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Modernización urbana, desventajas

Jesús Tamayo S.

Habrá que recordar que la ciudad moderna surge de la revolución industrial que hizo posible que en los centros de población se multiplicaran los establecimientos industriales atestados de maquinaria que necesita de combustible para su operación. A poco, la ciudad moderna se convirtió en sinónimo de ciudad industrial, con ambiente gris y contaminado. Las industrias emiten gases que, hoy se sabe, alteran la atmósfera de la tierra y tienen numerosos e indeseables efectos en el clima global. Por otra parte, en las ciudades modernas, populosas y en crecimiento, la movilidad del individuo se reduce drásticamente dando lugar a su aislamiento.

Y si éste (el citadino) está obligado a desplazarse internamente, hoy ocupa buena parte de su tiempo en hacerlo. No es extraño ver a los ciudadanos desplazarse con prisa, malhumorados y groseros. Una parte de la población urbana trabajadora sufre de estrés, enfermedad de los habitantes de las grandes ciudades. A principios del siglo 20 se pensó que el automóvil vendría a solucionar la movilidad urbana. Las ciudades se llenaron de automóviles que atestaban calles y avenidas haciendo que la prometida movilidad se esfumara en medio de los gases tóxicos de los motores de los vehículos, gases que se suman a los producidos por las industrias locales. Así, a la escasa movilidad se sumó otro problema típicamente urbano, la contaminación ambiental.

La ciudad moderna se convirtió en símbolo de deterioro ambiental. No es exagerado afirmar que el hombre moderno que ha sido capaz de llegar a la luna, también ha llevado a nuestro planeta al borde de la catástrofe ambiental. Es bien sabido que las emisiones de gases industriales por parte de los países más desarrollados han generado el llamado cambio climático que a su vez ha provocado el deshielo en las regiones polares que amenaza con elevar el nivel de los mares y la consecuente y previsible inundación de algunas regiones y ciudades costeras. Lamentable e inexplicablemente, algunos líderes mundiales (caso Trump) se han negado abiertamente a cumplir con acuerdos internacionales que, si no intentan detener de tajo el proceso, si lo harían más lento.

Otro indeseable efecto de la modernización y no necesariamente efecto de la ciudad moderna es que Homo Sapiens se ha percibido siempre como el rey de la creación y por tanto, de los animales; así, progresivamente se ha desconectado de otras especies. Antes de la edad moderna, sapiens utilizó algunas especies para mejorar su movilidad, para la guerra y para el transporte de bienes. Otras especies también fueron importantes en la medida que eran comestibles. Es el caso de las reses, los pescados y algunos insectos. Al arribar la modernidad sólo fueron importantes aquellas especies de animales que tenían valor dinerario en el mercado o aquellas que podían ser objeto de cacería comercial.

Por ejemplo, la llamada fiesta del toreo, tan apreciada en los viejos territorios coloniales de la también vieja Corona española y que es un resabio de nuestra actitud ante algunas especies, es buen ejemplo de lo anterior. No solo nos hemos desconectado de otras especies animales, nuestra indiferencia o descuido del medio que nos rodea ha llegado a extremos: El respeto por nuestra madre tierra solo se ve hoy en algunas sociedades donde se conserva alguna cultura indígena. Es el caso, por ejemplo, de los indígenas suramericanos o bolivianos que todavía reconocen a pachamama como la madre tierra.

Es también el caso de Los indígenas nahuas locales que ven como equívoco pensar que podemos ser dueños de un pedazo de tierra cuando es la tierra la que es dueña de nosotros. Esta falta de respeto por la madre tierra se manifiesta en nuestra relación con nuestra ciudad y es en la ciudad moderna donde es más patente nuestra falta de respeto. Por ejemplo: A la atmósfera de nuestra ciudad, el aire que respiramos, emitimos los vapores contaminantes de nuestras fábricas; a la tierra que pisamos, la vemos no como productora de alimentos sino como instrumento útil para la especulación inmobiliaria; a los ríos o lagunas cercanos a la ciudad, acarreamos el agua de desecho de la ciudad, aguas residuales les llamamos, y allí las vertemos, contaminando ríos o lagunas; a los montes y barrancas cercanos a la ciudad llevamos nuestros desechos sólidos, mismos que tardarán centurias en re-integrarse a la naturaleza; al mar cercano también llevamos nuestros desechos de hules y plástico con las lamentables consecuencias que todos conocemos.

Es, sabido también que hoy el uso de algunos productos utilizados en la agricultura comercial es mortífero para una delicada especie de insectos a la cual debemos no solo la miel sino la polinización en el mundo vegetal y que sin este último proceso que llevan al cabo las abejas estaríamos condenados a no contar con alimentos provenientes del campo y ponemos en riesgo nuestra alimentación futura. Los científicos modernos han llegado a modificar la estructura molecular o genética de algunos productos alimenticios. Ello ha hecho posible que algunos empresarios comerciantes, con el pretexto de aumentar su productividad hayan modificado genéticamente algunos cereales, el maíz, por ejemplo, tan importante en la dieta mesoamericana, y producir y comerciar con estos productos de los cuales ignoramos hoy su eventual impacto en nuestra salud. De mucho de lo anterior parecieran no tener información nuestras autoridades federales, estatales ni locales, donde la desinformación es aún mayor.

En este escenario de locura colectiva, se entiende por tanto que el crecimiento de nuestras ciudades se de hoy invadiendo las que en algún momento de lucidez fueron declaradas “reservas naturales” o “áreas naturales protegidas” (Se entiende también la falta de conciencia de nuestro patrimonio histórico y cultural). Estos son solo algunos efectos de de haber privilegiado la ciudad (lo urbano) por sobre el campo, la naturaleza, (lo rural) Un último ejemplo. De tiempo atrás, la modernización del hombre le llevó a calzarse sandalias para no lastimarse los pies al andar descalzo; más adelante, la modernización nos llevó a producir el zapato con suela de piel, mientras más gruesa mejor. Allí comenzó nuestra desconexión con el campo magnético de la tierra.

Los hombres modernos no sabemos andar descalzos. Pensamos que eso solo lo hacen los miserables que no tienen plata ni para comprar unos humildes huaraches. Podremos apreciar lo que nos hemos perdido la próxima vez que caminemos descalzos en la playa. Habrá que recordar que la ciudad moderna vive en los tiempos en que el capital se ha convertido en el gran regulador de las actividades humanas. Por lo tanto, no es extraño que el capital inmobiliario regule el crecimiento y el desarrollo de nuestras ciudades. Las autoridades urbanas han pasado a ser sus operadores en el proceso de hacer de la ciudad un buen negocio para el capital. En suma, ¿para esto buscamos la modernizaciòn? Preguntémonos si la ciudad, en esta etapa de modernización humana, ¿es por ello más satisfactoria, más vivible, más digna de un sapiens que aún hoy se precia de ser el rey de la creación y de los animales?

Yo pondría en duda el que la modernizaciòn nos haya hecho mejores seres humanos y dudaría de que la ciudad moderna tenga hoy más atractivos que dificultades, más bendiciones que castigos para una especie que no acaba de madurar. En cualquier caso, la actual pandemia que nos ha tocado sortear, si bien destructora de la vida de incontables seres hermanos, nos está forzando a contemplar de cerca nuestros errores; uno de los principales, nuestra falta de respeto a nuestro medio natural. Espero tengamos aún tiempo para modificar nuestros errores y reconciliarnos con él.

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