M. Alejandro Gaytán Cervantes
El automóvil de John no arrancó; debe llegar muy temprano a Dublín y aún será necesario caminar un tramo largo para llegar a la estación de autobuses.
Está muy oscuro; por el frío, en las calles de Arklow no hay ni un alma y los edificios parecen espectros… Cada paso que da, se le dificulta. El gélido ambiente y la humedad hacen resbaladizas las calles.
Hoy, en esta soledad del camino, vuelve intensamente a su memoria lo sucedido hace unos meses; al transitar por las afueras de la ciudad; fue atropellado por un camión y de milagro se salvó.
En ese momento la vio. Se le apareció en una forma etérea que le produjo una impresión total. Conversaron; la besó, y se le quedó grabada de tal forma que descubrió: Es a ella a quién siempre ha deseado; sin embargo, no la ha vuelto a ver, ni siquiera conoce su nombre o domicilio.
Al caminar de prisa y dar vuelta en una esquina, de la casa del borde sale algo pequeñito con quién tropieza, resbala, cae, se golpea la nuca; se le oscurece la vista. Al abrir los ojos ve un duende irlandés, porqué es verde y parece humano. Este lo ve tirado en el suelo, lo mira con sus ojitos luminosos y alegres; parece preguntarle:
– ¿Tú quién eres?
Al levantarse John, lo alza con gran facilidad; no pesa nada, Siente como el duende, con un gesto le comunica una fuente de felicidad.
Súbitamente se abre la puerta del garaje de la casa. No hay ningún automóvil, sólo ve luces de intensos colores que brillan en una forma penetrante. Es extraño, pero aunque los resplandores abarcan con enorme fuerza toda la escala de tonos, ninguno de los rayos de luz que hay adentro, sale a la calle. Por eso, aunque el interior de la cochera brilla poderosamente, el frente de la casa es igual de oscuro al de las demás viviendas.
Al entreabrirse el portón de la sala, asoma un rostro, que, aunque apenas se distingue entre los miles de brillos de colores, parece ser el de ella; la mujer que tanto ha anhelado volver a ver. Se acerca y la reconoce, en efecto, es su añoranza. Ella, sonriente le abre la puerta de la estancia.
El interior del salón es increíble, las dimensiones de las cosas tienen otra escala. La estancia está invadida por una selva de enormes dimensiones; es, más tupida a las que ha visitado en Chiapas o en el Amazonas; se configura por enormes montañas, ríos y abismos que se pierden en la lejanía, a kilómetros y kilómetros de distancia.
Ella está vestida con una túnica blanca, vaporosa; la iluminación del sitio, le produce una apariencia fantasmal, su figura es lánguida, espiritual. Le da la mano, la cual John besa con gentileza y produce una ligera presión sobre sus dedos; sonriente la acepta, acerca su mejilla, donde él deposita suavemente sus labios.
Hoy, revive esos momentos de placer cuando con su voz dulce, le dice:
-Aunque no lo creas, te he estado esperando desde hace tiempo. No sabes cuánto he anhelado este momento. Hoy estas aquí conmigo, igual, de la misma forma a como lo había deseado.
Sus palabras, le producen sensaciones ni siquiera imaginadas; por eso enmudece y lo único que alcanza a producir es una tímida sonrisa; su voz no puede decir palabra.
Ella recuesta su cabeza en el hombro de John, quién la abraza con una mano, pues en la otra trae al duende.
Suben a la cima de la montaña más alta. Desde su cúspide se distinguen lejanos caseríos llenos de colores, las casas con muros blancos; la ropa de la gente es alegre, multicolor, los parajes tienen múltiples verdes, los matices de las flores alegran la vista con distintos capullos y flores abiertas como ramilletes.
La estrecha y besa, siente sus labios en los suyos. Acurrucada en su brazo le expresa sus sentimientos sin decir palabras, todos ellos parecen de amor. Estas sensaciones originan la imperiosa necesidad de excavar en lo más profundo de sus recuerdos, aquellos que desde su niñez le han producido instantes felices.
Se abrazan y besan con un sentimiento eterno, La mano derecha de John recorre su cabeza, cuello, espalda, su cuerpo.
Lo invita a tenderse en un pequeño prado, bajo un árbol de gran follaje. Se acuesta. Cierra los ojos para percibirla más dulcemente, suelta al duende, con el fin de abrazarla plenamente.
En ese instante percibe un intenso viento helado que se cuela por su cuello, recorre la espalda, desbarata sus sentidos. Ella está cerca de él, pero no se parece a como era hace unos instantes; ahora es un cuerpo helado, frío, demasiado delgado, sin la chispa de hace un rato.
Razona, ¿quién es ella? ¿Qué lleva en la mano?
Su organismo tiembla, sus dientes, incontrolables, castañean, hasta que, por fin, quedan inmóviles, como todo su cuerpo.
Quiere abrir los ojos y se topa con una oscuridad total.
John está solo, en este piso resbaloso, rumbo a la estación de autobuses, en una calle de Arklow, donde su respiración, ha finalizado.