M. Alejandro Gaytán Cervantes.
Te conocí casualmente en ese viaje a Bélgica donde, en el vestíbulo del aeropuerto coincidimos, Y lo mismo pasó con el hotel, en el que cada uno, por su lado, nos hospedamos; así fue también en el restaurante donde desayunamos.
Tu sonrisa y ojos vivaces, alegres, me entusiasmaron hasta el punto de que olvidé mi propósito de participar en el certamen para el que llegué invitado. En forma casual inicié una conversación, que aceptaste y nuestras miradas, expresiones, ademanes, se entrelazaron; las cuales continuaron en esa mañana y tarde, que, como nunca me había sucedido, se convirtieron en un instante. Las horas que pasé a tu lado han sido las mejores en mi existencia.
Apenas me acerqué a ti y en lo más parecido a un instante, te abracé, besé, paladeé tu cuerpo. Cuando no encontrábamos iniciando lo que creía sería un romance perecedero; de pronto, todo cambió.
Un grupo de personas llegó por ti, y ante tú y mi sorpresa, sin alcanzar siquiera a despedirte, a decirme quien y de donde eras, partiste de mi lado para un sitio desconocido.
No he vuelto a saber de ti. No sé dónde vives, ni siquiera como te llamas; ¿eres soltera, casada? ¿Te volveré a ver?
Sin embargo, hoy sólo existes como un recuerdo incrustado en mi mente. O apenas un fantasma que un día encontró un hueco en mi cerebro, donde se encajó, para no salir ya nunca, y desde entonces dejarme sin libertad de pensamiento y obra. ¿Existes? ¿Eres? ¿Estás? ¿Estuviste?
Los días se inician a las dos de la mañana, cuando despierto con un sobresalto y al abrir los ojos, apareces. Pareciera que estuvieras presente.
Te introduces en la soledad de mi alma y con ella, también en la de mi recamara. Te adueñas de sus espacios, te expandes como un globo y todo lo colmas. Ya no puedo pensar en otra cosa que en tenerte en mis brazos.
¿A que lugar del planeta debo ir para encontrarte nuevamente?
Sin embargo, tu recuerdo es sumamente vago, pues no te puedo palpar; pero no puedo pensar en otra cosa. Así, eres tú la tirana de mi alma.