J. Víctor Arias Montes
Este 12 de abril de 2021 nos dejó el maestro y amigo Carlos González Lobo. Difícil resulta reflexionar sobre la enseñanza de la arquitectura en México y no referirse a las ideas que, durante muchos años, construyó e impulsó Carlos en todos aquellos lugares donde por voluntad propia o por invitación le fue posible transmitir.
Por ello mismo, y para recordar al Maestro, hemos seleccionado algunas ideas que tuvo a bien impulsar en diferentes momentos y lugares que, sin duda, serán siempre un referente obligado para comprender la historia de la enseñanza y aprendizaje en el Taller Integral.
El Movimiento Estudiantil de 1968 sembró entre sus participantes diversas alternativas para transformar la Universidad y el país. Como muchas, la Escuela Nacional de Arquitectura (ENA) de la Universidad Nacional Autónoma de México, se sumó activamente en sus diversos frentes: el activismo político, el brigadeo, el diseño gráfico, la vinculación a las colonias populares y, muy especialmente, a las discusiones internas sobre la situación académica de la propia ENA. Al igual que en otras dependencias universitarias, en ésta se creó el comité de lucha para integrarse organizadamente al movimiento y articularse al conjunto del Consejo Nacional de Huelga (CNH), convirtiéndose muy pronto en la vanguardia política y académica de una escuela que empezó a bosquejar distintas ideas para su mejoramiento. Al Comité de Lucha de la ENA se integraron estudiantes, profesores y trabajadores, convencidos de la justeza de las reivindicaciones del movimiento y de las transformaciones que se fueron planteando al paso de los días.
Esa extraordinaria experiencia colectiva, profundamente autogestiva, dejó una imborrable huella en la comunidad de la ENA; y en muchos de sus miembros, se arraigó la idea de que esas transformaciones llegarían más temprano que tarde si la organización crecía y se mejoraba, adaptándose a las características propias de la escuela y a las demandas de justicia en un país que empezaba a despertar de un largo sueño impuesto por un régimen que mostró su cara más nefasta al instrumentar la masacre del 2 de octubre en Tlatelolco.
En todos esos meses de 1968, diversas fueron las actividades internas realizadas por la comunidad de la ENA y, dentro de todas ellas, resalta una promovida por los jóvenes profesores: el Seminario de Revolución Académica, para plantearse qué hacer con una estructura académica que no ayudaba a que la escuela mejorara. Fue ahí donde esos jóvenes iniciaron una de las etapas más propositivas, y a la vez poco conocidas, sobre cómo avanzar de la mano con el movimiento para que, por ejemplo, la realidad nacional fuera un referente en el plan de estudios. De los participantes en esos seminarios resaltó, entre otros, el joven Carlos González Lobo sugiriendo distintas alternativas para que la “educación dialogal en la praxis y en base a totalizaciones como fundamento didáctico”, se articulara al conocimiento de la realidad nacional.[1]
[1] Carlos González Lobo, Hacia una teoría del proyecto arquitectónico. Historia del proyecto en la arquitectura mexicana, Vol. 1, México, Universidad Autónoma de Ciudad Juárez, 2013, p. 23.

