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Metáfora con final feliz

“Toda casa tiene su raíz en la forma interna,
en la melodía que devuelve la penetración…”
José Lezama Lima

Alfonso Ramírez Ponce

Érase una vez un pájaro que nació con dos alas asimétricas. Es bien sabido que los pájaros, y muchos otros seres vivos, en su estructura guardan un principio ineluctable: la simetría. Nuestro pájaro nació con el estigma de la diferencia, lo inhabitual, lo original, en el sentido gaudiano: volver al origen. Por ejemplo, no trazaba en el aire líneas rectas o curvas simples, sino geometrías aéreas siempre tridimensionales. Bajo el cobijo de su sombra, se sentía una armonía siempre rítmica y melodiosa. El ser diferente le atrajo, al principio, simpatías, pocas, y antipatías, muchas. Sabemos que la envidia nace cuando alguien hace lo que otros quieren, pero no pueden hacer. Volar y, por ende, viajar, le eran consustanciales, así que pronto lo vimos allende nuestras fronteras. Visitó más de cien ciudades de cincuenta y tantos países, en cuatro continentes. En la mayoría de ellas -76-, mostró sus geometrías e intercambió experiencias con sus pares.

Pasó el tiempo y, de repente, como suelen surgir algunas tragedias, manos torpes y envidiosas lo capturaron, lo mutilaron y lo condenaron a vivir aferrado a la tierra, pasando de ser un pájaro perdido que no se sabe de dónde viene y a dónde va -según Piazzolla-, a ser un pájaro herido, condenado a observar el reflejo de la luna en el lago, su compañero inseparable.

La historia no termina aquí, pues recuerden que existe un final feliz. Pasó el tiempo, lentamente, y otra vez, de repente, por azares de su ya azaroso destino, otras manos, éstas hábiles y generosas, lo rescataron, restañaron sus heridas y decidieron restaurar su forma original. Le regresaron el ala perdida y enriquecieron su plumaje con distintos matices. Nuestro protagonista, agradecido, giró su cabeza, vio a su progenitor y a sus salvadores, y remontó el espacio, trazó sus geometrías inéditas y observó, otra vez, a la luna y a su propia imagen reflejadas en el espejo del lago de cristal.

Nota necesaria: más allá de la metáfora, a fines del año pasado tuve un encuentro con los actuales concesionarios del originalmente llamado Restorán del Lago Mayor del Bosque de Chapultepec, Ciudad de México. Fue una cita inicialmente programada para una hora que se alargó a tres, dado el ambiente amable que envolvió la reunión. Tuve la oportunidad de hacer de su conocimiento los orígenes del proyecto y la construcción del restorán, hace ya la friolera de 57 años, o sea, ayer. A la vez, me informaron que sus planes consisten en su restauración, es decir, volver a su estructura original y, además, enriquecerlo con actividades culturales, como exposiciones, conciertos y conferencias, entre otras. Enhorabuena, pues las malas horas ya pasaron.

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