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La Revolución Rusa, los constructivistas y el Vkhutemas.[1]

Primera parte

Gerardo G. Sánchez Ruiz

[1] Este trabajo fue publicado en: Herrera Gutierrez de Velasco, Luis Carlos, 1919. A un siglo en el arte, la historia y el diseño, México: Universidad Autónoma Metropolitana-A, 2022.

En todos los periodos revolucionarios construir nuevas condiciones para satisfacer aspiraciones de los grupos que logran un nuevo orden social, implica un despliegue de proyectos y acciones que se extienden en todos los ámbitos de la vida; muchos quedan como utopías, otros con alcances limitados y pocos alcanzan la plenitud del éxito. Esto fue una condición que acompañó a los constructivistas, un conjunto de artistas, arquitectos e ingenieros quienes se sumaron al proceso revolucionario que buscó concretar un nuevo estado de cosas en Rusia a partir de 1917. Lastimeramente, como consecuencia de las contradicciones en que se sumió el nuevo sistema ―entre otras situaciones, como consecuencia del autoritarismo gestado por los dirigentes del Partido Comunista de la Unión Soviética― el intento de una nueva sociedad se derrumbó a partir de 1989 con la caída del muro de Berlín, no sin dejar experiencias gestadas por aquellos profesionales en los talleres del Vkhutemas, una escuela que se desarrolló al parejo de la Bauhaus y con la cual compartió profesores y similar destino.

La búsqueda de una nueva sociedad y perspectivas para la arquitectura.

En una dinámica donde se combinaron las armas de la crítica y la crítica de las armas,[2] Lev Davidovich Bronstein (1879-1940) ―León Trotsky―, quien dirigía el Soviet de Petrogrado, con obreros y soldados consumó en 1917  la toma del Palacio de Invierno; con lo que al unírsele Vladimir Ilich Ulianov ―Nicolás Lenin― el máximo dirigente del proceso revolucionario y otras figuras de este momento histórico, intentaron una de las utopías más grandes del siglo XX: la edificación de la sociedad comunista. La pretensión era que el conjunto de la sociedad disfrutara por igual los beneficios de lo que se avizoraba como el logro de una gran producción de satisfactores; por lo en esa aventura, se involucraron todos los ámbitos sociales: la economía, la educación, el arte, la arquitectura, el urbanismo, etcétera. La utopía parecía una realidad, las masas populares habían derribado al régimen zarista, y con los profesionales incorporados a la revolución se pretendía poner ciencia y obras al servicio de la nueva sociedad.

[2] La expresión es de Carlos Marx, al señalar: “Es cierto que el arma de la crítica no puede sustituir a la crítica de las armas, que el poder material tiene que derrocarse por medio del poder material, pero también la teoría se convierte en poder material tan pronto como se apodera de las masas. Y la teoría es capaz de apoderarse de las masas cuando argumenta y demuestra ad hominem, y argumenta y demuestra ad hominem cuando se hace radical. Ser radical es atacar el problema por la raíz. Y la raíz, para el hombre, es el hombre mismo” Karl Marx, Crítica de la Filosofía del Derecho de Hegel, 1944. Disponible en: https://www.marxists.org/espanol/m-e/index.htm.

Como parte de las ideas con las que se pretendió la construcción del nuevo estatus social, cabe resaltar lo imaginado por Lenin y correligionarios, al apostar por la electrificación del país como una condición de transición de un país con atrasos a uno adelantado, o la transformación de lo antiguo en moderno. Lo anterior, planteando la renovación de la sociedad rusa a partir de impulsar la técnica y aventurar logros a través de la planificación económica; de ahí su célebre frase: “El comunismo es el poder soviético más la electrificación del país”, vertida en el VIII Congreso de los Soviets de toda Rusia (1920) (Lenin, 1920: 284).

En ese discurso, bajo la presión que implicaba señalar los caminos para la consecución de un nuevo estatus social y económico que beneficiara a todos y visualizando la necesidad de hacer planes a corto, mediano y largo plazo, Lenin insistió en lo imperioso de generar electricidad para así impulsar una industria, una agricultura y un transporte modernos para conectar a toda la Unión Soviética, señalando ―o deseando― que así se desaparecerían las condiciones de pobreza existentes en el campo y a las que agobiaban a pobladores de ciudades.