Después de la sangrienta represión del 2 de octubre y pasadas las Olimpiadas, el CNH propuso el regreso a clases para lo cual se realizaron asambleas en todas las escuelas en paro, pero en la ENA se acordó no levantarlo; para hacerlo, se sugirió que primero se realizara un congreso nacional de escuelas de arquitectura para discutir la orientación de la enseñanza en sus planes de estudio. Al no aceptarlo las autoridades y después de un estira y afloja se convocó internamente al “Congreso de Evaluación de la Enseñanza de la Arquitectura”, mismo que se realizó entre el19 y 21 de diciembre y en el que nuevamente los profesores y los alumnos progresistas plasmaron sus propuestas para el mejoramiento de la ENA. A pesar de la baja participación, motivado principalmente por la represión selectiva que instrumentó el Gobierno, el Congreso se desarrolló en cuatro mesas generales con 49 ponencias. El resumen de acuerdos del congreso fue por demás sobresaliente, a pesar de las limitaciones comentadas, veamos el primer acuerdo de la Mesa I:
“Se propuso la integración del estudiante de arquitectura a una realidad nacional dentro de la cual actuará a nivel de su preparación… El conocimiento de la realidad se incorporará a la programación académica… dejando la comprensión de la realidad a la totalización de multitud de puntos de vista (enseñanza dialogal) en el contexto de la información académica… La ena debe preparar arquitectos acordes con la realidad nacional…”[2]
[2] Congreso Evaluación de la enseñanza de la arquitectura. Resumen de conclusiones, México, Escuela Nacional de Arquitectura, UNAM, enero de 1969, p. 3.
Formulaciones académicas como esta, enriquecieron el concepto de Conocimiento de la Realidad Nacional aprobado, entre otros más, en ese Congreso. Ahí, Carlos González Lobo participó en la “Mesa I 1c Plan de Estudios”, con la ponencia “Integración de la enseñanza a la realidad”. Al revisar los acuerdos de esa Mesa, pudimos constatar que ellos quedaron influenciados por las ideas de Carlos, incluyendo la velada sugerencia de un nuevo plan de estudios pues el existente —Plan 67—, con sólo dos años de existencia, se consideraba por muchos como limitado y con poco futuro. Recordemos algunas líneas de esa ponencia:
“Uno de los fines específicos de la enseñanza universitaria es el de capacitar elementos específicamente profesionales, para satisfacer las actividades productivas que están establecidas dentro de nuestra sociedad; por ello, consideramos que la enseñanza está inmersa en las condiciones históricas reales, tanto para que esto nos permita promover su cuestionamiento como la superación de ellas. Por esto, y para nuestro caso la Escuela Nacional de Arquitectura, nos hemos planteado:
1º. Tomar la realidad socioeconómica como una cuestión objetiva, con un carácter dinámico y que esto nos sirva como punto de partida para la objetivación de la enseñanza y para poder plantear programas teórico prácticos, de cuyos resultados pueda obtenerse un egresado en condiciones óptimas de profesionalidad capaz de desarrollar con rigor las funciones de arquitecto; del mismo modo, se podría prever en aquél punto de partida los posibles cambios dentro de esa realidad como resultado de la actuación de los sujetos egresados del mecanismo de enseñanza.
1a) Lo anterior nos conduce a promover un determinado tipo de profesional del diseño que la ENA debe preparar tanto en número como en calidad y
1b) buscar una información objetiva de esa realidad en términos de demanda programática y condiciones de desarrollo tecnológico bien balanceado […]
Por ello creemos que se debe establecer en la ENA, un contacto efectivo entre la realidad y la enseñanza universitaria creando departamentos en áreas especializadas que recaben información cuantificable con un criterio cualitativo, de los sectores mencionados, de tal forma que ello oriente la acción de la enseñanza del diseño.
2º. Dirigirnos hacia la integración de la enseñanza como necesidad didáctica interna. El fin social del diseño arquitectónico es el de desarrollar proyectivamente objetos, a partir de una serie de condicionantes dadas en la demanda programática, las cuales se transforman en tales objetos, por la acción práctica del diseño, construido finalmente…
Debemos recordar que el conocimiento es la integración de experiencias nuevas en relación dialéctica con un punto de partida, y cuando pretendemos formar arquitectos, dichas integraciones deben darse sobre la base de desarrollar la capacidad arquitectónica total…”[3]
[3] Carlos González Lobo, “Integración de la enseñanza a la realidad”, (octubre de 1968), Hacia una nueva Escuela de Arquitectura, (México: Grupo Arquitectónico Linterna, Escuela Nacional de Arquitectura-UNAM, abril de 1972), 10- 12.
