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La planchada

M. Alejandro Gaytán C.

No sé por qué, pero esta noche se sienten en el ambiente del hospital cosas extrañas. Tal vez sea por qué allá afuera se ha formado una espesa niebla que cubre todo. 

Estoy aquí, a causa de que pedí mi cambio al pabellón del enfermo crítico y contra lo que siempre pasa, inmediatamente lo aprobaron los médicos y mis compañeras enfermeras. En el turno me acompañan Carmela y Alicia, dos buenas amigas que ya tienen tiempo en este lugar. Mientras estamos en espera del material de curación, Alicia me dice:

-Muy bien manita, como tienes mucha experiencia entendiste muy rápido tus deberes, pero no te preocupes, todo va a ir bien 

Dejo a Carmela y Alicia en la central de esterilización y me retiro a mi lugar pensando en las palabras de ésta última, pues no entiendo lo que me quería decir. 

La noche parece descansada; los únicos casos por atender fuera de lo normal son. La señora Esther, a quien operan mañana temprano, así es que no debo darle alimentos y estaré atenta a que no le falte nada y en la sección de hombres Don José, quien llegó en coma y nada más se espera su deceso. 

Que horrible, entró un viento helado y brumoso que me estremeció hasta los huesos. Cuando pasó la niebla me pareció ver salir a una enfermera de la sección de hombres. Que extraño, pues sólo somos las tres. Alcancé a ver su espalda, con su uniforme y cofia muy cuidados. Revisé el piso, pero no hay nadie más, tal vez sólo fue mi imaginación. 

Amanece, el pabellón se ve en paz, recorro los cuartos colectivos de mis pacientes para ver cómo amanecieron.

-Buenos días, Don Julián ¿cómo durmió?

-Bien señorita Rosa. 

-Buenos días, Don Roberto, ¿qué tal va esa operación?

-De primera seño, con decirle que ya ni la siento

-Y a mí, seño Rosa, ¿no me pregunta?

Del asombro me quedo con los ojos y la boca abiertos, pues creía que tal vez Don José, que es el que me habla, ni amanecería: 

-¡Don José, es increíble su semblante!, a ver déjeme checar como están sus signos vitales… Están de maravilla, no pensé que mejorara tan pronto eso nos da mucho gusto. 

-Con lo que me dio anoche me alivió, no me dejó sólo un instante, no sabe como le agradezco todo lo que hizo por mí, gracias, Rosita.

-Perdone que la interrumpa seño, venimos por la paciente de la cama trece, pues la van a operar a las ocho.

-Si como no; es Doña Esther, vamos por ella.

-Buenos días, Doña Esther, ¿está lista? Ya vienen por usted, pues la van a preparar para operarla como estaba programado.

-Mire Rosa, aunque usted aquí es nueva, debe saber que en donde sea siempre hago mi voluntad. Anoche le tocó verlo como una muestra. 

-No sé a qué se refiere, pero como usted se ha dado cuenta, aquí todos cumplimos con nuestro deber.

-No me venga con esas patrañas, ya vio como anoche hice lo que quise, fuera de su disque deber; aunque para ello fue necesario que a su compañera le firmara el papel ese donde dejé bien claro que mi voluntad domina a pesar de todos, y ya ve como después de signarlo hice lo que me dio la gana, ¿o no?

-No entiendo nada de lo que habla. Pero muchachos, es mejor que le apuren para que Doña Esther esté a tiempo en su operación.

-Buenos días, Rosa, ¿anoche no notaste algo extraño? Parece que otra vez “La Planchada” estuvo por aquí, algunos la vieron, pero ni Alicia ni yo encontramos cambios en la salud de los enfermos. ¿Cómo les fue a los tuyos?

-Qué es eso de “La Planchada”? 

-No te vayas a espantar, pero en este pabellón suceden cosas que uno no se explica. A veces se va la luz, lo que en un hospital nunca sucede, o en otras, sin motivo se forma una nube helada, que recorre los pasillos. Entonces, un paciente muy mejorado se nos muere en un instante. O adviertes como un enfermito a punto de expirar, en un segundo tiene un alivio asombroso. 

-Carmen tiene razón, Rosa, aquí a veces pasan cosas que nadie cree, pero a todas nos toca padecer. De lo que sucede fuera de control responsabilizamos a “La Planchada”. Aunque a ella nadie la ha visto.

-¿Quién es “La Planchada”?

-Una enfermera que trabajó aquí hace muchos años. Dicen, era perversa, les daba medicamentos contraindicados a los pacientes y todos se morían, pero antes los robaba y con lo que obtenía se compraba ropa nueva, hasta batas y cofias elegantes, andaba muy almidonada para verse siempre súper selecta, por eso aún en vida le pusieron “La Planchada”. 

Un día, la descubrieron y avisaron a la policía, por ello se encerró en un baño donde tomó de los medicamentos tóxicos que daba a los enfermos. Cuando pudieron entrar a lugar, la encontraron muerta; su cara, tenía una mueca horrible, era como si la hubieran martirizado antes de fallecer.

