Por J. Víctor Arias Montes
En pocos días se conmemorará el bicentenario de la Independencia de México (conocida también como consumación), firmada el 28 de septiembre de 1821, entre otros, por Agustín de Iturbide y Matías Monteagudo a nombre de la Junta Provisional Gubernativa del Imperio Mexicano y de la cual, Manuel López Gallo, señaló:
“Ni un solo insurgente. Únicamente gachupines, realistas o criollos obstinados, enemigos del pueblo y de su independencia. He aquí la causa y la génesis del desconcierto, la confusión y el caos de los años siguientes a nuestra Independencia. Enorme leonera que los liberales tratarían afanosos del meter al orden.”[1]
[1] Manuel López Gallo, Economía y política en la historia de México, México, ediciones El Caballito, 1972, p. 79.

Momento histórico que, sin lugar a dudas, resalta la importancia de la lucha liberal por dar a nuestro país su verdadera Independencia y que no deja de tener una alta jerarquía en las conmemoraciones mexicanas, sobre todo en este año que transcurre con los conservadores asomando por la ventana neofascista.
Luis Villoro, en una de las interpretaciones más sobresalientes, indica con precisión:
“Agustín de Iturbide, el frente del ejército de las “tres garantías” (religión, unión, independencia) entra a la ciudad de México el día 27 de septiembre. Después de diez años de luchas, la independencia se ha consumado; pero sus términos son muy diferentes a los que la revolución popular había planteado. La rebelión no propugna ninguna transformación social importante del antiguo régimen. Ante las innovaciones del liberalismo, reivindica ideas conservadoras… Desde el punto de vista social, es claro que el movimiento de Iturbide no tuvo nada en común con el de Hidalgo y Morelos. La proclamación de la independencia de 1821 no reanuda la revolución; por el contrario, sólo es posible en el momento en que ésta parece aplastada…
La proclamación de la independencia política no terminaba, naturalmente, con el proceso revolucionario. Los antiguos insurgentes van a unirse de nuevo para continuarlo…”[2]
[2] Luis Villoro, “La revolución de independencia” en Historia general de México, tomo 1, México, El Colegio de México, pp. 639-640.
Los centenarios son quizás de las conmemoraciones más recurrentes y grandilocuentes de los estados modernos, por ello este bicentenario será de gran plusvalía política para el actual Gobierno por lo que representa la lucha contra el conservadurismo y que ahora reafirmamos, con mucha mayor claridad, el gran valor que incita la 4ª transformación en este proceso innovador.
Pero lo que nos interesa resaltar en estos festejos por venir, es el papel de los arquitectos en este acontecer histórico. En el centenario y bicentenario de las gestas de la consumación, éstos se hicieron presentes con distintas intensidades: para 1921, fue poca, y para el bicentenario parece ser que no hay intensidad alguna.
El 27 de Septiembre de 1921, se conmemoró la consumación de la Independencia mexicana. Los festejos, promovidos por los diarios Excélsior y El Universal, y otros más, dirigidos por el presidente Álvaro Obregón, se encomendaron a una Comité entre cuyos participantes figuraron Alberto J. Pani y Martín Luis Guzmán.
Dentro de los múltiples eventos convocados resalta la invitación de El Universal a las jóvenes indígenas para que participaran en el concurso de belleza “la india bonita”, para “engalanar sus columnas con los rostros fuertes y hermosos de infinidad de indias que pertenecen a la clase baja del pueblo…” La ganadora, del estado de Puebla, participó en el desfile de carros alegóricos que recorrieron las principales calles del centro de la ciudad. Sin embargo, los festejos fueron aprovechados por las élites conservadoras para resaltar la figura de Agustín de Iturbide al que no le fue nada bien en la Cámara de Senadores, pues se decidió borrar su nombre de la galería de los hombres ilustres por contrarrevolucionario y en su lugar colocar el de Belisario Domínguez. Las contradicciones sociales se hicieron pues presentes en todo ese año y en los actos previos al 27 de septiembre. La lucha de liberales contra conservadores, después de 200 años de consumada la Independencia, continúa sin parar.
La arquitectura ocupó un marginal lugar en las fiestas centenarias, pues de lo poco que se convocó a hacer fue la construcción de la Escuelas del Centenario en la capital del país y algunas obras más casi sin relevancia arquitectónica. Por ello, los arquitectos seguramente tuvieron más trabajo como escenógrafos que como proyectistas de espacios habitables de obras de gran calado. En nuestro ámbito, el académico, solo hubo participaciones aisladas y de poca importancia para el público como el del “proyecto para el Panteón de los Libertadores, abierto por la comisión de los Festejos del Centenario, los dos premios de dos mil pesos quedaron entre los alumnos de cuarto y quinto años de arquitectura.”[3]
[3] “Academia Nacional de Bellas Artes”, Boletín de la Universidad, agosto de 1921, en Xavier Moyssén, La crítica de arte en México, 1896-1921, Tomo II, México, IIE-UNAM, 1999, p. 553.
Inmensas fueron las diferencias con los festejos del Centenario de la Independencia, realizados por el régimen porfirista en 1910 y que dejaron huellas difíciles de borrar de la historia patria.
En septiembre de 1921 los principales órganos de la prensa escrita hicieron gala de diversos impresos que dieron cuenta de todas esas fiestas, que se llenaron de exaltación a lo mexicano y a lo popular, pero también a las manifestaciones culturales de las élites conservadoras.
Ahora, en este septiembre patrio de 2021, veremos qué organiza el gobierno, más allá de la exaltación de lo nacional y de tratar de pregonar el gusto caprichoso de lo indígena cambiando monumentos y recreando una nueva historia oficial. Por lo pronto, la lucha continúa por la independencia nacional con la presencia militante del franquismo arropado por los conservadores locales.