Por José Víctor Arias Montes
Pues sí, efectivamente, para febrero de 1973 parecía que el Autogobierno se encajonaba en un callejón sin salida. Todo parecía confuso, dando la impresión de que la Rectoría ganaba la partida. Así lo creyeron muchos, después de que el 19 del mismo mes la Junta de Gobierno designara al arquitecto René Capdevielle Licastro director de la Escuela Nacional de Arquitectura quien dos días más tarde, para su toma de posesión, se hizo acompañar de un nutrido grupo de “porros”.[1]
[1] Universal y Excélsior, 22 de febrero de 1973, p. 17 y p. 1, respectivamente.
La utilización de estos grupos fue un rumor que días antes generó alarma y temor a la vez que enojo. Unos señalaban que se tenían “informaciones” de que ya se había reclutado un numeroso grupo para asegurar la toma de posesión y reabrir los locales de la dirección, que para entonces continuaban cerrados. Otros decían que no se atreverían a tanto pues la Rectoría corría el riesgo de que la respuesta fuera proporcional pero en sentido contrario, ya que los comités de lucha habían ofrecido abierto apoyo para rechazar cualquier intento de utilización de estos grupos. De cualquier manera se previno el escenario más violento para organizar la protesta.
La violencia fue inevitable. Al momento de la “toma de posesión” en el vestíbulo principal de la escuela, presidida por Sergio Domínguez Vargas, Secretario General de la UNAM, los jaloneos, empujones y gritos se transformaron en una batalla campal, cuando los “porros” blandieron palos y cadenas y empezaron a golpear.
El mayor número y mejor organización y coraje de los que protestaban por esa espuria toma de posesión, mayoritariamente del Autogobierno, obligó a que los “porros” se replegaran hacia el pasillo al estacionamiento para, por fin, no resistiendo más los golpes, salir corriendo por la rampa al circuito. Hasta allá salió el “nuevo” director, corriendo con su “grupo de apoyo”, profiriendo amenazas y anunciando que “mañana regresaría”. Los presentes se reagruparon nuevamente en el vestíbulo. Algunos gritando de júbilo y otros más llamando a la organización contra los “porros”, para después trasladarse a una de las aulas cercanas y prepararse para el otro día. La sorpresa sería la mejor arma. La consigna era evitar lo más posible la violencia y el contacto cuerpo a cuerpo para impedir los golpes.

Toma de posesión del arquitecto René Capdevielle Licastro, 22 de febrero de 1973, Excélsior. Archivo: JAVM

Toma de posesión del arquitecto René Capdevielle Licastro, 22 de febrero de 1973, El Universal. Archivo: JVAM
Efectivamente, al otro día regresó; sólo que ahora la organización e indignación eran mucho mayores. Ya no habría concesiones. Llegó temprano, acompañado claro está, de su “grupo de apoyo”; entrando por el corredor del edificio perpendicular al circuito escolar y justo en medio del camino se plantó la masa inconforme. Se juntaron los dos grupos, pecho con pecho, empujando poco a poco, de un lado a otro. Las palabras altisonantes de ambos surcaban los vientos. Pero la voz opositora se hizo cada vez más unánime y unitaria.
—¡No pasarán! ¡No pasarán! ¡No pasarán! —Gritaban los de acá, opacando a los contrarios.
De pronto, a una señal, se empujó con más fuerza para, en un instante, apartarse y retroceder unos pasos. En ese momento, de atrás, salió un pequeño grupo de autogobiernistas lanzando jitomates y gritando ensordecedoramente: ¡Órale hijos de rectoría…! ¡Fuera! ¡Fuera! ¡Fuera!
La confusión cundió en el grupo del director, por lo que en unos instantes la fuerza del otro grupo se concentró dirigiéndose a tropel contra todos ellos. Al ver tal decisión, el director no tuvo más alternativa que correr nuevamente hacia el circuito escolar. Hacia allá salieron todos, perseguidos por la indignación de quienes veían burlada su decisión colectiva y que ahora, ejerciendo su legítimo derecho, rechazaban la intrusa presencia de ese homínido grupo disfrazado de universitarios.