Por supuesto, entre esos dirigentes existían las inquietudes respecto al arte, la arquitectura y las ciudades. León Trotsky visualizó los cambios que tenían que hacerse y oponiéndose al capricho del uso de las formas y de materiales en la arquitectura si no cumplían con la resolución de los problemas del hábitat imaginado, señaló:

La nueva arquitectura será formada por dos elementos: un objetivo nuevo y de nueva técnica de utilización de materiales en parte nuevos y en parte viejos. La nueva meta no será la construcción de un templo, de un castillo o de un hotel particular, sino la construcción de una casa del pueblo, de un hotel para numerosos inquilinos, de una casa comunitaria, de una escuela de grandes dimensiones. Los materiales y su empleo serán determinados por la situación económica del país en el momento en que la arquitectura está dispuesta para resolver sus problemas. Tratar de arrancar la construcción arquitectónica al futuro es sólo dar muestras de una arbitrariedad más o menos inteligente e individual. Y un estilo nuevo no puede asociarse a la arbitrariedad individual.[3]

[3] León Trotsky, Literatura y revolución, p. 64, 1924. Disponible en: http://afoiceeomartelo.com.br/posfsa/Autores/Trotsky,%20Leon/Trotsky,%20Leon%20-%20Literatura%20y%20Revolucion.pdf.

Para el caso, este utópico de la revolución mundial no fustigaba a los arquitectos que se unieron a la experiencia de construir el hábitat para la sociedad comunista; al contrario, llamaba a visualizar y a encaramarse en la concepción de edificaciones conforme se iba construyendo la nueva sociedad, en la idea de pasar de las carencias al reino de la abundancia, donde se incluía la producción de edificaciones. En ese sentido, resaltó las nuevas posibilidades de la arquitectura en el nuevo contexto sociopolítico, y refiriéndose a los proyectos que en ese momento generaba uno de los máximos exponentes de los constructivistas ―el grupo teórico y práctico surgido fragor de la revolución―, a saber: Vladimir Yevgraphovich Tatlin (1885-1953), y en especial del proyecto planteado para el monumento a la III Internacional, decía:

Los autores de proyectos gigantescos, como Tatlin, tendrán tiempo para reflexionar, para corregir o revisar radicalmente sus proyectos. Por supuesto, no creemos que vamos a estar durante decenas de años todavía reparando las viejas calles y casas. Como para todo lo demás, en primer lugar, tenemos que arreglar, luego prepararse lentamente, acumular fuerzas antes de que venga un período de desarrollo rápido. Tan pronto como se cubran las necesidades más urgentes de la vida, y tan pronto como se pueda tener un excedente, el Estado soviético, situará en el orden del día el problema de las construcciones gigantes en que encarnará el espíritu de nuestra época. Tatlin tiene razón al separar de su proyecto los estilos nacionales, la escultura alegórica, las piezas de estuco, los adornos y paramentos, y tratar de utilizar correctamente sus materiales. De este modo se han construido desde siempre las máquinas, los puentes y los mercados cubiertos. Pero todavía está por demostrar que Tatlin tenga razón por lo que respecta a sus propias invenciones: el cubo giratorio, la pirámide y el cilindro, todo ello de cristal. Las circunstancias le darán tiempo para reunir argumentos a su favor.[4]

[4] Ibid, p.p. 118-119.

Maqueta del monumento a la III Internacional, Vladimir Tatlin, 1920.

