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Gotitas de lluvia

M. Alejandro Gaytán Cervantes

Los niños de la ciudad se preparaban para recibir las primeras aguas: Renata y Diego colocaron una tina en el patio de su casa para recoger la lluvia y con ella regar las plantas que habían sembrado en su pequeño jardín; lo mismo hicieron en su casa Maya y Axel, que jugueteaban con sus cubetas en la espera del agua. Aideé y Ernesto, en el jardín trasero de su vivienda, colocaron varios cubos para ver cual se llenaba primero. Los días habían sido calurosos pero este tenía mayor humedad. Hacía muchos días que debería iniciarse la época de lluvias, pero hacía mucho que no había caído una gota.

Esa tarde por fin se empezaron a reunir en el cielo grandes nubes blancas, y como eran tantas su densidad cambió y poco a poco se fueron transformando en un nubarrón negro y fresco. Esto sucedió cerca de esa ciudad donde viven más personas de las que habitan en todo Canadá o Australia, de las naciones más grandes de la tierra.

La nube se hizo grande, pues se había organizado con el vapor de agua conformado en diferentes lugares. Al llegar al enorme valle, el aire se enfrió y la nube se condensó hasta convertirse en una descomunal cantidad de gotas; lágrimas del cielo que empapan los corazones, diría algún poeta.

Una de las partículas de agua venía del mar y por eso se llamaba Mariana. La segunda de las que platicaremos, se nombraba Ruth, porqué provenía del vapor de agua surgido sobre la “ruta” de un río. La otra, originada en una charca de agua contaminada, formada con los desechos de una fábrica, en las afueras de esa misma ciudad, tenía por nombre el de Sucien.

Mientras, las gotas se formaban, comenzaron a charlar. Mariana inició la plática:

-Antes, al montarnos en una nube negra como ésta, para caer en torrente, humedecíamos todo a nuestro paso; nosotras, las gotas arribábamos a lugares hermosos. Todo era armonía, veíamos como, cuando caíamos sobre la tierra, brotaba la vida; los seres de esos tiempos nos aprovechaban completamente. En cualquier sitio, con nuestra llegada, es como han surgido y desarrollado nuevos y poderosos animales; hermosas y cada vez más complejas plantas; día a día, todos han sido mejores, gracias a nosotras.

Hoy es una tristeza; esto ya no es así.

En una buena parte de lo que es tierra firme, existen pisos duros, planos, imposibles de mojar más allá de su superficie; en ellos no crece nada.

Ruth dijo:

-Sí Mariana, además, parece que no vamos a caer en mares, como el tuyo, o en las montañas formadoras de ríos como del que salí, sino en una ciudad como esta, que está abajo, donde nos convertiremos en algo inútil; No cumpliremos con nuestra obligación de crear vida; no la formaremos. Por el contrario, al tocar el piso, nos lanzarán a las cloacas hechas por los hombres. Inmediatamente al caer, nos iremos por las coladeras, hacia unos tubos apestosos, empujando toda su suciedad, todo lo malo que ahí producen.

Esa es nuestra tristeza, en vez de ser dadoras de vida, nos han convertido; en jaladoras de mugre, y lo que es terrible, hacia los ríos y mares.

-Con sus torpezas y ambiciones, dijo Sucien, los hombres han acabado con muchas especies de la fauna y la vegetación del planeta. Y a nosotras, cada vez nos contaminan más. Los necios, no se han dado cuenta que al profanar los ciclos de vida formados por el agua; al agua misma en todas sus formas: como lluvia, los mares, lagos, ríos, e incluso el hielo y si continúan así, terminarán pronto con ellos mismos.

-Ustedes saben dijo Mariana, que el agua es donde se creó la vida en este planeta. Todos los seres vivos, nos deben su existencia; sin el agua la tierra sería nada más un lugar lleno de montañas rocosas y desiertos; pero todo seco, no habría seres vivientes. Bueno, pero además, lo que sí es verdad es que ustedes, a diferencia mía, vienen de los lugares más contaminados por el hombre.

Ruth contestó:

-Bueno, tú también lo estás Mariana, no te hagas; en las ciudades producen sus porquerías y han tomado a las corrientes de agua como transportadoras de éstas, hacia los océanos. El mar también está lleno de residuos: de chapopote, de productos químicos. A final de cuentas, toda el agua llega al mar; claro que la contaminación no es tan directa como en los ríos de donde vengo, y menos como el charco horrible de donde surgió Sucien; pero tu pureza también es cada día menor.

Sucien dijo:

-Aparentemente, para nosotras tanta suciedad no importa, pues cuando nos formamos, con la evaporación, dejamos abajo la mayoría de esa mugre, porqué afortunadamente, las porquerías del hombre casi siempre son más pesadas que el aire. Como ustedes saben y sienten, esa inmundicia no sube; por eso nuestro grado de pureza aún es alto en las tres. Aunque nacimos en lugares muy diferentes, acá arriba somos bastante semejantes.

-Sucien cree tener razón, pero no es así, yo estoy menos contaminada por venir del mar; pero ustedes están mucho más. Tú por venir de la ciudad, ni se diga, le respondió Mariana.

-Bueno, ya estamos bien redondas y a punto de caer; nos vemos en la tierra, ojalá tengamos suerte y nos toque mojar a los árboles y a las plantas de alguno de los pocos jardines que tienen allá abajo.

Mientras tanto, en la tierra firme los niños se preparaban para recibir la primera precipitación: Renata y Diego prepararon una tina en el patio de su casa, para recoger la lluvia y con ella regar las plantas que habían sembrado en su pequeño jardín; lo mismo hicieron en su casa Maya y Axel. Aideé y Ernesto, en el jardín de adentro de su vivienda, colocaron sus cubos.

En su recorrido, hacia el piso firme, descubrieron que el viento las llevaba hacia un bosque de enormes árboles, en las afueras de la ciudad, lo que les dio mucho gusto, pues así sí cumplirían su cometido de crear vida, de ayudar a que ésta continúe sobre la tierra. Los niños se quedarían esperando las siguientes nubes para poder acumular gotas de lluvia.

Desafortunadamente al bajar, pasaron por una nube envenenada, un enorme nubarrón de smog. Sus gases les cerraron la garganta y ya no pudieron hablar. Al caer, lo hicieron muy tristes, mientras descendían, se mezclaron con ese humo de la ciudad, producido por las fábricas, los automóviles y demás agentes contaminantes.

Así, desconsoladas, mientras se precipitaban se convirtieron en “lluvia ácida”, y por ello, al tocar la tierra envenenaron el lugar de su llegada, incluso quemaron las flores que se encontraban entre las plantas de ese bosque.

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