Por José Víctor Arias Montes
A partir de los acuerdos de la asamblea del 11 de abril de 1972, en los talleres de la Escuela Nacional de Arquitectura (ENA) de la UNAM se generó un gran entusiasmo por discutir y analizar la situación interna y externa, tanto en los aspectos académicos y administrativos como en los políticos e ideológicos. La participación creció aún más cuando se conocieron los acuerdos de la asamblea del día 18 convocada por las propias autoridades, donde se ratificó la destitución del director y de todo su aparato académico administrativo. Ahora, la escuela sin autoridades debía ser reestructurada con la participación de toda la comunidad que deseara hacerlo. Y, como producto operativo de esas asambleas, se nombraron dos comisiones: la de información y la de promoción y recepción de las propuestas de transformación.
Sin embargo, es importante señalar que antes de estas asambleas no se había planteado públicamente la destitución de las autoridades, ni tampoco la búsqueda de una nueva estructura. También conviene anotar que el concepto Autogobierno no figuró en ninguna de las discusiones desarrolladas anteriormente, bien fuera en encuentros de los grupos académicos o en asambleas. Lo que si era cierto, es que en la confrontación del Gobierno con el Rector sí se generó un ambiente ríspido que él mismo señaló el riesgo de que se percibiera que la UNAM era incapaz de autogobernarse a sí misma.
Por ello es que el trayecto espontáneo del movimiento había generado tal radicalidad que cualquier idea o argumento antiautoritario, era fácilmente aceptado e impulsado como acuerdo; y también, que tanto el Comité de Arquitectura en Lucha (CAL) como el Colegio de Profesores estaban discutiendo y analizando la situación de la ENA, principalmente en los ámbitos académico y político, pero no la reestructuración de la misma. El CAL centraba mucho la discusión en articular la enseñanza, principalmente de proyectos, con la realidad del país con base en su experiencia en el Taller Experimental de Métodos Cuantitativos de Diseño; el Colegio centraba la suya en el campo de la Teoría y en algunos aspectos de la autogestión también en función de su propia experiencia docente. No obstante, resulta cierto que a pesar de que no se contaba con un proyecto de transformación específico sí se contaba con la experiencia académica y política suficientes que facilitaba el trabajo en las bases, sobre todo porque se partía del reconocimiento de sus problemas y aspiraciones y porque tanto el CAL como el Colegio eran parte de la base misma. Ambos, además, habían desarrollado ya planteamientos que, aunque limitados, apuntaban hacia ciertas reformas académicas, políticas y administrativas, pero no de la envergadura de lo que vendría después.
De cualquier forma, la semilla que se había sembrado años atrás empezaba a dar sus primeros retoños. Las ideas desarrolladas en años anteriores y las generadas por el CAL y el Colegio estaban ahora presentes, articulándose una con otra, espontáneamente; pero, quiérase o no, construyendo el andamiaje de lo que en unas semanas más se llamaría Autogobierno con una gran influencia de las ideas anarquistas pregonadas por algunas de las principales cabezas del movimiento y por lo que el rector Pablo González Casanova señalaba en sus discursos.
El acuerdo de que la discusión de transformación de la ENA se trasladara a los talleres, resultó todo un éxito. Nuevamente, como en 1968, los profesores, estudiantes y trabajadores discutían por igual; cada quien aportando elementos para el análisis y haciendo propuestas concretas que, poco a poco, pero en muy corto tiempo, daban sus primeros frutos. La Comisión Voluntaria que se nombró en la Asamblea del 11 de abril recibía las propuestas de los diversos talleres; en todas se coincidía en una reestructuración académica, con objetivos precisos y con la ampliación de la participación democrática de todos los miembros de la ENA en los órganos de gobierno de la misma. El Órgano Informativo de la Asamblea (OIA) reproducía sus acuerdos, imprimiendo cientos de volantes para que todos las conocieran y las sumaran a las discusiones en talleres y grupos académicos:
Alumnos y profesores del Taller “A” remarcaban:
…OBJETIVOS GENERALES: 1. Educación dentro de un contexto real… 2. Concientización por medio de la actitud crítica y autocrítica… 3. Educación en base al diálogo constante… 4. Praxis en la educación… 5. Que la enseñanza se dé en base a totalizaciones…[1]
[1] “Estudio que se presenta a la asamblea”, Taller “A”, ENA-UNAM, s/f, 1p.