Reunión del Consejo Sindical con Rolando Cordera y Hugo Gutiérrez Vega, entre otros, con el rector Soberón, 22 de febrero de 1973, Excélsior. Archivo: JVAM
La indignación también llegó a los grupos y organizaciones democráticas de la unam. Los representantes del Autogobierno y el Consejo Sindical, en una reunión con el rector Guillermo Soberón, exponían los hechos ocurridos reprobando la utilización de “porros” para golpear a los alumnos inconformes, exigiéndole, desde ese momento, la renuncia del arquitecto Capdevielle.
Para esos momentos, la Rectoría había orquestado una campaña de desprestigio contra los movimientos democráticos, señalando, por su propia voz que “…los cogobiernos y autogobiernos son anarquizantes… Se admiten cambios, pero no mediante la violencia ejercida por minorías activas…”[2] ¿Minorías activas? ¿Cuándo las autoridades les habían otorgado a las verdaderas mayorías el carácter de mayorías? ¡Nunca! Siempre, en cualquier movimiento, la posición de autoridad engañaba a la opinión pública para hacer creer, lográndolo casi siempre, que “minorías activas” trataban de imponer su voluntad por medios violentos. El lobo se ponía la máscara del cordero. La hipocresía hecha discurso ideológico para engañar a todos y a sí mismo. Por eso, la difusión amplia del conflicto en los medios escritos y electrónicos, resultó un buen antídoto para la manipulación fascista de las autoridades. Así que la derrota infringida a los “porros” levantó la moral de los autogobiernistas y aumentó la presión sobre Rectoría. Ahora, la exigencia de renuncia del director se convertía en punto central y la cercanía de la sesión del Consejo Universitario alentaba aún más a la base a mantenerse firme en sus principios, decidiendo participar en ésta y exigir, ahora, el cumplimiento de esta nueva demanda.
[2] Excélsior, 22 de febrero de 1973.
En asamblea plenaria se decidió asistir en masa a la sesión del Consejo y manifestar el rechazo a la designación de René Capdevielle y el uso de grupos de choque para amedrentar a la comunidad y explicar el problema de Arquitectura y ofrecer alternativas de solución. Ahora, la decisión tomada de tiempo atrás de participar en las elecciones para consejeros universitarios dio la ventaja al Autogobierno, pues los propuestos eran miembros del cal y estaban de la mano con el movimiento. Se garantizaba, con ese detalle, contar con voz y voto en el Consejo y ahora se debía hacer efectiva.

Sesión del 27 de febrero de 1973 del Consejo Universitario. Fotografías: JVAM
El 27 de febrero sesionó el Consejo Universitario. La sala, pequeña de por sí, ubicada en el tercer piso de la Rectoría, se abarrotó con la presencia de la base más combativa del Autogobierno, así como de sus más distinguidos líderes. Los gritos y banderines inundaron los pasillos y la galería. Unos sentados y otros de pie, distribuidos por todos lados para que el espíritu hablara por la raza. La consigna fue clara y contundente: un magnífico orden combativo sería la mejor expresión de una comunidad que quería ser escuchada y considerada en sus propuestas, y con ello nadie podría callar y minimiza su presencia.
El orden del día contemplaba la toma de protesta como consejero director al arquitecto Capdevielle, y un punto donde se trataría la problemática de la ena. Sobre el primero, su protesta fue acompañada de gritos y silbidos que reprobaban su designación y su actitud violenta frente al conflicto; sobre lo segundo, se puede decir que fue una sesión sorprendente por los argumentos ofrecidos en torno a la democratización no sólo de la ena sino de la Universidad misma. Dichos argumentos, en voz de algunos miembros del Autogobierno y de otros consejeros simpatizantes, no significaban palabras huecas o sin sentido, por el contrario, lo que ahí se escuchaba era la voz de una parte de la Universidad que mostraba no sólo su legítimo interés por los cambios sino una sólida noción de cómo lograrlos, recibiendo a cambio, el trato despótico de unas autoridades que se aferraban a su puesto sin siquiera permitir cuestionamiento alguno ni ofrecer una sola sugerencia para destrabar los conflictos.

