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Juan O’Gorman. El regreso a la arquitectura

Por José Víctor Arias Montes

El 18 y 19 de agosto de 2005, en conmemoración del centenario del nacimiento del arquitecto Juan O’Gorman, se realizó el VII Seminario Nacional de Teoría de la Arquitectura en la Facultad de Arquitectura de la UNAM con el tema Juan O’Gorman (1905-1982). Entre la arquitectura funcionalista y la arquitectura como arte. En dicho seminario, coordinado por el que esto escribe, se presentaron 19 ponencias repartidas en las temáticas fijadas para cada una de las cuatro mesas: La arquitectura funcionalista vs la arquitectura como arte, La teoría en la práctica arquitectónica, La orientación arquitectónica en las escuelas de arquitectura y La presencia teórica de Juan O’Gorman.

A cada participante se le entregó una memoria impresa con las ponencias presentadas y, desde luego, que el evento fue todo un éxito.

La ponencia presentada por un servidor, titulada “Juan O’Gorman: entre el pasado y el presente o de cómo el principio no siempre es igual al final”,  incluyó un proyecto inédito del arquitecto O’Gorman que marcó momentáneamente su regreso a la arquitectura. Se trata de un proyecto dibujado a lápiz en dos planos al que nombró: “Monumento a la tierra y a la revolución agraria”, fechado en septiembre de 1972.

Dado el interés que siempre me ha causado este proyecto, vuelvo a presentarlo para que los lectores reflexionen sobre ese regreso efímero de O’Gorman a la arquitectura mexicana.

Espero lo disfruten.

Cartel del VII Seminario Nacional de Teoría de la Arquitectura. 18-19 de agosto de 2005. Facultad de Arquitectura de la UNAM.

En 1948, en el Pedregal de San Ángel, Juan O’Gorman, otrora el más radical de los radicales, inicia la construcción de su casa que concluirá en 1952. En ella acaba por sepultar la doctrina funcionalista y a poner en entredicho a la Arquitectura  Internacional. Realiza para ello un proyecto de “arquitectura orgánica” en protesta contra la moda académica aprovechando las formaciones y oquedades de la roca volcánica e integrando la pintura y escultura en mosaicos de colores invirtiendo los conceptos académicos y creando una nueva estética en rechazo abierto a la pobreza plástica del funcionalismo.[1]

[1] Juan O’Gorman, “Un ensayo de arquitectura orgánica” en Arquitectura México, número 112, México, pp. 92-99. Puede verse también, con excelentes fotografías: Juan O’Gorman “Un ensayo sobre la arquitectura orgánica” en Artes de México, núm. 97-98, México, 1967, pp. 90-100. Señala el mismo O’Gorman: “En el año de 1947 compré un terreno… cuyas condiciones eran ideales para hacer una casa en la que la imagina­ción, la fantasía, jugaran una parte im­portante de su arquitectura. Comencé a construir esta casa en el año de 1948 y la terminé en 1952…

Otro de los propósitos en la realiza­ción de esta obra fue el de integrar la arquitectura con las otras artes plásti­cas: la pintura en mosaicos de piedras de colores naturales y la escultura re­cubierta de este mismo mosaico de piedra. A la vez se partió de una plan­ta lo más sencilla posible, que resol­viera su función utilitaria… Este ensayo de arquitectura orgáni­ca se hizo como una protesta contra la moda académica que hoy impera en México y se manifiesta en los edificios del llamado estilo internacional. Esta casa se realizó con el principal propó­sito de ser un grito de protesta en fa­vor del humanismo, dentro del desier­to mecánico y tecnológico de nuestra “maravillosa civilización”. Está claro que con esta casa se realizó una de tantas posibilidades de arquitectura original y creativa al invertirse casi to­talmente los conceptos académicos de la arquitectura de nuestra época, y en esto consistió, a mi juicio, el valor estético que pudo tener…”

Poco después, hacia mediados de la década de los años 50, O’Gorman presenta dos conferencias donde plantea el surgimiento de una nueva arquitectura distinta al funcionalismo que pregonara décadas atrás. En la que imparte en la Sociedad de Arquitectos Mexicanos y que titula “Más allá del funcionalismo: la arquitectura moderna y sus relaciones”, desde el primer párrafo advierte de los cambios por él experimentados; señalando:

Así como la materia existe en condición especial de su constante transformación y en condición general de su inalterabilidad de cantidad, igualmente el arte, como expresión de la vida, para poseer capacidad emotiva, requiere una constante transformación que sólo se lleva a cabo por medio de la invención. Estas invenciones son el incremento que se agrega a toda una trayectoria y que va desenvolviendo su curso de acuerdo con las transformaciones sufridas por la realidad del hombre y su medio.[2]

[2] Juan O’Gorman, “Más allá del funcionalismo: la arquitectura moderna y sus relaciones” en Ida Rodríguez Prampolini (coord.), La palabra de Juan O’Gorman (Selección de textos), México, IIE-UNAM, 1983, p. 184.