Alumnos del Taller “C”:
Queremos una educación que nos transforme en hombres capaces de realzar el cambio, los cambios. Queremos una educación que nos vincule con los obreros, con los campesinos, con los marginados, con el pueblo que necesita arquitectura. Queremos una educación en que todos dialoguemos y participemos, pues solo entre todos podremos cambiar la actual y miserable realidad. Lucharemos unidos en contra de nuestros enemigos. Los enemigos del pueblo.[2]
[2] “Alumnos del Taller “C”, Órgano informativo de la asamblea plenaria de la ena, número 1, ENA-UNAM, mayo de 1972, p. 4.
La Comisión informativa del Taller “F” denunciaba y exigía:
…1. La desaparición de las listas como elemento de control represivo… 2. La evaluación conjunta de los trabajos, provocando una crítica y autocrítica justas. 3. El cuestionamiento de los temas de trabajo y fechas de entrega… 4. El reconocimiento y aceptación de la Asamblea Resolutiva…[3]
[3] “A la asamblea resolutiva”, Taller “F”, ENA-UNAM, s/f, 2 pp.
El Taller “H” anunciaba:
…Manifestamos nuestro apoyo a las ideas planteadas en las Asambleas para el mejoramiento académico y administrativo de nuestra escuela… Proponemos que se formen de inmediato comisiones paritarias en cada uno de los Talleres, conjuntamente con todos los Departamentos, para lograr una representación efectiva de toda la Escuela de Arquitectura que se avoque a estudiar los problemas planteados y las soluciones a los mismos…[4]
[4] “Los alumnos, profesores y personal administrativo del Taller H”, ENA-UNAM, 17 de abril de 1972, 1 p.
El Grupo 2 de primer ingreso:
Cada alumno tendrá libertad para elegir a su asesor… Los asesores tendrán libertad de cátedra, comprometiéndose a cumplir los acuerdos del grupo en asamblea… Se harán sesiones obligatorias periódicamente de carácter informativo y resolutivo en las cuales se reunirán los asesores con sus alumnos con el fin de coordinar el trabajo del grupo…[5]
[5] “A la comunidad de la ENA”, Grupo 2 de Primer ingreso, ENA, s/f, 1 p.
El Colegio de Profesores declaraba y proponía:
…MANTENER una constante actitud de apoyo para que los mecanismos administrativos y educativos sean resultado de las determinaciones que se establezcan por todos los miembros de la comunidad de la ENA… Estar dispuestos a implementar activamente esos mecanismos de tal forma que conduzcan a una reactivación de la vida democrática y libre dentro de la universidad… En base a los objetivos generales emanados de la asamblea proponemos: mantener la asamblea como órgano resolutivo y directivo… De esta asamblea emanarán 45 miembros alumnos, profesores y empleados en relación orgánica con sus actividades, (20 alumnos, 2 por semestre, 20 profesores 2 por departamento, escuela de diseño industrial, Instituto de Investigaciones, División de Estudios Superiores y 5 empleados) los cuales formarán un concejo ejecutivo de carácter rotativo…[6]
[6] “A la comunidad de la ENA”, Colegio de Profesores, s/f, 3 pp.
El CAL también realizó su propuesta:
…1. La educación será encaminada a la transformación de la realidad social partiendo estrictamente de esto y no de abstracciones. 2. Propiciar el diálogo de manera crítica… 3. La adquisición del conocimiento científico deberá emanar de la realidad social cotidiana… 4. El proceso de adquisición de conocimientos se establecerá mediante el alcance de objetivos particulares de profundidad graduada… La estructura funcional se basa en el gobierno de la comunidad por medio de la asamblea plenaria… Las decisiones académico‑burocráticas se efectuarán por medio de un mecanismo formado por un administrador de empresas… Las decisiones académicas y todas las que no sean administrativas se llevarán a cabo por comisiones delegadas de la asamblea… Cada Taller estará federado a los otros talleres…[7]
[7] “El Comité de Arquitectura en Lucha propone la siguiente estructura”, CAL, s/f, 3 pp.