Efectivamente, el conocimiento de las condiciones históricas reales de nuestra sociedad era, para los jóvenes profesores, una necesidad en la formación profesional de los nuevos arquitectos que posibilitaba la transformación social con ellos como sujetos actuantes. Para lograrlo, era menester integrar el conocimiento de esa realidad y la enseñanza universitaria, y que mejor que hacerlo por medio de la integración de los conocimientos necesarios para transformar esa realidad.
A la par de estas actividades, en el campo gremial se dejó sentir esa influencia al presentarse, al calor del Movimiento Estudiantil de 1968, una ponencia al Encuentro Internacional de Jóvenes Arquitectos, promovido y celebrado en México en 1968, con motivo de la XIX Olimpiada. Dicha ponencia, que representaba a los jóvenes arquitectos que pensaban que la profesión podía ser más solidaria con los problemas sociales y que ellos mismos podían ser los que definieran el futuro, o simplemente su futuro, planteó aspectos de sumo interés para el gremio. Señalaron, en parte de la ponencia:
“En las circunstancias actuales, vivimos bajo la influencia del espíritu de controversia; esta influencia aumenta a cada momento y es resultado del desarrollo crítico de la conciencia individual respecto del conjunto de la sociedad.
Nuestra época ha dado por suya la inconformidad y la discrepancia. El cuestionamiento de los valores establecidos exige la discusión de una nueva axiología social. La juventud hace su aparición en forma por demás decidida.
Para los arquitectos y para la arquitectura, ha llegado la hora de incorporación al proceso histórico. La polarización de las diversas tendencias arquitectónicas es un hecho que solamente ofrece dos opciones: o la modificación revolucionaria de los anacronismos o bien la contracción hacia convencionalismos estériles; los matices intermedios tienden a eliminarse…”[4]
[4] “Ponencia mexicana ante el encuentro internacional de jóvenes arquitectos”, México, Calli internacional, núm. 35, 1968, p. 37.
Espíritu de controversia, o lo que es lo mismo de lucha en una sociedad desigual. Inconformidad que lleva a la abierta discrepancia, exigiendo nuevos valores sociales. La historia los ha alcanzado, en su devenir hay sólo, según su visión, dos opciones: o se es revolucionario o se es conservador; no hay medianías. Este episodio, también poco conocido, acercó a un número importante de arquitectos de todas las edades, haciéndolos descubrir que juntos podían hacer muchas cosas benéficas para la profesión y la formación académica en los centros de estudio.
Las reuniones de ese puñado de jóvenes se realizaron en las oficinas del Comité Organizador de la XIX Olimpiada, en Paseo de la Reforma. Carlos González Lobo se sumó entusiastamente a los trabajos, nombrándosele responsable de la Mesa 3 “El arquitecto joven en y ante las realizaciones arquitectónicas” donde se concluyó, entre otros aspectos, que:
“…La habitación mínima debe ser concebida desde ahora con un criterio máximo (negritas en el original).
En este caso y en todos, la obra de cualquier magnitud, debe formar una unidad con el ambiente urbano y con el ambiente social (…)
Mediante una posición crítica debe asimilarse a los mejores rasgos de las corrientes arquitectónicas esenciales de nuestro tiempo; deben ser analizadas a la luz del acontecer histórico y en su relación inmediata con la estructura social de la que han surgido…”[5]
[5] Idem, pp. 39-40.

¿Les suena que lo mínimo debe ser considerado con un criterio máximo? Bueno, son algunas ideas que Carlos empezó a construir en esos años y que persistieron en muchos sus haceres proyectuales, constructivos y gremiales.
El tiempo corrió rápido, y para 1971 en la ENA, tanto los estudiantes como los profesores con aires progresistas fundaron sus propias organizaciones: los estudiantes, el Comité de Arquitectura en Lucha (CAL) y los docentes el Colegio de Profesores, de la mano con el Grupo Arquitectónico Linterna (GAL), del que Carlos era activo miembro. Ambas colectividades crearon además sus propios órganos informativos y de debate para abordar distintos temas de interés para la comunidad. El CAL, creó su periódico Basta! y el GAL sus Ediciones Linterna. En esos momentos, ambos conglomerados conjuntaron sus esfuerzos para proponer y discutir distintas alternativas para mejorar la situación académica de la ENA, en especial la alta tasa de irregularidad académico-administrativa de los estudiantes.
