Gerardo G. Sánchez Ruiz
En la polémica que continua en torno a mantener o no algunos monumentos u objetos colocados por distintos gobiernos o por la misma sociedad civil en plazas o avenidas y, con el objetivo de continuar llamando a la reflexión respecto del simbolismo o significado de éstos y, por ende invitando a revalorar la historia de la ciudad de México, conviene revisar el contexto y la colocación de la serie de estatuas y jarrones que empezó a lucir la avenida Reforma a finales del siglo XIX, mismas que hoy parecen ser simple ornato cuando no es así.
Había que recordar que cuando don Porfirio Díaz asumió la presidencia, habían pasado décadas de inestabilidad desde que se había logrado la independencia ante España. Los impulsores de aquella, eminentemente grupos de criollos, tenían distintas perspectivas en torno a como conducir el país y por tanto disfrutar beneficios; de manera que al lograr desembarazarse de la Corona Española y en la búsqueda de ejercer el poder, aquellos se enfrascaron en continuos enfrentamientos y cambios de gobierno, caracterizando una época de fuerte inestabilidad.
Esa inestabilidad fue uno de los factores para que: en 1836 Texas declarara su independencia; se sucediera la invasión perpetrada por el ya perfilado imperialismo norteamericano que llevó a la pérdida de más de la mitad del territorio legado por los españoles, lo cual se concretó al firmarse los Tratados de Guadalupe Hidalgo en 1848; y sobreviniera la intervención francesa y ocurrida entre 1962-1867, y la instauración del Segundo Imperio.
La construcción de una nueva nación requería circunstancias que lo posibilitaran, la mera obtención de la independencia había sido un paso, pero se necesitaban acuerdos entre los grupos interesados en el poder para dar así dirección a proyectos de conjunto. En esos deseos había que buscar mejoras sociales e insistir en lo ideológico para acompañar proyectos, y para el caso, insistir en la búsqueda de una identidad.
Y en efecto, había que buscar sentimientos de apego a la nueva condición del territorio llamado México, y al rumbo que asumiría este. No había nación había que construirla, los descalabros de las primeras décadas lo exigían, ya los liberales de Juárez habían actuado en ese sentido, y Díaz al asumir el poder, fue actuando en ese sentido.
Entre esas búsquedas que se manifestaron en la literatura, las artes, la ciudad y la arquitectura, en 1887 se tuvo lugar la inauguración del monumento a Cuauhtémoc obra del ingeniero Francisco Jiménez y el escultor Miguel Noroña, con la intención de resaltar uno de orígenes de los mexicanos: el indígena: pero se tenía que ir más allá, si se exaltaba a un personaje había que ampliar el espectro y Reforma era un buen aparador para continuar conjuntando historia.
En ese ambiente y en el mismo 1887. Francisco Sosa —periodista e historiador— en el periódico el Partido Liberal escribió:
La inauguración del monumento grandioso con que el gobierno federal ha honrado la memoria del ilustre Cuauhtémoc y la de los principales caudillos de la defensa de la patria en 1521 […] ha venido a revelar no solamente que México jamás olvida a sus héroes, sino también que entre sus hijos existen artistas capaces de producir obras dignas de cualquier pueblo culto. No es ésta una afirmación hija de nuestro entusiasmo por lodo lo que redunda en gloria de la patria. Escritores extranjeros han dicho sin empacho que puede reputarse el monumento a Cuauhtémoc, el primero de América, por su arquitectura esencialmente americana, y por ser obra realizada exclusivamente por artistas mexicanos. Bien sabido es que al decretarse en 1877 la erección del monumento a Cuauhtémoc se decretó, igualmente, que en las glorietas siguientes se erigieren otros a los héroes de la Independencia y a los de la Reforma, y nadie duda que, perseverando el gobierno en su propósito de embellecer el primer paseo de la metrópoli mexicana, llegara a ser uno de los sitios más hermosos y, por consiguiente, más visitado por nacionales y extranjeros.[1]
[1] Sosa, Francisco. Las Estatuas de reforma, México, Oficina Tipográfica de la Secretaria de Fomento.1890., p. IX-X. Disponible en http://cdigital.dgb.uanl.mx/la/1080011240/1080011240.PDF