En unos cuantos días, la Comisión especial se llenó de trabajo y apresuró la síntesis de todas las propuestas para presentarlas a la Asamblea Plenaria. Parecía que el tiempo regresaba unos años antes, pero lejos de volver lo que se reflejó en todas esas propuestas fue que las ideas expresadas en aquellos tiempos aún permanecían frescas y actuales, así que no costó demasiado esfuerzo rehacer el discurso para la construcción de una escuela distinta con la participación autogestiva de la comunidad. Una institución universitaria cuya base formativa descansara sobre la atención a las necesidades del pueblo, de ése que no tenía los recursos para costear los servicios de un arquitecto y con ello participar de la transformación social no solo de la profesión sino también del ámbito académico universitario por medio de una educación científica, dialogal, crítica y autocrítica, totalizadora y alimentada por la praxis y, sobre todo y fundamentalmente, inserta en la realidad. Pero además, esa institución buscaba organizarse con base en una estructura democrática cuya autoridad descansara en la decisión de todos sus integrantes quienes fijarían los objetivos de enseñanza y aprendizaje de esos hombres capaces de realizar el cambio.
La ENA estaba de fiesta, las bases habían dicho: ¡Todos al poder! Y ni quién dudara que en esos momentos, efectivamente, el poder había sido tomado. ¿Cómo era posible que en una escuela dónde no existían organizaciones o partidos políticos, como en Economía o en Ciencias, las bases se organizaran y tomaran el poder de esa manera?
Inicialmente, el CAL por medio de un cartel y del periódico Basta! y de un volante, resumió magistralmente esa toma del poder por medio de dos dibujos cuyo tema central es una silla, la del poder. En la primera se muestra ésta toda destartalada, destruida por el tiempo y las circunstancias, sin mantenimiento, rodeándola un sinfín de estudiantes prestos a repararla y ponerla bonita; la segunda, la más publicada, con esos mismos estudiantes ha quedado totalmente reparada y lustrada, lista para que todos se suban y se sienten en ella y asuman el poder, lo hagan suyo y lo compartan. Esa era, sin duda, la mirada festiva de la toma del poder que no tiene otro interés más que el de arreglar las cosas y tratar de componer el mundo, aunque ese mundo fuera tan pequeño como la ENA.


Cartel en color pegado en una columna, con la silla destartalada del poder. Dibujo “Todos al poder”, con la silla del poder ya restaurada por la comunidad. Al otro lado de la hoja se imprimió el acuerdo de la asamblea del 11 de abril de 1972. Archivo: JVAM
Por eso, todas las propuestas presentadas tuvieron un primer común, que giraba en torno a la participación de la comunidad de la ENA en la toma de decisiones y que se resumía precisamente en el mantenimiento de la Asamblea General como máximo órgano resolutivo y ejecutivo; la del poder de la mayoría
Y no podía ser de otra manera: en los grupos académicos de materias había sido verdaderamente difícil convocar a reuniones o asambleas amplias. Pero fue en los talleres donde más se pudo concretar la posibilidad de reunión, no sin antes enfrentar la actitud poco amigable de los Jefes de Taller y de los maestros de proyectos, y porque fue ahí en dónde los alumnos tuvieron la oportunidad de enlazar su problemática individual con la de otros y porque ésta se hacía cada vez más común. Por eso, los talleres resultaron ser el elemento inicial de aglutinamiento y discusión de la problemática académica y administrativa y el espacio que permitió la elaboración colectiva de sugerencias y propuestas para que después todos decidieran qué hacer o por dónde caminar.
De esta forma, la Asamblea Plenaria o Asamblea General nacía con ese carácter aglutinador de fuerzas inconformes ante una situación altamente represiva y limitativa al desarrollo profesional. Nacía no como un invento populachero o demócrata del CAL o del Colegio de Profesores, sino como la necesidad de conjuntar, analizar y decidir colectivamente sobre problemas comunes. Nacía con un puñado de alumnos y profesores inconformes y se convertía, poco a poco, en una instancia de poder y en un espacio liberador que brindaba la posibilidad de convertir a todos en sujetos, capaces de participar, con todas sus cualidades, en un proceso democrático.
Se recordará, incluso, cómo entre 1970 y 1971 las asambleas convocadas para analizar y discutir los problemas crecieron en número y participación. Es decir, la Asamblea se fue constituyendo en un espacio de libertad donde se podía participar sin temor alguno.
