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Arquitectura conmemorativa

Cristóbal Colón y el Paseo de la Reforma. Sexta parte

Por José Víctor Arias Montes

Con la inauguración del Monumento a Cuauhtémoc en Paseo de la Reforma en agosto de 1877, acompañado de la idea porfiriana de no solo embellecer el Paseo sino de recordar “a la posteridad el heroísmo con que la nación ha luchado contra la conquista en el siglo XVI y por la independencia y por la reforma en el presente, ha dispuesto que en la glorieta situada al oeste de la que ocupa la estatua de Colón, se erija un monumento votivo a Cuauhtemotzin y a los demás caudillos que se distinguieron en la defensa de la patria: en la siguiente otro a Hidalgo y demás héroes de la independencia, y en la inmediata otro a Juárez y demás caudillos de la reforma y de la segunda independencia…” Con ello, se inicia la consolidación del Paseo de la Reforma y los paseos populares propios de la ciudad burguesa.

Efectivamente, los paseos con ese carácter se concretan en otras ciudades del país tratando de imitar al Paseo de la Reforma de la capital mexicana. Y también en ellas aparecerán, poco a poco, espacios conmemorativos para honrar a los héroes nacionales por medio de diversas expresiones estéticas para rendirles culto. Una labor ideológica para instruir a la población respecto a rememorar a quienes participaron en las luchas emancipadoras de épocas pasadas; y qué mejor que hacerlo en el espacio público, donde todos, sin distinción de clase, puedan recordar a las personas y los episodios en que fueron partícipes.

Así, con esa doctrina, el Paseo de la Reforma tiene trazado su futuro conmemorativo, cuando menos para los liberales porfiristas: Colón, Cuauhtémoc, Hidalgo y Juárez. Y aunque Colón representa una relación contradictoria con esa doctrina, está ya ahí para recalcar el mestizaje mexicano.

Por ello, el fin del siglo XIX y el inicio del XX ofrecen fechas específicas para concretar el carácter conmemorativo de esa importante vialidad: el centenario del nacimiento de Benito Juárez, 1906, y el centenario de la Independencia, 1910. El Paseo de la Reforma estaba preparado para ello, y los liberales porfiristas se regocijan lanzando las respectivas convocatorias. Para el monumento a los héroes de la Independencia, las ideas empezaron a fluir desde 1877 hasta llegar a abril de 1907 cuando el Presidente conforma la Comisión Nacional del Centenario de la Independencia y encargarle la organización de los festejos de esa proeza histórica.[1] Y para conmemorar al Benemérito, el Presidente también conformó la Comisión Nacional del Centenario de Juárez con la finalidad, entre otras, de que convocara a un concurso para elegir un proyecto de monumento “destinado a honrar y a perpetuar la memoria de tan ilustre ciudadano y de sus principales colaboradores en la Reforma”.[2]

[1] Ramón Vargas Salguero, “Las fiestas del Centenario: recapitulaciones y vaticinios” en Fernando González Gortázar (coord.) La arquitectura mexicana del siglo XX, México, CONACULTA, 1994, p. 20.

[2] “Comisión Nacional del Centenario de Juárez” en El arte y la ciencia, volumen VII, núm. 2, México, agosto de 1905, p. 5

El tiempo apremiaba, y de por medio estaban los dos concursos para seleccionar el mejor proyecto tanto para la Independencia, como para Juárez. Para el primero, después del fallido concurso en enero de 1887, ganado por los arquitectos Clauss y Schultze de Washington, el Secretario de Comunicaciones y Obras Públicas invitó, en 1900, al arquitecto Antonio Rivas Mercado a que elaborase el proyecto definitivo.[3] Para el monumento a Juárez sucedió algo parecido; se convocó a concurso, se presentaron los proyectos y el jurado lo declaró desierto por lo que se designó al arquitecto Guillermo de Heredia para realizarlo.

[3] Carlos Martínez Assad, La patria en el Paseo de la Reforma, México, Fondo de Cultura Económica-UNAM, 2005, pp. 59 y 63.