Dado ese contexto que muestra las ideas del momento respecto a lo que había que resaltar en la pretendida búsqueda de identidad, trazada ya ésta por los antecedentes indígenas y españoles en la mayor parte de la población, es que Francisco Sosa hizo la propuesta de erigir estatuas en la avenida Reforma, señalando:
Creemos que a los laudables esfuerzos del gobierno federal deben unirse los de los gobiernos de cada una de las entidades federativas. ¿De qué manera? Vamos a decirlo: Existen en la gran calzada de la Reforma, ya construidos, los pedestales destinados a sustentar estatuas y otras obras de arte propias de un lugar de recreo, al que diariamente concurre la parte más distinguida de la sociedad, y hasta hoy no se ha acordado resolución alguna oficial respecto a las estatuas y piezas artísticas a que se destinaban los pedestales de que hablamos. Está fuera de roda discusión que, por muy grande que fuese la voluntad del gobierno federal, necesitaría éste emplear gruesas sumas de dinero y muchos arios para terminar, por sí solo, todas las obras de ornato que demanda un paseo de la magnitud del de la Reforma, puesto que ellas deben de llevarse al cabo en consonancia con el valor artístico de los monumentos que en las glorietas se levantan ya, y se seguirán levantando. Pero lo que sería de lenta y costosísima realización para el erario federal sería fácil, rápido y cómodo si cada uno de los estados mexicanos tomase bajo su patrocinio nuestro proyecto. Por pobre -que se suponga a cualquiera de las más pequeñas fracciones en que se divide la República, es seguro que sin sacrificio de ningún género puede costear dos estatuas de tamaño natural como son las que pueden sustentar los pedestales de que antes hablamos-, y por escasos que sean los anales de algunas de esas fracciones, no dejará de poseer cada una dos personajes dignos de ser honrados con un monumento que perpetue sus hechos recordándolos.[2]
[2] Ibid, p. X-XI.
Y daba condiciones para elegir los personajes que quedarían para la historia en las estatuas:
1º. Que no se discierna la honra y homenaje sino a personajes muertos. 2º. Que todas las estatuas sean de tamaño natural y de bronce o mármol. 3º. Que los proyectos o modelos sean aprobados por un jurado especial, á fin de que no se dé cabida sino á verdaderas obras de arte, dignas de figurar en un paseo en que existen monumentos de la importancia del de Colón y del de Cuauhtémoc. para que se diera cabida a “verdaderas obras de arte, dignas de figurar en un paseo”.[3]
[3] Ibid, XII y XIII
Según explica el mismo Francisco Sosa, la idea tuvo una buena aceptación, por lo que Porfirio Díaz giró órdenes para que se emitiera una circular dirigida a los gobernadores de los estados e hicieran las propuestas, iniciándose el acopio de estatuas siendo las primeras en recibirse y erigirse las de Ignacio Ramírez y del general Leandro Valle en 1889 como contribución del gobierno del Distrito Federal.

Licenciado D. Ignacio Ramírez, escultor Primitivo Miranda, 1889. Fotografía: Gerardo Sánchez, 2021.

General D. Leandro Valle, escultor Primitivo Miranda, 1889. Fotografía: Gerardo Sánchez, 2021.
De acuerdo José María Marroquí, “en los primeros días del mes de febrero de 1889, aparecieron en las esquinas de las calles unos papeles, con fecha 31 de enero” avisando que “se colocarían solemnemente, a las 9 de la mañana, en las primeras pilastras laterales del paseo, las estatuas del General Leandro Valle, a la izquierda, y del Lic. Ignacio Ramírez, a la derecha, con que el Distrito Federal contribuía al adorno y paseo”.[4] Posteriormente vendrían otras, de las que el mismo Marroquí, señalaba:
En esos días y con esa ocasión, se publicaron en los periódicos los nombres de las personas designadas en las elecciones hechas por algunos Estados para que ocupasen un lugar en la Reforma; el Estado de Michoacán eligió a los Sres. D. Ignacio Ojeda Verduzco y D. fosé Ponce de León; el de Puebla, a D. Juan Múgica y Osorio y al General D. Juan Crisóstomo Bonilla, y el de Veracruz, a D. Miguel Lerdo de Tejada y a D. Rafael Lucio… [5]
[4] Marroquí, José María, “El Paseo de la Reforma” en De la Torre Villar, Ernesto, Lecturas históricas mexicanas, Tomo II, México, Instituto de Investigaciones Históricas. 2015, p. 351. Disponible en https://www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/lecturas/histmex02.html
[5] Ibid, p. 352.