Para él, en esta nueva época de su vida profesional, lo nuevo se transformará en lo viejo; lo útil ya no lo será tanto y se trocará en inútil. Lo que antes fue ya no será, el hombre y las circunstancias lo transformarán en lo que el hombre nuevo soñará nuevamente. Así que O´Gorman, con estas palabras como preámbulo, anuncia públicamente el abandono de la arquitectura funcionalista, o ingeniería de edificios, y sugiere que existe algo más allá del funcionalismo. Recordémoslo:

…¿qué cosa hay más allá del funcionalismo? La respuesta sería que hay la necesidad humana de que el albergue, además de que funcione bien, sea obra de arte, es decir, que produzca placer estético. Requiere que por fuera y por dentro procure al hombre la sensación de agrado, de gusto; que al entrar en el edificio o estar frente a él dé satisfacción contemplarlo.[3]

[3] Juan O’Gorman, “Más allá del funcionalismo” en Ida Rodríguez Prampolini, Juan O’Gorman. Arquitecto y pintor, México, UNAM-Dirección General de Publicaciones, 1982, p. 108.

Atrás había quedado la consigna radical de que lo primero eran las necesidades materiales; ahora, las espirituales, se reposicionaban nuevamente en el discurso dialécticamente transformador de O’Gorman. Su casa de la avenida San Jerónimo, sería, pues, la piedra de toque para su nueva incursión en la arquitectura. La nueva consigna, dominada por las ideas de su nuevo maestro Frank Lloyd Wright, se cimentaba en la arquitectura orgánica al preconizar:

Por arquitectura orgánica debemos entender la tendencia de la arquitectura a realizar expresiones de arte dentro del realismo pero fundamentalmente orientada a encontrar en su forma la armonía con el medio físico y con el carácter de la naturaleza y el paisaje de la región en donde se hace. La arquitectura orgánica pone el acento en su relación con la naturaleza y puede entenderse como un realismo naturalista.[4]

[4] Juan O’Gorman, “¿Qué significa socialmente la arquitectura moderna en México?” en La palabra de Juan O’Gorman, Op. Cit., pp. 169-71.

¿No era esto lo que había encontrado en sus visitas a la Casa de la Cascada y en las explicaciones de Wright? No hay duda alguna: su “cambio” de posición no era otra cosa que la transformación de sus ideas a partir de infinitas relaciones y recíprocas influencias de una época en relación a otra: entre su pasado y su presente.

Una vez que O’Gorman hubo abandonado la arquitectura se dedicó profusamente a la pintura, especialmente a la mural, cuyas temáticas recreaban a México en todas sus épocas. Cuando termina el Retablo de la Revolución (1969) en el Castillo de Chapultepec, uno de los últimos que pinta, voltea hacia los problemas agrarios, tan agudizados a finales de los sesenta del siglo  XX, que nace en él el deseo de continuar con los demás retablos de ese periodo de la historia de México. No lo logra, pero en cambio busca, por medio de la arquitectura, rendir homenaje a uno de los principales personajes revolucionarios: Emiliano Zapata. Así que decide desarrollar, en 1972, la idea de un monumento dedicado a la tierra y la cuestión agraria. Proyecto que debiera considerarse como póstumo en su obra arquitectónica marcando su regreso a ésta, aunque éste fuera su último intento por concretarlo. Rescata también lo que había negada cuando joven al estar colaborando con Diego Rivera en el Anahuacalli, es decir, la “arquitectura basada en la arqueología”.[5]

[5] Dice O’Gorman: “No creo que este tipo de arquitectura, que tiene como base la idea de un renacimiento del arte prehispánico, sea hoy factible por sus imposibles adaptaciones a las necesidades del presente…” en Antonio Luna Arroyo, Juan O’Gorman: autobiografía, antología, juicios críticos y documentación exhaustiva sobre su obra, México, Cuadernos populares de la pintura mexicana moderna, 1973, p. 142.