Respecto al Monumento a la Independencia, escribí hace algunos años las siguientes ideas sobre este importante espacio conmemorativo:

“Obras de todo tipo, unas por asignación y otras por concurso, aparte de innumerables actos, se programaron para las fiestas del Centenario. Todas, de grandes y fastuosas a pequeñas y sencillas, debieran inaugurase en fechas cercanas a septiembre de 1910. Pero una tuvo especial atención, el monumento a esa gesta que para el régimen era fundamental para decirle a todo el mundo de la grandeza alcanzada por sus protagonistas. Un monumento a la independencia, que no quedara trunco como el anterior de Lorenzo de la Hidalgo, y que fuera uno de los actos centrales de la fiesta centenaria.

Para ello, en 1906 la Secretaría de Obras Públicas seleccionó el proyecto al arquitecto Antonio Rivas Mercado, educado en la Escuela de Bellas Artes de París, director de la Escuela Nacional de Bellas Artes y prominente arquitecto con una sólida presencia académica y profesional. El proyecto se realizó para la cuarta glorieta del Paseo de la Reforma, desplantándose sobre una plataforma con escalinata donde descansa un zócalo que sustenta cuatro pedestales con figuras representativas de la Guerra, la Paz, la Ley y la Justicia.

Aunque se desató la polémica de si el proyecto de columna era o no una copia de las existentes en Europa, Rivas Mercado y sus seguidores insistieron una y otra vez en que el proyecto había respetado escrupulosamente el programa elaborado por el gobierno.[4] Si en ese momento existía en el gremio alguien que pudiera hablar de concursos y sus respectivos programas, ese era Rivas Mercado. Así que para el 2 de abril de 1909, se colocó la primera piedra del monumento.

Para su construcción, tuvo que construirse a su vez una grúa giratoria que permitiera mover los materiales en todo lo alto de la columna. Con una altura de casi 35 metros y un costo de 35 mil pesos, la grúa funcionó adecuadamente durante la construcción de la columna.

Al iniciarse la cimentación, con una plataforma de concreto y vigas de acero, y desplantarse el pedestal y parte del fuste se observó un hundimiento y el consecuente desplome de la construcción. Ello llevó a parar la obra y desarmar lo que se llevaba construido para reponer la cimentación con pilotes de encino y un nuevo emparrillado en forma cilíndrica que soportó bien el nuevo montaje del monumento. Se terminó y quedó listo para la pomposa inauguración.

El 16 de septiembre de 1910, a las 10 de la mañana, inició la ceremonia con  una obertura de Thomas, con la Banda de Policía; para después dar lectura al informe presentado por Antonio Rivas Mercado; posteriormente se leyó el acta de Independencia, un discurso del subsecretario de Gobernación, una poesía por Salvador Díaz Mirón, las palabras de inauguración por el general Porfirio Díaz y finalizar con la entonación del himno nacional.

Seguramente acompañó una emoción grande a los presentes, pero también los acompañaba la  sombra de pobreza y contradicciones irresueltas que se habían acumulado a lo largo de la dictadura porfirista. El sueño liberal, de implantar el capitalismo a sangre y fuego, tocaba a su fin. La reelección ya no era posible, una nueva revolución tocaba a la puerta.”[5]

[4] Puede verse un excelente resumen de esa polémica en: Marta Olivares Correa, Apropósito de la vida y obra de Antonio Rivas Mercado, México, s/e, 2010, pp. 109- 120.

[5] José Víctor Arias Montes, “Arquitectura conmemorativa para la Independencia mexicana” en Ma. Lilia González Servín (coord.) Aportes para el estudio de la arquitectura del siglo XIX en México, México, FAUNAM, 2014, pp.

Dos descripciones que a continuación reproducimos para que los lectores tengan a la mano una fuente directa, se publicaron en la revista El arte y la ciencia: en 1906 con base a la maqueta que se expuso para dar a conocer el proyecto y en 1910 con la descripción detallada del monumento el 16 de septiembre de 1910, día de la inauguración de lo que hoy es un símbolo indiscutible de la Ciudad de México.

Tomado de: El Arte y la ciencia, año IX, febrero de 1906, pp. 197-199.


Tomado de: El arte y la ciencia, año 12, número 3, septiembre de 1910, pp. 57-67.

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