Al año siguiente, 1972, con la ENA en plena efervescencia, Carlos González Lobo publicó en el número 3 de Ediciones Linterna una novedosa propuesta: “El proyecto de Taller Integral” que, conjuntamente con el funcionamiento del Taller Experimental de Métodos Cuantitativos de Diseño, coordinado por Álvaro Sánchez González, en el que el CAL era dominante, se convirtieron en los paradigmas más importantes para reestructurar la ENA en esos momentos en los que había surgido el Autogobierno: el Taller Integral.

En su propuesta, Carlos, reiteró de manera más límpida sus ideas sobre uno de los aspectos académicos pedagógicos más urgentes de instrumentar en la ENA al reconformarse los talleres existentes, y que buscaban afanosamente construir alternativas abiertamente integrales. Carlos reconocía como fundamental: que la escala de los nuevos talleres estuviera entre 300 a 400 alumnos; que la estructura de gobierno descansara en la asamblea de profesores y estudiantes; que se ubicara su enseñanza dentro de las tendencias arquitectónicas actuales; que en el ámbito pedagógico, la enseñanza se centrara en el diseño; que el modelo de la enseñanza se organizara en base a totalizaciones; que los talleres establecieran la praxis educativa como una teoría generatriz para guiar la acción o práctica arquitectónica escolar; y, finalmente, el modelo de Taller Integral debería obtener
“el aprendizaje mediante la acción pedagógica en 5 etapas o niveles, según la proposición de Plan de Estudios elaborada por el SATMAC (Seminario Abierto de Teoría Moderna y Análisis Comparativo de la Arquitectura)… o bien por grado académico para una fase transitiva: estas 5 etapas serían:
1.- motivación… 2. reflexión… 3. acción… 4. evaluación… 5. diagnóstico…”[6]
[6] Carlos González Lobo, “El proyecto de Taller Integral” en Anticipación de arquitectura, México, Grupo Arquitectónico Linterna, Escuela Nacional de Arquitectura –UNAM, julio de 1972, pp. 4-8.
No pasó mucho tiempo para que Carlos tuviera un espacio para concretar su proyecto, pues en esos mismos días se creó el Taller 8 del Autogobierno en el que éste fue electo coordinador general. El impulso de estas propuestas se materializó en distintos trabajos en diversas comunidades, de las cuales quizás los más sobresalientes fueran los realizados en Los Pedregales y en el Conjunto de Vivienda en Ciudad Sahagún, Hgo.
Así que la nueva orientación de los nacientes talleres integrales se centró en la introducción de temáticas de proyectos derivadas de demandas expresas de colonos o asociaciones de colonos o bien sindicales con problemas de urbanización, vivienda y equipamiento. Los talleres, pues, adquirieron una dimensión académica y política profundamente dialéctica nunca antes vista en la ENA al vincularse a la realidad y trabajar para transformarla. Una visión que Carlos González Lobo planteó desde 1968 y que en el Autogobierno se convertiría en el principal instrumento pedagógico autogestivo para una nueva manera de practicar la enseñanza. Vinieron después otras experiencias mucho más consolidadas, que crearon nuevas alternativas para el conocimiento y transformación de la realidad nacional, por ejemplo: los Talleres Populares de Extensión Universitaria (TAPEU), el Centro de Investigaciones del Autogobierno y las técnicas de autoconstrucción con bóvedas de ladrillo.
¡Hasta siempre, Maestro!
[Fotografías de la conmemoración de los 40 años del Autogobierno, Facultad de Arquitectura de la UNAM, abril de 2012 / Melesio Ávalos]