Sesión del 27 de febrero de 1973 del Consejo Universitario. Fotografías: JVAM
La sesión fue larga y cansada, pero rica y variada en participaciones y argumentos y en ideas y propuestas. De los que tomaron la palabra por parte del Autogobierno sobresalen Germinal Pérez Plaja y Carlos González Lobo. El primero con su hablar lento, contundente y en ocasiones sarcástico ofreció lo mejor para explicar por qué había surgido el movimiento y la importancia de generalizarlo a toda la ena; el segundo, con una locución extremadamente emotiva, remató con la exigencia del respeto a la experiencia que se había preocupado por resolver las necesidades de amplios sectores sociales. Ambos se ganaron un largo aplauso que casi no termina. Después hablaron los representantes de los talleres que apoyaban al director impuesto, redundando en sus argumentos neolegalistas y exigiendo el uso de los espacios de la ENA, ya que habían sido expulsados físicamente de las instalaciones. Para rematar tomaron la palabra, entre otros, los doctores Ricardo Guerra, director de Filosofía y Letras, y Víctor Flores Olea, director de Ciencias Políticas y Sociales. Sus argumentos, alejados de las posiciones de Rectoría, se centraron en bosquejar que efectivamente la Universidad requería cambios, pero que todos ellos tendrían que darse en el marco legal y que lo que hoy sucedía en la ena podía tener cabida en la legislación sin modificarla. La sorpresa fue general. La actitud mediadora de dos de los personajes más sobresalientes de la estructura universitaria, había señalado una posible salida al conflicto.
Y así fue. El pleno, una vez escuchadas las voces disidentes y amigas, acordó conformar una Comisión especial para que analizara y presentara recomendaciones para solucionar la problemática en la ena.[3] Un atronador aplauso selló el término de la sesión, mientras que los presentes gritaban una y otra vez: ¡Dame una A…! ¡Dame una U…! ¡Dame una T…! …
[3] La comisión quedó conformada por: Dr. Juan Casillas García de León, Lic. Víctor Flores Olea, Dr. Fernando Salmerón Roiz, Lic. José Luis Ceceña Gámez y el Dr. Ricardo Guerra Tejada; y Edgar Sánchez Ramírez, Laura Calderón Grajales (consejera de la ENA), Abel Mendoza Trejo (consejero de la ENA), Miguel Ángel Fernández Molina y Nieves Martínez de la Escalera.
Desde luego que este acuerdo se consideró como una victoria para el Autogobierno. Nunca antes se había logrado algo parecido en la Universidad. La máxima autoridad universitaria decidía que lo mejor era buscar una salida que a nadie perjudicara y a nadie dejara fuera. Esa noche hubo fiesta de saludos, abrazos y palabras estimulantes, porque se valoró que lo acontecido abría el camino para avanzar unitariamente, aunque ya se auguraba que la ena quedaría dividida.
Las movilizaciones continuas con marchas a través del circuito de Ciudad Universitaria y la difusión del problema en distintos ámbitos y por variados medios, la solidaridad de los comités de lucha, del Consejo Sindical y de algunos consejeros universitarios, así como de diversas organizaciones populares, habían mantenido la moral en alto y dado impulso a una posición radical pero dispuesta a la negociación con tal de no perder lo ganado. Nada, en esos momentos, podía destruir los principios por los que se había luchado por casi un año y que se habían mantenido a pesar de las tempestades que azotaban a la ENA y a la Universidad.

Marchas por el circuito escolar de Ciudad Universitaria. 1973. Fotografías: JVAM.
Para concretar lo aprobado, la Comisión especial nombrada por el Consejo Universitario convocó a las dos partes a dialogar y conocer en detalle las propuestas de cada quien; cosa que se discutió, decidiéndose unánimemente asistir y ofrecer, nuevamente, los argumentos necesarios para que se entendiera el por qué se había llegado a esta situación y el por qué ya no podía haber marcha atrás. Así se hizo, se asistió a las reuniones, se dialogó y se argumentó cuanto se pudo sobre la enseñanza de la arquitectura, presentándose todo lo que se había perfilado hasta entonces con un excelso comportamiento que motivó la confianza de los comisionados. Mientras, la delegación de la otra parte, la de los talleres de letra, seguía en su afán de exigir respeto a la legalidad como argumento principal sin presentar algo coherente que permitiera suponer algún proyecto académico que involucrara al taller integral y sus posibilidades para enriquecer los procesos de enseñanza-aprendizaje. Las actitudes de bloqueo y retraso, no mostraban más que una cosa: su anacronismo político y académico, por no decir más.

