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Aculturación e identidad

Ramón Vargas Salguero

En el campo de lo arquitectónico, uno de los efectos que más ha dado lugar a comentarios y ensayos de los estudiosos de este tipo de procesos, es el que se refiere a la muy observable invasión de formas y concepciones arquitectónicas propiciadas por el proceso globalizador a través de distintos medios. Los más distinguibles son los que se ejercen a través de la publicación y consecuente promoción de las obras sobresalientes, raras, novedosas, mismas cuya mayoría es frecuente que se encuentre en los países globalizadores, de punta. A través de toda la parafernalia de recursos de diseño con los que suelen editarse, esas realizaciones son presentadas como prototipos de modernidad, de originalidad, como obras ejemplares cuyo ejemplo se recomienda. Otra vía es el otorgamiento de premios, mayoritariamente concedidos al mismo tipo de obras y bajo las mismas premisas y de los concursos que suelen ganar ese mismo tipo de obras. 

La promoción de estas obras descollantes logra su objetivo no dicho: el de ser tomadas como ejemplos a seguir sin reparar en las muy diversas condiciones que permitieron su realización respecto de las demás latitudes. En no pocos casos, se llega a promover, tal vez sin pretenderlo, su acrítica repetición a escala necesariamente menor. Casos ha habido, históricamente significativos, en los que se llegó a preconizar ciertas formas como las válidas y necesarias para todos los casos. Los resultados los conocemos ampliamente y no precisa extendernos en ellos… ni tampoco precisa repetirlos.

Además de la incongruencia de esos trasplantes en relación con el conglomerado en el cual se enclavan, en su conjunto socavan la identidad de ese mismo conjunto. Los barrios, colonias y ciudades terminan por perder la fisonomía que tenían y que al paso del tiempo llegó a conformar un punto de identidad entre los habitadores. Estos, por su parte, al ya no encontrar ese lazo de unión social, tampoco se reconocen en los nuevos conjuntos. Dejan de sentirse identificados con el que era su entorno.

La identidad constituye un lazo, un vínculo, un parentesco, un encontrarse en el otro y en lo otro, como manifestación de uno mismo. En este sentido, significa una transferencia de humanidad en la cual, progresiva y consistentemente, el mundo va siendo transformado en el alter ego personal y de conjunto de las comunidades sociales. Es esa específica humanización del mundo la que se pierde al injertarle pies de cría que no le corresponden y mismos que tal vez prendan, pero a costa de que se diluya, hasta desvanecerse, la humanidad que la impregnaba inicialmente. El ser humano, en estas condiciones, no se reconoce en el entorno que él mismo había conformado mediante la transformación de la naturaleza; se enajena de su propio mundo y, al verse empujado a hacerlo, necesariamente, pierde parte de sí mismo, de su fuerza productiva, del espíritu que había depositado en él.

Por supuesto que las comunidades cambian sus modalidades de vida y de consumo, lo cual modifica su entorno. En esta transformación desempeña un papel promotor sustancial el proceso de aculturación que se produce entre comunidades distintas. Su contacto, su intercambio de valores de uso y también de experiencias, infunde en cada una de ellas nuevas ideas, conceptos, habilidades. Al decantarse paulatinamente esas experiencias, van dando lugar a modificaciones que al hacerse permanentes modifican su identidad inicial, la amplían, la enriquecen, la extienden a otros, la comparten. La grandeza de la Grecia clásica no se entiende sin Egipto. No puede pasarse por alto que la sociabilidad es la fuerza impulsora más potente con que cuenta la humanidad para desarrollar sus fuerzas productivas, su espíritu.

