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50 años de autogestión. El camino de la lucha legal

Por José Víctor Arias Montes

Iniciaba agosto de 1972, y la lucha interna no decaía. Mientras que los ocho talleres integrales del Autogobierno consolidaban su trabajo académico encabezados por sus vanguardias naturales y sus estructuras de gobierno mismas que, a su vez, reforzaban la estructura común por medio de la asamblea general y la asamblea de delegados, en cada uno de ellos se consolidaban también diversas corrientes autogobiernistas con su propia idiosincrasia. Esto llevó a una temprana diferenciación de cada taller, no solo por su orientación específica sino por su manera de practicar los objetivos emanados desde aquel 11 de abril.

Sin embargo, esas iniciales diferencias no fueron obstáculo para que de común acuerdo se mantuviera la decisión de la asamblea plenaria de que el director había sido destituido, incluso, por una asamblea convocada por él mismo, por lo que la demanda se mantuvo inamovible. No tuvieron valor alguno los llamamientos del director para solucionar los conflictos y de estar abiertos a toda renovación, pues la decisión de la mayoría no se alteró en lo más mínimo.

El 9 de septiembre de ese año, el arquitecto Ramón Torres Martínez presentó a la Junta de Gobierno su renuncia, misma que le fue aceptada y comunicada el 3 de octubre, nombrándose al arquitecto Jesús Aguirre Cárdenas director interino.

Como culminación de este momento, el Autogobierno nombró en esos mismos días a su primer Coordinador General: arquitecto Jesús Barba Erdmann, por medio del sistema de insaculación aplicado a todos los talleres. Sin duda, un sistema novedoso en el ejercicio directo de la democracia en el que de los ocho talleres, seis apoyaron directamente al arquitecto Barba, otro a tres arquitectos de los cuales uno era el mismo arquitecto y otro más apoyaría cualquier resolución. Con esa información, la Asamblea de Delegados ratificó la insaculación nombrando al arquitecto Jesús Barba coordinador general de los talleres integrales de la ENA.[1]

[1] “Acta informativa del proceso para seleccionar coordinador de la Escuela Nacional de Arquitectura”, ena-unam, 6 de octubre de 1972, 4 pp.

Este proceso, el primero que vivía la Escuela Nacional de Arquitectura en su historia, elevó la lucha democratizadora a niveles superiores y, con ello, ahora se estaba decidido a defenderlo todo. Y todo significaba no sólo la estructura democrática, sino el emergente proyecto académico de una nueva visión de la enseñanza-aprendizaje de la arquitectura.

Arquitecto Jesús Barba Erdmann, primer coordinador general del Autogobierno. Fotografía: JVAM

Así, se esbozó un proyecto autogestionario que nadie atinaba en asegurar su éxito. Un proyecto que integraba, esquemáticamente, los ámbitos académico, administrativo e ideológico-político, con algunas ideas más doctrinarias que teóricas y un efervescente activismo que amalgamaba unitariamente todas las incipientes corrientes.

El proyecto estaba esbozado, ahora faltaba lo más difícil: mantenerlo con vida, con vida propia. Para vivificar las ganas de vivir apareció el grito ensordecedor que clamaba ¡Dame una A! ¡AAA! ¡Dame una U! ¡UUU! ¡Dame una T! ¡TTT! […] ¡¿Qué dice?! ¡Autogobierno!

Pero para mantenerlo vivo creció la necesidad de darlo a conocer a la opinión pública y que ella se involucrase en el proyecto, y que mejor que hacerlo en el periódico, a página completa y en domingo para que mucha gente la viera y conociera sus principales ideas apoyadas por 4,203 firmas. Aquí inició la lucha en el ámbito legal universitario plagado de autoritarismo y prácticas disuasivas para movimientos reivindicativos que sugerían cambios importantes en una escuela al borde del colapso. Así, se realizó rápidamente la colecta, y con diseño del arquitecto Ricardo Flores Villasana y con una redacción realizada por una comisión que se llevó al diario Excélsior para su publicación, en el que:

DECLARAMOS:

Que esta comunidad: estudiantes, profesores y empleados, hemos aprobado desde meses atrás, a partir de un amplio proceso de proposiciones, de análisis, debates abiertos, etc., una nueva estructura que replantea la participación directa de las decisiones; la formación de talleres integrales con todas las cátedras a modo de instancias autónomas internas federadas alrededor de objetivos comunes y precisos, bajo aspectos administrativos, académicos y pedagógicos generales que ha sido presentada con suficiente antelación a las autoridades correspondientes de la UNAM debidamente signada con las firmas de quienes desde aquella ocasión la aprobamos, con la finalidad de encontrar caminos estatutarios que legalizaran esta estructura. Hoy nuevamente ratificamos aquella resolución general de asamblea…[2]

[2] “A la comunidad universitaria”, desplegado del 8 de octubre de 1972, Excélsior.