Informe de la Comisión del H. Consejo Universitario. Gaceta UNAM, 28 de marzo de 1973. Archivo: JVAM
Un mes después, la Comisión Especial rindió su informe al Consejo Universitario así como su propuesta para solucionar el conflicto, misma que se aprobó por consenso. En ella se destaca:
La Comisión considera que los planteamientos y objetivos académicos expuestos por la corriente llamada autogobierno, encierran una serie de posibilidades como vías del desarrollo de la arquitectura en México en sus aspectos universitario y social dignos de ser experimentados…
Algunos de los aspectos básicos que necesariamente tendrán que regularse y precisarse son los siguientes:
a) La enseñanza «integrada» de las materias constitutivas del plan de estudios, que debe sistematizarse según los niveles. Para ello, es fundamental la asesoría se pedagogos y técnicos en didáctica y en nuevos métodos de enseñanza.
b) La determinación de indicadores y pruebas objetivas que permitan evaluar correctamente el trabajo de los estudiantes, en lo individual y por grupo.
c) La organización del servicio social y de la práctica profesional a lo largo de la carrera, y su integración a los conocimientos te6ricos, y viceversa.
d) La definición de las distintas alternativas para presentar el examen de grado, y su reglamentación.
e) Eventualmente la revisión de los planes de estudio en función de los nuevos métodos de enseñanza que se propongan.
f) Como necesario complemento a estos ajustes académicos, la formulación de un plan de formación de profesores y el incremento del profesorado de carrera en la ENA.
…La Comisión considera que las modalidades de la organización académica y administrativa que propone el autogobierno, son susceptibles de adecuarse a las normas y principios básicos de la legislación universitaria.
…Se recomienda, por tanto, que las autoridades de la Universidad Nacional Autónoma de México hagan los arreglos necesarios para que en la ENA puedan desarrollarse eficazmente, en un ambiente de concordia y de sana competencia académica, las distintas corrientes de opinión y se busquen los mejores caminos para que las formas de organización se adecúen a los principios legales que rigen a la Universidad. Para esto, resulta indispensable:
a).- La independencia de los talleres en su organización académica interna, de modo que sea posible en la ENA la presencia de formas de trabajo alternativas, que permitan a maestros y alumnos la libertad de optar entre varias posibilidades, de acuerdo con sus propios puntos de vista sobre lo que debe ser la enseñanza de la arquitectura.
b).- Deberán establecerse requisitos mínimos que mantengan la unidad de la ENA como institución docente y de investigación y aseguren su superación académica. Por ejemplo: 1) el trabajo de todos los talleres sobre la base de un mismo plan de estudios, al menos en sus materias básicas; 2) la proporción entre el número de alumnos y de maestros en cada taller, que haga posible la comunicación necesaria para las tareas pedagógicas (lo que supone la redistribución de los maestros con pleno respeto de las libertades académicas que garantizan las leyes universitarias; 3) la asignación, en la medida de las posibilidades presupuestales de la ENA, de los recursos económicos y técnicos necesarios a todos los talleres para el cabal cumplimiento de sus funciones.
c).- El servicio social de los pasantes o de los estudiantes de los semestres finales, habrá de organizarse, de ser posible, en grupos interdisciplinarios con alumnos de otras facultades, para que la labor de los arquitectos pueda resultar socialmente más eficaz y a la vez de mayor provecho en su formación estrictamente profesional.
d).- Para la solución inmediata de los problemas académicos y administrativos pendientes (regularización de cursos, exámenes, inscripciones, nombramientos, etc.) se sugiere la integración de una comisión especial representativa de los sectores interesados.[4]
[4] “Informe de la Comisión del H. Consejo Universitario sobre el problema de Arquitectura” en GACETA UNAM, tercera época, Vol. V, No. 36, 28 de marzo de 1973, pp. 1-3.
Estas recomendaciones, aprobadas en su totalidad por el Consejo Universitario en sesión plenaria del 17 de marzo de 1973, fueron tomadas por el Autogobierno como un inobjetable triunfo de la razón y la democracia sobre la irracionalidad y el autoritarismo. Ahora quedaba clara la existencia de dos corrientes dentro de la ENA en el ámbito académico con diferencias tan notables en lo político que difícilmente se podía coincidir en lo académico y sobre todo en la manera en que se había planteado dirigir y estructurar la ena. Por lo pronto, el Autogobierno ganó legitimidad y legalidad ante la comunidad universitaria y la opinión pública lo que produjo una cobertura extraordinaria para continuar desarrollando los postulados iniciales y las ideas que sobre el taller integral se venían practicando.

Mítin de apoyo a los gobiernos democráticos en la UNAM. Ca 1974. Fotografía: JVAM.