La planta de conjunto de este monumento se desarrolla a partir de una estrella pentagonal, en cuyo centro se levanta, enroscada, una serpiente emplumada a manera de pirámide escalonada, de 10 metros de altura y 10 metros de diámetro, rematada por su cabeza cuyas fauces entreabiertas muestran, aparte de dos grandes colmillos, a Emiliano Zapata en su interior.

Muchas de nuestras culturas prehispánicas, en diferentes tiempos y regiones, representaron en la fusión de la serpiente y el jaguar la asociación del agua con la fertilidad de la tierra, para que así germinara el alimento del hombre y la propia vida. Posteriormente, se ligó a la serpiente con las aves, dando por resultado un concepto religioso que relacionaba al jaguar con la tierra y la fertilidad; y a la serpiente de cascabel y serpiente–pájaro con la lluvia, en el cielo. Al tiempo, esta idealización se transformó en el dios Quetzalcóatl (dios Hombre-Pájaro-Serpiente) recorriendo todo el mundo mesoamericano y convirtiéndose en una de las más exquisitas y míticas figuras religiosas, para después partir, no sin antes advertir: “…que tuviesen por cierto que volvería algún día a consolarlos y gobernarlos…”

Es posible que el significado del monumento con la figura emblemática de Zapata tenga, desde el punto de vista de O’Gorman, el mismo que le dieron a Quetzalcóatl los pueblos prehispánicos.

La cabeza de la serpiente, mitad escamas y mitad plumas, porta las orejeras del dios Ehécatl Quetzalcóatl y está formada por un espacio interior semiesférico forrado con piedras de colores y un domo que ilumina, verticalmente, la escultura de Zapata que se ubica al centro de este espacio. La escultura, de 2 metros de altura, mira de frente a las escaleras como si estuviera dispuesta a bajar por ellas. Éstas, a su vez, están flanquedas por dos alfardas que las delimitan y por una gran lengua bífida que se desliza por los escalones hasta casi la mitad de la altura de la escalinata. Se remata, en su arranque, con dos braceros, uno de los cuales sirve de asta bandera.

La serpiente enroscada, está sostenida, virtualmente, por las alfardas de la escalera y tres accesos enrejados al interior de ella. La estructura es a base de columnas y losas, generando un espacio interior que serviría para distintas actividades. Esos accesos enrejados portan una hoz, símbolo de trabajo y lucha agraria, rematados por un medallón de obsidiana al centro superior de la puerta.

Dice Marx que “los hombres hacen su propia historia, pero no la hacen a su libre arbitrio, bajo circunstancias elegidas por ellos mismos, sino bajo aquellas circunstancias con que se encuentran directamente, que existen y les han sido legadas por el pasado…”[6] y O’Gorman no es la excepción: es producto de las circunstancias de distintas épocas, enriquecidas por su pasado.

[6] Carlos Marx, El dieciocho brumario de Luis Bonaparte, editorial Progreso, Moscú, p. 9.

Este proyecto es como una lejana continuación de su casa en el Pedregal. Es la continuación de un organicismo extremo, efímero, con contenido expresamente político. Lo otro, lo funcional, según sus propias palabras, ha quedado en el pasado al escribir:

Me arrepiento de no haber entendido el significado de la arquitectura orgánica en los años de mi juventud. Posiblemente, si hubiera practicado las enseñanzas de Wright en ves del funcionalismo, habría dejado en mi patria una obra más importante en la arquitectura. Ahora veo que, como arquitecto, no he dejado nada, puesto que la única obra que creo de interés propiamente arquitectónico hecha por mí fue la casa de la Avenida San Jerónimo número 162…[7]

[7] Antonio Luna Arroyo, Op. Cit., p. 156.

Conjuntamente, por si fuera poco, había enraizado en él desde niño un amor profundo por México, por su gente y por sus modos de vida. El carácter duro de su padre y el trato dulce de su madre y abuela, y las circunstancias vividas directamente en el proceso revolucionario de 1910, lo llevaron a decir siempre que “México, para mí, representa el amor, la paz y todo aquello que es magnífico y maravilloso en el mundo”.[8]

[8] Idem, p. 75.


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Un comentario en “Juan O’Gorman. El regreso a la arquitectura

  1. Pues yo sigo creyendo que están primero las necesidades materiales, sin que ello implique en la arquitectura, que satisfaga las también, las necesidades subjetivas. Dice otro arquitecto comunista Oscar Niemeyer: » Es importante la arquitectura, pero es mas importante la Vida». Creo que así es y esto marca una diferencia sustancial sobre como concebimos el ejercicio y la práctica de lo arquitectónico y la arquitectura.

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