-Desde ese día su fantasma se aparece, pero ahora es justiciera, ha salvado a muchos pacientes desahuciados, pero también mata a otros que parecen a punto de aliviarse. Si se rasca en el pasado de los enfermos, te encuentras malas acciones en los ajusticiados y buenas en los que lograron sobrevivir. Aunque no descansa en paz, parece que cambió su comportamiento.

-Creo que sí estuvo por aquí. Anoche después de que platicamos, una niebla entró al hospital. Al pasar junto a mí quedé helada y vi una figura vestida de enfermera que andaba por los cuartos. No la encontré, pero Don Pepe estaba en coma y amaneció restablecido. Hasta me dio las gracias por haber estado con él toda la noche. La verdad, nada más pasé en dos visitas a ver cómo estaba y después me fui a la estación a descansar.

-Oye, ¿y no se presentaron cosas negativas?

-No, nada más el caso de Don Pepe, los demás están estables como los ves, sólo falta Doña Esther, que se la llevaron al quirófano.

-Ándale, ese puede ser el caso contrario, ¿cómo iba?

-Normal, sus signos eran correctos, mira aquí los anoté. Aunque viéndolo bien me dijo cosas raras: “Ya ve como anoche hice lo que quise” y no sé a lo que se refería. La verdad se me hizo prepotente y grosera

– ¿Preguntamos al quirófano si no ha habido algo imprevisto?

-Mira, ahí viene muy angustiada la secretaria del director.

-Rosa, hablaron del quirófano a la dirección del hospital. Doña Esther se murió porque cenó y tenía indicado que no probara nada. ¿Cómo se le olvidó? Sus abogados están aquí, quieren demandar al hospital y a usted en lo personal. 

-Ahora sí ¿qué vas a hacer manita?

-No sé de qué hablan, de verdad en toda la noche no le di nada de comer, la revisé y estaba bien, sólo la volví a ver en la mañana, cuando se iba a que la prepararan para su operación, yo estuve trabajando en la estación de enfermeras.

-Oye, este papel que está ahí encima, ¿de quién es?

-Mira, está firmado por Doña Esther, dice que la enfermera “La Planchada”, no le quería dar de comer, por eso ella tomo los alimentos por si misma, cenó bajo su propia responsabilidad y que su firma en esta hoja así lo testimonia.

-Esta es tú salvación Rosa, con esta carta podrás demostrar tu inocencia.

-Pero como crees que va a servir, nadie va a admitir que la carta es verdadera, ni yo la tomaría en cuenta.

-Ahí viene el director y con él, un señor muy acelerado.

-Buenos días, señoritas, el licenciado de la familia de Doña Esther, viene a recoger un documento que, nos dice su esposo, anoche firmó ella, parece que en él explica por que tomó alimentos. ¿Saben de qué hablo?

-Así es señor, lo acabamos de encontrar aquí en la estación de enfermeras. 

-Si licenciado, mire usted, de la misma forma en que se lo dijo por teléfono a su esposo cuando habló a su casa, ella aquí confirma que tomó los alimentos aún en contra de las indicaciones del hospital, pero recibió la aceptación de alguien que no trabaja en este lugar; esa persona, “La Planchada”, aquí no la conocemos. Léalo usted mismo.

El abogado mira con detenimiento la hoja, mueve la cabeza en señal de desaprobación y se marcha acompañado por el director

-Qué bueno que ya pasó todo Rosa y aunque se murió la señora, no hubo demanda. Nosotras estamos ya cansadas de vivir con el miedo pegado al corazón, con la angustia de no saber que puede suceder. Deseamos trabajar normalmente, que no se presenten cosas como las que te tocaron anoche.

-Gracias Alicia. ¿Pero por qué vienes tan agitada Carmen?

-Córrele a tu sección Alicia, uno de tus pacientes de pronto obró y orinó mucha sangre, ahora empezó también a arrojarla por su boca, nariz y ojos. 

-Rosa, no sabemos que hacer, esto parece mano de “La Planchada”.

Por el interfono se oye una voz:

-Enfermera Carmen Hernández, favor de ir a su sección, urgente. 

-Que espanto, “La Planchada” hoy está muy activa, seguro en mi sección también están sucediendo cosas aterradoras. Voy a ver que pasa.

Alicia y Carmen salieron en estampida, con una cara de angustia, de miedo. 

¿Y yo? No se que pensar ¿Cómo voy a continuar aquí si esto sigue sucediendo? ¿Qué haré si la fantasma vuelve nada más para cambiar las cosas a como ella quiera? 

De la ventana cerrada veo como se desliza una nube muy densa, viene pegada al piso. No me puedo mover, al llegar donde estoy, sube poco a poco, lo hace por mis piernas y se mete en mi cuerpo hasta hacerme sentir un escalofrío que se incrusta en mi cerebro. 

A mi lado, con la misma nube, se va formando una figura humana femenina, con el aspecto de una enfermera, me hace una señal de silencio, enmudezco. Dice:

-Voy a ser tú, hoy me adueñaré de ti.

Quiero escaparme, gritar, pero no puedo, siento como me penetra por la nariz, mi boca, los ojos, por los oídos. Sin desearlo camino hacia el cubículo que está enfrente. 

Al entrar veo como los aparatos del enfermo empiezan a saltar, entran en crisis, entonces me acerco, o ella, y…..

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