Así que la Asamblea Plenaria, ante la ausencia de esos espacios, y ante la alta dispersión del conocimiento del currículo académico, fue rápidamente aceptada, valorada y refrendada por la comunidad de la ENA. Al no existir entre tanto grupo académico un espacio que aglutinara toda esa fuerza dispersa, la Asamblea lo lograba y daba cauce a ésta por medio del ejercicio democrático directo. Las condiciones específicas por las que atravesaba la ENA crearon entonces las condiciones necesarias para que la Asamblea Plenaria se convirtiera en el gobierno de la comunidad y que en ella recayera la máxima autoridad de decisión y dirección del movimiento.
El segundo común resultó ser, sin duda, el relativo a que todos los órganos nombrados en Asamblea encargados de llevar adelante diversos acuerdos tendrían estrictamente un carácter ejecutivo, es decir, que no podrían tomar decisiones por sí mismas si antes no eran discutidas y aprobadas en Asamblea.
Diversas propuestas giraron en torno a este carácter, desde las que proponían que fuera un “concejo ejecutivo” o un “administrador de empresas” donde irremediablemente aparecía, en todas ellas, no entregar la autoridad a persona o grupo que no dependiera de la propia Asamblea Plenaria.
Así, con ese carácter, fueron nombradas las primeras comisiones: la Comisión Académico‑Administrativa (CAA), la Comisión Académico‑Pedagógica (CAP) y el Órgano Informativo de la Asamblea (OIA). A cada una se le dio una tarea específica, y no hubo impedimento para que participaran en ellas las personas que así lo desearan.
La CAA y la CAP se avocaron rápidamente a plantear propuestas para la realización de cursos de regularización para los alumnos irregulares, y solucionar el problema de los 32 alumnos rechazados que conformaban el Grupo 16 de primer ingreso, y que hasta ese momento seguía tomando sus cursos regularmente. Pero quizá lo más importante y determinante realizado por estas comisiones de trabajo (como se les consignaba en el primer documento enviado a Rectoría) fue el hecho de articular y coordinar los trabajos académicos y administrativos propios de cada taller, pues para ese momento las “autoridades” de la ENA habían amenazado con que no habría reconocimiento de calificaciones ni envío de actas para los talleres y, mucho menos, pagar a los profesores que estuvieran apoyando al movimiento.
El tercer común de las propuestas se centró, o más bien partió, del reconocimiento de mantener la estructura de talleres que hasta ese momento se encontraba vigente en la ENA pero con la característica de que esta fuera federada. Sumado a ello, se introdujo una modalidad —que ya años antes se había practicado—: llevar todas las materias en los talleres, es decir, que se abolía la estructura de sólo llevar Proyectos en éstos. Pronto, los profesores que impartían materias “sueltas” se fueron agrupando en los talleres de su elección o por simpatía o amistad con los profesores de proyectos. En menos de dos meses los talleres tenían nuevamente una estructura interna más acorde con los postulados de la integralidad y totalización y de la naciente estructura académica y administrativa. Máxima autoridad: Asamblea Plenaria; órganos ejecutivos internos: elegidos democráticamente; y, sobre todo: nuevos talleres integrales con una visión de articulación con las necesidades del pueblo.
La lucha apenas empezaba. El haber dado un paso tan firme y tan apabullante, resultó ser la mejor arma para el movimiento, es decir, el haber reestructurado los talleres en esa forma tan rápida y sorprendente dejó a los adversarios con la boca más que abierta pues nadie esperó nunca una respuesta tan radical y certera. El movimiento estaba transitando de una lucha espontánea y de reivindicaciones inmediatas a un movimiento organizado y programático. La toma del poder entonces adquirió una connotación realmente novedosa: la de tomar el poder para proponer, para discutir y para decidir autogestivamente organizados en autogobierno. No era solamente la toma física de las instalaciones, sino la toma de conciencia de que quienes participaban en el movimiento tenían el poder suficiente no sólo para reunirse y platicar sino para razonar y hacer lo que ellos decidieran en común acuerdo con la comunidad toda. El poder desde abajo adquiría su más amplio sentido: la democracia directa.
El proyecto se dibujaba como un croquis con cierta claridad: autogestión académica y pedagógica en una estructura de autogobierno, vinculado a las necesidades del pueblo.
No había más, y así se hizo.

Boletín “Hacia una nueva escuela de arquitectura” del Grupo Arquitectónico Linterna, ENA-UNAM, abril de 1972. Archivo: JVAM