[6] Cuauhtémoc, Taxco, editora Juan Ruiz de Alarcón, 1987, pp. 23 y 36.
La tradición popular indica que los restos de Cuauhtémoc se enterraron ahí; la investigación científica indica que esa creencia es falsa. [7]
[7] Sonia Lombardo de Ruiz, La Iglesia de la Asunción de Ichcateopan en relación a la autenticidad de los restos de Cuauhtémoc, México, IIH/UNAM, 1978, p. 83.
En septiembre de 1949 la comisión encargada de excavar el lugar informó que los investigadores del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), encabezados por Eulalia Guzmán, habían descubierto los restos de Cuauhtémoc. Vino, a partir de ello, una inmensa fiesta popular a la vez que la controversia para confirmar la autenticidad de los restos hallados. [8] Posteriormente, se formaron más comisiones para investigar con mayor profundidad si esos restos eran los de Cuauhtémoc, pero en casi todos los casos las indagaciones quedaron abiertas para continuar las investigaciones.
[8] Alejandra Moreno Toscano, Los hallazgos de Ichcateopan 1949-1951, México, IIH/UNAM, 1980.
Años después, en 1976, se formó la Comisión para la Revisión y Nuevos Estudios de los Hallazgos de Ichcateopan. Su dictamen final concluye: “No hay base científica para afirmar que los restos hallados el 26 de septiembre de 1949 en la iglesia de Santa María de la Asunción, Ichcateopan, Guerrero, sean los restos de Cuauhtémoc…” [9]
[9] Eduardo Matos Moctezuma, Informe de la revisión de los trabajos arqueológicos realizados en Ichcateopan, Guerreo, México, IIH/UNAM, 1980, p. 41.
La razón científica decidió no entrar en conflictos con la tradición ni con la ideología nacionalista impuesta por el Estado. La conclusión científica parece retórica: no se puede decir que sean, pero tampoco se puede decir que no sean. La creencia en la que están los habitantes de Ichcateopan es concluyente: estos son los restos de Cuauhtémoc. Ciencia vs tradición, ni más ni menos:
“No hay base científica para afirmar que los restos hallados el 26 de septiembre de 1949 en la iglesia de Santa María de la Asunción, Ichcateopan, Guerrero, sean los restos de Cuauhtémoc, último señor de los mexicas y heroico defensor de México-Tenochtitlan.”
En la actualidad, lo que más atrae de los restos de Cuauhtémoc, es que el recinto religioso de Santa María de la Asunción perdió ese carácter desde 1949 convirtiéndose en un espacio conmemorativo a Cuauhtémoc. Todo ese espacio está dedicado al Tlatoani mexica, y en lo que fue la sacristía está montado un pequeño museo sobre el contexto regional de Ichcateopan.
En especial, resaltan los actos que se realizan en febrero y septiembre en ese lugar y la cantidad de personas que asisten de diferentes partes de la república y de otros países para saludar al último Emperador azteca. Pero todavía más especial, es la conmemoración a los difuntos que se realizan en Ichcateopan el 1 y 2 de noviembre en las viviendas donde en el último año hubo difunto y, desde luego, en el recinto dedicado a recordar al Águila que desciende.
El recinto, hecho con materiales tradicionales, adobe, cantera, madera y losetas de barro, es de una sola nave con 5 altares laterales y sacristía aledaña al ábside donde se ubicaba el altar. Y ahí, precisamente, se construyó un sarcófago de mármol blanco con cubierta de cristal, que resguarda los restos hallados por Eulalia Guzmán.
En este ancestral poblado, se recuerda a los difuntos del último año transcurrido por medio de la instalación de una ofrenda. Quienes fallecieron en su intervalo son conmemorados en la noche del día primero en las viviendas donde pasaron sus días o donde quedan sus familiares, mismos que se encargan de disponer cómo ha de construirse y adornarse dicha ofrenda y que en otra ocasión comentaremos a detalle.
En el caso del recinto conmemorativo a Cuauhtémoc, en éste también se monta una ofrenda que es pensada y realizada por la gente del lugar y por los que llegan de lejos a recordar al héroe mexica, convirtiéndola en un libro abierto que, a su lectura, lleva a la utopía nacionalista sin clases.
Mostramos distintas tomas de variados años, para observar la riqueza popular que se expresa sin recato alguno.