Este proceso de aculturación puede adoptar una forma casi diametralmente distinta cuando en vez de contacto lo que tiene lugar es un choque, un enfrentamiento, una imposición cultural. Este segundo caso es el que tiende a generarse cuando ha mediado una guerra entre las comunidades a resultas de la cual una impone a la otra sus usos y costumbres. En no pocos casos, imposiciones históricas de este tipo han dado lugar a lo contrario del proceso anterior, al afianzamiento en las propias modalidades de vida de cada uno y, en consecuencia, a la compartimentación, a la segregación, al distanciamiento. Ninguna de las dos comunidades incorporó las sugerencias ajenas o lo hizo sin interés, a regañadientes. La evolución de cada una se hizo lenta. Fue el caso de España y los moros y de México y España. Pero en cualquiera de las dos modalidades que puede adoptar el proceso de aculturación no cabe desconocer que lo que cada cultura fue, ha sido o es, lo fue, ha sido o es, gracias a la influencia e intercambio de formas y espiritualidades culturales. Pueblo aislado, pueblo en proceso de involución o, al menos, de anquilosamiento. Lo que no supone de ninguna manera avalar la imposición cultural, y menos violenta, como la propicia e incluso pretende, la globalización.

Como se ve, no es un problema menor el de la intensificación de la identidad cultural de cada comunidad o su contrario, el de su pérdida o dislocación. Para el ejercicio profesional de los arquitectos, involucrados como estamos en la construcción del entorno de las comunidades, el reforzamiento de la identidad cultural de los pueblos o comunidades mediante el atinado proyecto y edificación de sus espacios habitables representa una meta de cuyo logro depende su propia realización como profesional. De ahí que los estudiosos y practicantes más sensibles a este tipo de cuestiones se encuentren muy interesados en dilucidar los caminos o vías para propiciarla, incluso si las circunstancias y condiciones históricas actuales la restringen o tienden a anularla. Dilucidación que no puede llevarse a cabo si no precisamos cuáles son las afectaciones que la globalización genera en la identidad y por qué.

Las modalidades de vida particulares y la globalización liberalizada

El capitalismo vive y se nutre de las ganancias, de la obtención de plusvalía, de captación de fuerza de trabajo excedente y nada de ello es posible si no consuma la venta de las mercancías.

Ahora bien, para comercializarlas necesita extender su campo de acción y llevarlas a todos los confines del mundo. Para esto, precisa liquidar barreras aduanales de toda índole mediante la imposición de una sedicente libertad para comerciar y, por supuesto, de manera perentoria necesita modificar los usos y costumbres de las diversas comunidades, a fin de que estén dispuestas y hasta interesadas en consumir los productos que se les están ofreciendo. El vendedor sabe muy bien que nuevos productos exigen la modificación, en más o en menos, de los usos y costumbres vigentes. «El mercado crea a sus propios consumidores». Así, la transformación de los usos y costumbres nacionales o locales subyace al acto de compra-venta; y, aunque dicha modificación no es la finalidad sustantiva del capitalismo, lo acompaña de manera indefectible. Esa modificación está imbuida en los nuevos productos, materiales y técnicas. Al adquirirlos, de grado o por fuerza, los consumidores adquieren también, sin tener una clara conciencia de ello, la modificación de sus hábitos. La globalizada extensión del sistema conlleva, de manera necesaria, el debilitamiento de las identidades nacionales, locales, regionales, hasta que de manera paulatina y progresiva llegue a modificarlas sustancialmente. La nueva identidad, ¿será mejor o peor que la original? ¿El producto último del mercado globalizado y liberalizado es un hombre estandarizado y enajenado de su particularidad? No podemos decirlo por el momento. Lo más probable es que necesitemos múltiples estudios de caso, para poder llegar a entrever una posible generalización.En este contexto, un considerable grupo de arquitectos, críticos e historiadores mexicanos —tal vez el de mayor influencia actual en el campo profesional a nivel nacional— coincide en considerar que la búsqueda de una «identidad nacional» en la arquitectura es la vía más indicada para superar los grandes errores teóricos en que incurrió el «estilo internacional» y, al mismo tiempo, para enfrentar con éxito los críticos problemas que se les presentan a los profesionales de nuestro país, ubicado dentro de los del tercer mundo, periféricos o neocoloniales.

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