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José Carlos

M. Alejandro Gaytán Cervantes

José Carlos era un buen amigo; hablo de hace más de 50 años, cuando murió. Me refiero a un admirado poeta. Pero lo que aquí comento, no tiene nada que ver con la personalidad y verdadera producción de este gran bardo mexicano, Tabasqueño para mayor precisión. 

Menciono a José Carlos Becerra, en la etapa de su vida que fue como una especie de accidente: Su incursión por la arquitectura.

Lo conocí, trabajando en el Departamento de Arquitectura del Instituto Nacional de Bellas Artes, que tenía sus oficinas en el propio palacio de Bellas Artes, en el primer piso, entrando por la parte de atrás del edificio.

Éramos un grupo de jóvenes arquitectos que trabajamos ahí con mucho entusiasmo, por ser su jefa la arquitecta Ruth Rivera Marín, hija de Diego Rivera; además, ella fue mi maestra en la carrera. 

En su trabajo siempre buscaba la mayor difusión de la obra arquitectónica que se realizaba en México y el mundo.

Aparte de nuestras labores de mantenimiento arquitectónico en los edificios del Instituto y de efectuar algunos proyectos y obras de nuevas edificaciones, como la remodelación de la casa de los Condes de Buenavista; un edificio que fue preparatoria por muchos años y primero fue restaurado para escuela de enfermería, al que terminamos adaptándolo para ser el hoy Museo de San Carlos; el templo de San Diego, para la Pinacoteca Virreinal, o el proyecto del entonces nuevo edificio para la Escuela de Diseño y Artesanías, La Esmeralda, que estaba ubicado atrás del panteón de San Fernando.

Además, realizábamos exposiciones en diversos lugares: En el vestíbulo del propio palacio de Bellas Artes, en el Colegio de Arquitectos, en las escuelas de arquitectura del país, en la Sociedad de Arquitectos del IPN; exhibiciones en las que organizábamos en forma paralela ciclos de conferencias, sobre los arquitectos y su obra en el mundo.

En esta labor, formamos un equipo con, entre otros, Carlos Noyola, hermano del economista Juan Noyola, ilustre que fue ministro de economía de la Cuba revolucionaria, quien murió desempeñando estas funciones; Salvador Pinoncelly, que editaba los Cuadernos de Arquitectura del INBA, Ignacio Angulo, Rubén Cantú Chapa, Ramón Vargas, Francisco Célis Mestre, hijo de republicanos españoles, Enriqueta Belloc Ibarra, Carmen Parra (Riqui), hoy famosa pintora. También nos acompañaba el añorado poeta tabasqueño José Carlos Becerra, en su etapa de estudiante de arquitectura inacabado; para nosotros era simplemente, Carlos.  

Carlos era amigo de todos, pero con un mundo diferente en su cabeza, en su forma de comportarse cotidianamente. Le gustaba hablar de muchas cosas; lo hacía con sarcasmo; sacaba alguna frase brillante, pero sólo como tal, sin relación con otras cosas. No conocíamos el camino intelectual que llevaba adentro.

Una vez nos reunió frente a una nueva secretaría, jovencita, muy guapa: Nos leyó una poesía en la que hilvanaba muy bien su contenido; hablaba de las cosas extraordinarias que hay en este mundo y remataba alabando los hermosos pechos de la dama receptora del verso. 

A pesar de lo hermoso de la poesía, aún ante la belleza de las palabras de José Carlos, avergonzada, Estelita se soltó llorando y salió corriendo. Claro que en ese tiempo lo sucedido era una audacia que avergonzaba a cualquier dama. 

Carlos dijo: No me comprenden

Cerca de la nochebuena, llegaron dos arquitectas argentinas que nos comentaron su deseo de conocer el alabado nacimiento que montaba en su casa por la navidad el gran poeta Carlos Pellicer; al enterarse José Carlos del deseo de las arquitectas, llamó por teléfono y cuando oímos la naturalidad con que le solicitó la visita y la aceptación del poeta, nos sorprendimos y, ante nuestro asombro sólo dijo: Bueno es mi amigo, es que los dos somos tabasqueños. 

Carlos faltaba mucho, pues andaba en sus rollos, como nos lo expresaba. El trabajo que debía realizar, lo terminábamos haciendo sus compañeros.

Un día Ruth, la jefa, lo mando llamar y la reunión fue más o menos así:

-Mire Carlos, usted falta mucho cuando más lo necesitamos. No participa de nuestras principales actividades

-Bueno, es que estoy haciendo cosas muy interesantes.

– ¿Se puede saber de qué se trata?

-No, no tiene que ver con la arquitectura y mucho menos con el trabajo. 

-Bueno, como guste. Pero le voy a decir esto: Por el bien de usted, lo voy a dar de baja del Departamento; necesito que termine la escuela, que tiene desatendida y en cuanto esto sea así, aquí nuevamente lo esperamos.

-Qué bueno que me despide; así me voy a dedicar a lo que de verdad me gusta.

-No Carlos, no lo tome así. Bueno, piénselo y hablamos. Quiero que me entienda; lo que deseo es que arregle su vida, su profesión. 

-Eso está en orden, arquitecta, pero qué bueno que salgo de aquí; lo debería haber hecho desde hace mucho, pues así me voy a dedicar a lo que más me satisface: La poesía.

-No Carlos; usted es un buen arquitecto, por favor, termine la escuela.

-No arquitecta; en este momento he tomado una decisión fundamental en mi vida. De lleno me dedicaré a la poesía. Muchas gracias, dijo al salir de la oficina.

Afuera le dije:

-Oye ¿Qué no se te pasó la mano? Ruth te hablaba con buenas intenciones.

-Sí, lo sé; pero una cosa si te digo: voy a ser poeta. 

-Te hablo en serio.

-Pues yo más. Espera un tiempo muy corto y lo verás.

Nos despedimos con un fuerte abrazo y no lo volví a ver; sólo supe de él a través de amigos y de la prensa:

Un día apareció en los periódicos una nota que decía más o menos esto:

Ayer, en avenida Juárez, repartiendo propaganda contra la guerra de Vietnam, fueron detenidos dos poetas mexicanos. Al llegar ante la autoridad Carlos Pellicer manifestó: Somos dos poetas tabasqueños que, además, nos llamamos igual: Carlos, somos Carlos Becerra y su servidor Carlos Pellicer. Lo que hacemos es manifestar nuestra protesta ante un genocidio tan grande como el que se realiza en aquellos lugares.

A mi entender, fue la forma en que Pellicer lanzó a José Carlos. 

Después supe de un libro que había publicado, con los elogios de la intelectualidad mexicana y posteriormente que había recibido la beca Guggenheim, con lo que se fue a Europa. Un tiempo después nos enteramos del accidente carretero que había tenido en esos lares y lo impactante de su fallecimiento.

Sólo descubrí su enorme calidad cuando, a un año de su muerte, la sección “México en la Cultura” del diario Novedades, dedicó integras sus 16 páginas, a presentar la extensa y excelente obra del poeta mexicano José Carlos Becerra.

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