Licenciado Miguel Lerdo de Tejada, escultor Epitacio Calvo, 1889. Fotografía: Gerardo Sánchez, 2021.
Sin lugar a dudas la idea de Francisco Sosa, se apegó al momento que vivía el país, se requería conjuntar a la sociedad, a regiones y a localidades bajo perspectivas de progreso parecidas, y una de las vías, fue hacer sentir a los estados como partes de una nueva nación; en ese sentido el nacionalismo que se empezaba a construir hubo de alimentarse con acciones de este tipo. Como refieren las crónicas de la época, casi no hubo convocatorias en los estados para elegir a los personajes, de tal manera que, según las mismas, algunos de ellos eran “verdaderos desconocidos”. Marroquí haciendo una crítica de personajes enviados por los estados decía:
El pensamiento del Sr. Sosa claramente explicado por él y aún ejemplificado con algunas personas que nombró, no fue bien comprendido por las Entidades que componen la Federación, o que despreciándole, a su sombra han dado rienda suelta a sus personales afectos. […] No es lugar propio un paseo para honrar la memoria de personas cuyo mérito ha consistido en el retiro, en el silencio. en la meditación de verdades morales o físicas, pero que exigen profunda reflexión y maduro estudio; medidos, pues, con este cartabón Sor Juana Inés de la Cruz, el P. Navarrete, el P. García de San Vicente, el P. Alzate, D. Leopoldo Río de la Loza y otros a su semejanza, no podrían venir a la calzada de la Reforma, estando muy bien como estarían en un salón de un ateneo o en una biblioteca. ¿Qué quedaría, pues, para la calzada de la Reforma, políticos y militares, y aún de éstos podrían venir todos los que de alguna manera se han distinguido de sus conciudadanos? Tampoco era preciso. para ocupar un lugar en este paseo, que el héroe hubiera sido de singularísimos hechos, realzados por otras virtudes, y esto precisamente, porque quería dar al paseo un carácter de importancia nacional.[6]
[6] Marroquí, José María, “El Paseo de la Reforma” en De la Torre Villar, Ernesto, Lecturas históricas mexicanas, Tomo II, México, Instituto de Investigaciones Históricas. 2015. Disponible en https://www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/lecturas/histmex02.html
Pese que algún gobernador haya enviado algún “favorito”, la iniciativa véasele por donde se le vea, fue acorde con su tiempo al pretender incluir, o hacer converger en un objetivo a los restantes estados del mutilado territorio llamado México.
Por supuesto, en esa pretensión de lograr una identidad siguieron otros monumentos, que finalmente querían registrar a personajes o acontecimientos por los que hubo de pasar el país y que finalmente contribuyeron a su relativa consolidación, de ahí el Monumento a Juárez (1910) obra de Alessandro Lazzerini y de la Independencia (1910) de Antonio Rivas Mercado, Enrique Alciati, Gonzalo Garita y Manuel Gorozpe, con las que concluyó el régimen de don Porfirio.
Se insiste: para querer a un país, a un lugar o a una institución debe conocerse su historia. Como está sucediendo en el presente en la Ciudad de México, no es quitar monumentos u objetos erigidos en épocas pasadas para colocar otros, cada monumento u objeto debe ganarse su sitio de acuerdo a méritos y no con imposiciones; deben hacerse consultas para tomar decisiones al respecto y es preciso que en particular, participe gente que conoce la historia del país; y para el caso, de la ciudad.