Por J. Víctor Arias Montes
Después de muchos años de luchar, por fin el país tiene un Presidente elegido por una apabullante mayoría. Obviamente a los sectores más conservadores les duele ver que sus privilegios han terminado y que el saqueo perverso de nuestro país así como el cáncer de la corrupción que envenenó a nuestra sociedad también ha finalizado; o cuando menos, se ha iniciado el camino para que todo ello termine y se construya un verdadero Estado de bienestar.

En su discurso de toma de posesión ante el Congreso, el presidente Andrés Manuel López Obrador dejó efectivamente en claro que la República cambiaría de rumbo y que en éste los pobres tendrían un lugar de primerísimo orden.
Desde su toma de posesión, han transcurrido poco más de dos años y en ese transcurso los conservadores y sus intelectuales orgánicos se han envalentonado en contra de la Cuarta Transformación, misma que encabeza con toda su fuerza el Presidente de la República.
Como se recordará, en la toma de posesión el Presidente enumeró algunas de sus principales propuestas para superar la época neoliberal que azota el país desde hace varias décadas y que lo llevó a la quiebra. Y en su presentación en el Zócalo de la Ciudad de México, a unas horas de su toma de posesión, presentó uno a uno los 100 compromisos que, a la entrega del bastón de mando de los pueblos originarios, se responsabilizó de cumplir para alcanzar una modernidad forjada desde abajo y para todos.
Muchos recuerdos vinieron a nuestra mente cuando todo ello transcurría: todos los años de lucha política para que el país transformara sus estructuras y se construyera, con la participación de todos, una patria justa y democrática donde el pueblo mande.

Desde luego salta de improviso la pregunta de a qué modernidad se estará refiriendo el Presidente, pues ¿qué acaso México no es un país moderno? Los arquitectos, por ejemplo, desde mediados del siglo XIX en plena época Liberal, por voz del arquitecto Manuel Gargollo y Parra,[1] plantearon la necesidad de un estilo nuevo, un estilo nacional, apropiado a nuestro país, a nuestras costumbres mexicanas, que a su vez conformara una manera de edificar una arquitectura moderna y nacional.
Lo moderno, entonces, se amalgama con el tiempo presente, con las características del país, con las diversas costumbres de los mexicanos y sus necesidades materiales y espirituales. Pero también lo moderno no se ancla al pasado, pero lo toma como una referencia obligada. Esa sería, desde luego, la modernidad forjada desde abajo; una nueva manera de ser ante el mundo. Una nueva manera, cuyo espíritu guiará la Cuarta Transformación.
[1] Manuel Gargollo y Parra, “Memoria del socio Manuel Gargollo y Parra sobre la necesidad de un estilo moderno de arquitectura” en Memoria de la Asociación de Ingenieros Civiles y Arquitectos, México, Imprenta de Tecpan, 1869.
¿Y los de abajo? ¿Cómo integrar a todos los mexicanos que desde siempre han estado fuera de los ámbitos de decisión? En el Plan Nacional de Desarrollo del actual gobierno, está la exposición precisa:
La referencia a ese “abajo” social refiere el protagonismo histórico que se han ganado los siempre desposeídos, oprimidos, despojados y discriminados, aquellos que han sido tradicionalmente atropellados por los grandes intereses económicos, ignorados por los medios y privados del ejercicio de sus derechos por el poder político; pero hace referencia también a la formidable reserva de civilización contenida en la herencia cultural y social mesoamericana y que ha resistido trescientos años de dominio colonial, un siglo de guerras intestinas durante la república independiente y, por supuesto, más de tres décadas de neoliberalismo rapaz. Será una construcción colectiva, que incluya la vasta diversidad de posturas políticas, condiciones socioeconómicas, espiritualidades, culturas, regiones e idiomas, ocupaciones y oficios, edades e identidades y preferencias sexuales que confluye en la población actual de México. Y no excluirá a nadie porque será, precisamente, una respuesta positiva y constructiva a las décadas de exclusión en las que las mayorías fueron impedidas de participar, mediante la manipulación política, la desinformación y la represión abierta, en las decisiones nacionales.[2]
[2] Plan Nacional de Desarrollo 2019-2024, México, Presidencia de la República, 2019, p. 36.
Para lograrlo, al final de su discurso en el Zócalo, el Presidente sugirió un mecanismo que asegura y acrecienta la participación de tod@s:
No dejemos de encontrarnos: mantengamos siempre la comunicación. No habrá divorcio entre pueblo y gobierno. Yo les necesito, porque como decía Juárez “con el pueblo todo, sin el pueblo nada”. No me dejen solo porque sin ustedes no valgo nada o casi nada; sin ustedes, los conservadores me avasallarían fácilmente. Yo les pido apoyo, porque reitero el compromiso de no fallarles; primero muerto que traicionarles.
Pues sí, estar comunicados es fundamental y para continuar impulsando la revolución pacífica que implica la Cuarta Transformación, tod@s necesitamos de tod@s; no dejemos solo al Presidente ante los embates de los conservadores y sus intelectuales; nadie debe fallar, cada quien haciendo bien lo que esté a su alcance será la mejor arma para alcanzar esa gran hazaña transformadora y pacífica.
