Jesús Tamayo
En un artículo anterior (Pandemias, arquitectura y urbanismo) exploramos la relación entre algunas pandemias que ha sufrido la humanidad en la historia y sus efectos en la arquitectura y en algunos avances urbanos que hoy utilizamos consuetudinariamente[1] Interesa ahora aquí explorar algunos posibles efectos urbanos de la reciente pandemia global de Covid19.
[1] Como las redes urbanas de aguas residuales.
Es sabido que el virus del Covid se transmite de individuo a individuo a través de las partículas que expelemos al hablar: así, las concentraciones humanas son vistas como escenarios de contagio. Por lo tanto, ante el Covid, los gobiernos han cerrado las puertas de escuelas, auditorios y escenarios similares. Los empresarios, por su parte, de mala gana, pero han obedecido a las autoridades y cerrado oficinas y fábricas.
Así, en el periodo reciente, nuestras ciudades se han visto vacías, las calles y avenidas se han vaciado de automóviles, muchas personas prefieren hacer las compras necesarias vía internet y mensajeros y este servicio se ha multiplicado en los centros urbanos. Y en tanto aparentemente la curva creciente de contagios “se ha aplanado”, las autoridades ya autorizan la apertura de numerosos establecimientos comerciales; pero lo que ha quedado claro para los ciudadanos es que las medidas sanitarias que hemos aprendido a tomar, muchas de ellas, debieran quedarse.
Y en el mismo sentido de lo que recientemente publicó en Londres The Economist, (ThE) en lo que sigue especulamos un poco acerca de cómo será la vida urbana después del Covid en distintas áreas; por ejemplo, en materia de trabajo, de educación, en la vida doméstica y en las comunicaciones físicas intra-urbanas. En materia de trabajo, ThE nos dice que, en el futuro, buena parte de las actividades del trabajo tendremos que hacerlas “en línea”, incluidas juntas y congresos.
En tanto numerosos procesos de trabajo inevitablemente necesitan de la presencia humana, es claro que los empresarios ya están tomando las medidas sanitarias del caso; pero numerosos procesos de trabajo pueden realizarse en el domicilio de los trabajadores y ello ya está transformando desde ahora numerosas oficinas. Inclusive se tiene noticia que, en algunos países, lo anterior ha inducido a la migración de trabajadores (es el caso de San Francisco en USA) hacia ciudades vecinas, ciudades pequeñas, más amigables y con más contacto con la naturaleza.
En este sentido, los núcleos centrales urbanos, atestados de oficinas, tenderán a palidecer, al menos a declinar. ThE apunta que los grandes edificios de oficinas se convertirán en elefantes blancos y terminarán desapareciendo o cambiando de función. También prevé el declive de edificios como cinematógrafos, centros de entretenimiento y gimnasios, inclusive de edificios religiosos. Ello podría estar anunciando el agotamiento de la gran ciudad.
Es claro que la movilidad humana urbana se reducirá significativamente y ello hará innecesarias las grandes vialidades metropolitanas que semivacías, no serán más necesarias. En contrapartida, el transporte individual (en dos ruedas) crecerá, el colectivo declinará y quizá nuestras calles y avenidas serán mas disfrutables.
En materia de educación, cuyos soportes están tradicionalmente constituidos por aulas que congregan diariamente a medio centenar de niños o jóvenes, se duda de su pertinencia sanitaria. Y si bien la experiencia educativa completa requiere de presencia social, cognitiva y docente, resulta difícil pensar que permanecerá sin cambios en el futuro. Aunque alguna parte del trabajo escolar puede resolverse a distancia, es claro que se requerirán nuevos trucos, mecanismos o recursos para poder mantener la atención de niños o jóvenes sobre el educador durante varias horas.
Al respecto se nos dice que “existen muchos factores involucrados en la enseñanza exitosa y efectiva “en línea”: desde el diseño del curso, las actividades, el contenido, la presencia docente, la interacción entre estudiantes y el maestro, la autonomía del estudiante e incluso la gestión del tiempo”. En suma, a mi ver, en materia de educación los cambios tardarán todavía buen tiempo en encontrar las rutas adecuadas, pero el cambio parece será inevitable. Al respecto, ThE nos dice que “Todavía no es claro cómo serán las nuevas escuelas y si la educación seguirá siendo presencial o se impondrá el estudio online”.
En materia de vida doméstica, la obligada presencia “en casa” de los integrantes de las familias, hasta hoy parece haber incrementado los conflictos domésticos. Por otra parte, es claro que las viviendas deberán equiparse mejor para esta nueva era; me refiero a la disponibilidad de equipamiento para trabajar “en línea”, y de espacios internos para cada uno de los integrantes. De otro modo, la competencia por espacio y equipamiento derivará en conflicto. Es claro también que nuestra vida, doméstica o no, si orientará cada vez más hacia la preocupación por el medioambiente. Ello, seguramente se reflejará en algunas actividades domésticas, como la separación de los desechos para su mejor aprovechamiento.
A nivel comunitario, me parece que la enseñanza del Covid19 conducirá a una mejor vida comunitaria, de más solidaridad Y mayor cooperación interfamiliar. A mi juicio, algo aprenderemos de la pandemia, la higiene y la limpieza deberán volverse recurrentes, y se deberá generalizar el manejo adecuado de los desechos. Nuestra preocupación por el respeto a la naturaleza, a nivel de los gobiernos comunitarios, deberá reflejarse, por ejemplo, en la desaparición de filtraciones en las redes de agua potable, en la multiplicación también de sistemas locales de tratamiento de aguas residuales o en la multiplicación de fotoceldas para la producción doméstica de energía.
En suma, aprenderemos de la pandemia y ello cambiará a el perfil de nuestras ciudades, el ambiente urbano mejorará, seremos mejores ciudadanos y nuestras autoridades también mejorarán. Y, por supuesto, espero no equivocarme.