Contar sólo con una idea o proyecto de cómo construir algo, no asegura la consecución del mismo. Las reivindicaciones requieren claridad en las ideas y formas organizativas para lograrlo y, claro, ciertas condiciones para que todo cuaje. Pero además, es necesaria y fundamental, la actitud consciente y comprometida de quienes le otorgan una dimensión humana a las reivindicaciones haciendo posible su concreción. Sin el factor humano no hay posibilidad de cambiar y mantener los cambios, de hacerlos suyos, de defenderlos. Por eso mismo, en ese desplegado, no sólo se ratificó la decisión del 18 de abril de 1972, sino que también se alertó a la Junta de Gobierno, tras la renuncia del arquitecto Ramón Torres, de una burda imposición de otro director que no respetase dichos acuerdos por lo que, además, se reconfirmó la estructura de autogobierno que la comunidad había adoptado para hacer viables los cambios en la ENA y alcanzarlos con la participación de todos.

Como parte de la reorganización académica y administrativa, se levantó entonces una demanda contundente: reconocimiento de la necesidad de un cambio estructural en la ENA y la implantación del Autogobierno en el conjunto de la escuela. Así inició otro momento en la lucha: la aprobación y defensa del proyecto planteado en el campo legal universitario.

Obviamente que las destituidas autoridades y sus grupos de apoyo no cedieron en su afán de exigir “respeto a la legalidad”, mediante la manipulación del también destituido Consejo Técnico y de la formación fantasma de la Unión de Profesores, para contraponerla al combativo Colegio de Profesores, donde se demandaba desde tiempo atrás “…que en vista de los graves acontecimientos delictuosos que han ocurrido ya… ante la evidente falta de garantías que atenta abiertamente contra la libertad de cátedra, solicitamos de ese Consejo Técnico, que entre tanto no se logre la normalidad y se restituya el orden (reinstalando) a las autoridades legales en sus locales oficiales… se suspendan las actividades académicas y administrativas…”[3]

[3] “Un eslabón más en la cadena de las provocaciones contra la ENA”, ENA-UNAM, Órgano Informativo de la Asamblea, junio 23 de 1972, 1p.

Ni con estas amenazas se pudo amedrentar o mediatizar al movimiento. Por el contrario, la moral de la comunidad se elevó en forma considerable y la movilización, como arma de resistencia, se desarrolló con más soltura y efectividad en el campus universitario.

A pesar de que el Autogobierno insistía en la necesidad de un cambio total, en el que todos participaran, éste se empezó a ver entorpecido por las actitudes irracionales y oportunistas de quienes no estaban de acuerdo con ello, pues al promover la violencia se polarizaron ambas posiciones a extremos irreconciliables.Pero, además, el ambiente político en la UNAM se enrareció por completo hacia fin de año llevando a la renuncia del rector González Casanova y a la designación en los primeros días de 1973 de Guillermo Soberón Acevedo como nuevo rector de la UNAM.

En ese tenor, el 12 de febrero de 1973 se presentó al Consejo Técnico la terna para la dirección de la ENA, conformada por los arquitectos Jesús Barba Erdmann, René Capdevielle Licastro y Benjamín Méndez Savage. Nadie creyó, en esos momentos, de la imparcialidad del Rector y de la Junta de Gobierno; daba la impresión de que todo era una farsa, a pesar de la “auscultación” realizada por sus miembros que se apersonaron personalmente en las asambleas generales. Y efectivamente nadie les creyó.

El haber aceptado participar en el ámbito legal llevó al Autogobierno, en apariencia, a un callejón sin salida. Pero la cohesión política entre el Comité de Arquitectura en Lucha y el Colegio de Profesores, produjo una de las más extraordinarias respuestas al poder central universitario.

La movilización no cejó, las asambleas tampoco y la discusión, de frente a las autoridades, le dio al movimiento un giro tan sorpresivo que ni ellas mismas sabían cómo enfrentar a esta corriente autogestiva que tendía, de manera espontánea, a expandirse a otros espacios universitarios.

Así, el Autogobierno ganó, en el campo legaloide, las mejores posiciones en un juego que auguraba una larga competencia. Se abría, entonces, una nueva etapa en la democratización de la ENA y en las negociaciones con la Rectoría soberonista.


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