Cristóbal Colón y el Paseo de la Reforma
Segunda parte
José Víctor Arias Montes
En la entrega anterior se puntualizó lo que a nuestro parecer son los espacios conmemorativos y por qué éstos deben considerarse como arquitectura. Y abrimos además un paréntesis para comentar el primer intento por evocar la lucha de la Independencia en 1810 en la plaza principal de la ciudad de México. De la descripción del arquitecto De la Hidalga, autor de ese proyecto, resaltan varios conceptos que conviene recordar nuevamente y que hilan un discurso por demás sugestivo sobre la programación de la arquitectura conmemorativa, revisémoslos:
“¿Qué monumento deberá corresponder para perpetuar la memoria de un suceso como la independencia y la libertad de una nación grande a cuyo logro han contribuido tantos hombres ilustres con su sabiduría, su constancia, y con cuántas virtudes es capaz de inspirar la nobleza de un objeto tan precioso? Debe ser un monumento grandioso, un monumento eterno, cuya magnificencia sin igual manifieste el entusiasmo de los que lo erigieron, cuya composición artística y filosófica sea el libro abierto de la historia de la grande obra conseguida y perpetuada en él, que estimule al pueblo libre a formar hombres como los que recuerdan sus estatuas, relieves e inscripciones; y en fin, que domine en él todo el objeto conseguido con sacrificios heroicos, la libertad y la independencia mexicana…”
A la lectura de estas líneas surgen varios comentarios, pero previo a ellos hay un hecho que llama la atención y que será recogido por las autoridades civiles para realizar los proyectos que hacen ciudad de manera democrática: los concursos públicos. Este monumento no será la excepción, se convocará y realizará un concurso cuyos resultados se hicieron públicos. Respecto a los comentarios, resaltan por lo menos tres: Primero, la pregunta esencial del hecho histórico de la Independencia: ¿Qué monumento se requiere? Respuesta: un monumento grandioso y eterno, que exprese la apoteosis de los que levantaron e impulsaron ese espacio público. Segundo, que sea un libro abierto que narre la historia de la misión alcanzada para que esa rememoración incite a formar personas como las que se representan en sus estatuas y demás elementos compositivos. Tercero, que en el conjunto, cada parte sea portadora de un significado que explique, en ese caso por medio del lenguaje clásico, la obra erigida. Resumiendo: hay una finalidad de la obra que es conmemorar la Independencia; esa finalidad se alcanza narrándose como un libro abierto, provocando que la evocación forme ciudadanos como los que se recuerda; y, que cada parte de la obra, acompañando de manera particular a la finalidad, exprese el significado específico y general de ese monumento conmemorativo.
Cerremos momentáneamente ese paréntesis, para continuar con el tema central sobre el Monumento a Colón y el Paseo de la Reforma. Ya regresaremos posteriormente a repensar estas ideas sobre la composición arquitectónica de los monumentos conmemorativos.
Es la segunda mitad del siglo XIX, se ha restaurado la República y se transita a un Estado moderno, liberal y con un fuerte aroma nacionalista. La lucha interna, que parecía no detenerse, se aplaca con la llegada al poder restaurador de los liberales cultos y los militares de “crianza rústica”.[1] Benito Juárez muere y asume el poder Sebastián Lerdo de Tejada. Dentro de los rústicos militares resalta el general Porfirio Díaz, quien con una perseverancia inaudita alcanza por fin la presidencia de la República iniciando con ello su larga carrera política como titular del Ejecutivo.
[1] Dice Luis González, con su peculiar lenguaje, que ese grupo estaba compuesto por 30 ilustres liberales, de los cuales dieciocho eran letrados y la docena militar de oriundez norteña y crianza rústica. Ver: “El liberalismo triunfante” en Historia General de México, tomo 2, México, El Colegio de México, 1988, p. 905.
José de la Cruz Porfirio Díaz Mori asume constitucionalmente la presidencia el 5 de mayo de 1877. Ya para entonces los trabajos del Monumento a Cristóbal Colón han iniciado y llevan un avance considerable. Obra donada por el industrial y banquero Antonio Escandón y Garmendia, avecindado en Francia, quien desde 1871 había aceptado la idea de financiar el monumento. La obra fue realizada por el escultor francés Charles Cordier.
Mariano Riva Palacio, siendo regidor y alcalde de la ciudad de México entre 1829 y 1830 promovió, con poco éxito, recordar a Cristóbal Colón en la ciudad. En 1877, cuando Porfirio Díaz conforma su gabinete, nombra a Vicente Riva Palacio, hijo de don Mariano, ministro de Fomento, quien rescata la idea de su padre impulsando ante Antonio Escandón la construcción de un monumento dedicado al navegante genovés; propuso para ello que se ubicara en la glorieta posterior a la estatua de Carlos IV en un Paseo de la Reforma que para ese año veía iniciados los trabajos para su trazo definitivo y abandonar su antiguo nombre para dar paso a una calzada con influencias europeas.
No existe una explicación convincente del por qué un liberal consumado y radical como Vicente Riva Palacio cayó en la tentación conservadora de conmemorar a Colón en un momento en que la exaltación de los héroes nacionales empezaba a tomar fuerza en el naciente porfirismo.

Monumento a Cristóbal Colón, Paseo de la Reforma, ciudad de México, 1877.
[Para continuar conociendo otras opiniones respecto al monumento a Cristóbal Colón, anexamos un texto de Antonio de la Peña y Reyes fechado en 1892]