Es necesario rescatar la amplia perspectiva poseída por ese trazador de utopías quien alcanza a visualizar también, las posibilidades de los arreglos territoriales como sustento de la producción, las nuevas relaciones sociales y las cotidianidades. En efecto la planeación urbana o el urbanismo, con la utopía que se construía, tomó un nuevo giro por ser fundamental para el desarrollar a la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. Si ya los alemanes desde el siglo XIX planteaban el control del suelo como condición para un mayor éxito del arreglo de ciudades, con el surgimiento del Estado Soviético se tenía el control de este y de más variables para el manejo del país y ciudades. En esa vía es que Trotsky señalaba:

No hay duda de que en el futuro, y sobre todo en un futuro lejano, tareas monumentales como la planificación nueva de las ciudades-jardín, de las casas-modelo, de las vías férreas, de los puertos, interesarán además de a los arquitectos y a los ingenieros, a amplias masas populares. En lugar del hacinamiento, a la manera de los hormigueros, de barrios y calles, piedra a piedra y de generación en generación, el arquitecto, con el compás en la mano, construirá ciudades-aldeas inspirándose solamente en el mapa. Estos planos serán sometidos a discusión, se formarán grupos populares a favor y en contra, partidos técnico-arquitectónicos con su agitación, sus pasiones, sus mítines y sus votos. La arquitectura palpitará de nuevo en el hálito de los sentimientos y de los humores de las masas, en un plano más elevado, y la humanidad, educada más “plásticamente”, se acostumbrará a considerar el mundo como una arcilla dúctil, apropiada para ser modelada en formas cada vez más bellas. El muro que separa el arte de la industria será derruido. En lugar de ser ornamental, el gran estilo del futuro será plástico. En este punto los futuristas tienen razón. No hay que hablar por ello de la liquidación del arte, de su eliminación por la técnica.[5]

[5] Ibid, p. 120.

Las vanguardias en el arte y los artistas rusos.

Es en ese contexto de edificación de una nueva sociedad, que hicieron presencia arquitectos, ingenieros, urbanistas, y artistas pretendiendo colaborar con la edificación del socialismo desde cada una de sus especialidades, generando escritos sobre teoría de la plástica, la arquitectura y el urbanismo, así como un sinnúmero de proyectos con los que renovando posturas técnicas y estéticas pretendieron cobijar las nuevas aspiraciones, construyendo o renovando viviendas, edificios gubernamentales, hospitales, escuelas, ciudades, espacios públicos; o creando señalizaciones, carteles, documentales, etcétera.

Las ideas de modernización de lo edificado estaban siendo planteadas en esos momentos por la arquitectura y el urbanismo modernos en un ambiente de creatividad de profesionales ligados al diseño y extendida en países como Alemania, Austria, Francia, Inglaterra, Holanda, España y los Estados Unidos, donde afloraban vanguardias en pintura, escultura, arquitectura y urbanismo. Ejemplos de éstas fueron el cubismo, el expresionismo, el Secesionismo en Viena, el Suprematismo y el Stijl de Holanda, el racionalismo, los futuristas, etcétera; no obstante, con la revolución de octubre, en el ambiente cultural ruso se visualizaban mayores posibilidades para sus vanguardias.

La nueva situación social y artístico también como condición revolucionaria, venía aflorando en Rusia desde la segunda década del siglo XX con un numeroso grupo de artistas de entre quienes destacaban los denominados futuristas como David Burliuk (1882-1967), Velimir Vladimirovich Khlebnikov (1885-1922) y Vladimir Maiakovski (1893-1930). De tal modo que, al ocurrir la toma del Palacio de Invierno en 1917 muchos de ellos se sumaron a la atención de las nuevas demandas, formando un entusiasta grupo con el propósito de plantear nuevos derroteros en la creación de objetos.

De éstos se pueden nombrar a: Wassily Kandinsky (1866-1944), Kasimir Malevich (1878-1935), al ya mencionado Vladimir Tatlin (1885-1953), Antoine Pevsner (1886-1962), Lyubov Popova (1889-1924), Konstantin Stefanovic Melnikov (1890-1974), El Lissitzky (1890-1941), Naum Gabo (1890-1977), Alexandr Rodchenko (1891-1956), Aleksei Gan (1893-1942), Varvara Stepanova (1894-1958), Moisei Ginzburg (1892-1946) o Laszlo Moholy-Nagy (1895-1946). Estos profesionales partieron de las posibilidades de construir un nuevo modelo económico y social, donde se vio en el Estado Soviético un ente revolucionario, el cual, en un momento dado, podía tener el control del conjunto de variables económicas, sociales y territoriales.


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