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Muy Honorables Sir Joseph W. Bazalgette y Sir John Snow

Distinguidísimos Señores: 

Quien esto suscribe es un habitante del otro lado del gran mar u Océano Atlántico, quien, casi dos siglos después de los famosos trabajos que ustedes dejaron en Londres, vive hoy los estragos de una nueva pandemia. La nuestra es quizá menos mortífera que la que vivieron ustedes en su tiempo, no obstante, sufrimos hoy aquí un obligado aislamiento o cuarentena que, por otra parte, me ha dado la oportunidad de leer sobre los acontecimientos vividos por ustedes en aquellos años y reflexionar sobre la importancia de sus trabajos. No sé si ustedes sospecharon que iban a ser tan conocidos por las generaciones que les han seguido durante muchísimos años, pero es un hecho que así es. A partir de lo que he conocido y estudiado sobre sus acciones y obras, he concluido que es necesario seguir su ejemplo y aplicarlo hoy sin demora en nuestras enormes aglomeraciones humanas.

No se extrañen ustedes de esta misiva que me permito enviarles, ustedes inauguraron un tipo de acciones que hoy llamaríamos de salud pública o saneamiento urbano y yo sólo soy un arquitecto estudioso del desarrollo de las concentraciones humanas que hoy llamamos ciudades y que quisiera que, mutatis mutandis, su ejemplo fuese imitado hoy por las autoridades de nuestros centros urbanos. A tal fin, en lo que sigue, describo lo que he aprendido de la importancia de sus trabajos y del contexto en que éstos se dieron y lo divido en temas:

El escenario sanitario de los primeros tiempos, revisión somera,

A fin de informar a mis contemporáneos, eventuales lectores de esta carta y puedan valorar mejor lo que ustedes realizaron en el Londres de mediados del siglo decimonónico, comenzaré por describir el estado sanitario de los primeros tiempos y así conocer el escenario urbano donde ustedes desarrollaron sus trabajos.

Recordemos que los conglomerados primitivos, las aldeas que surgen con la agricultura, dependerán de ella para subsistir. Nacerán en las márgenes de los ríos para de ellos proveerse de agua potable, e igual o más importante será poder llevar agua a sus tierras de cultivo. Más adelante, la provisión de agua a las comunidades también se resolverá acudiendo a manantiales cercanos o mediante pozos cuya profundidad alcance el manto freático y a ellos acudirán los vecinos a recoger el líquido. Esta situación ha sido común en el globo hasta años recientes. Todavía durante el siglo XIX buena parte de la población de las ciudades se abastecía mediante ese tipo de pozos.

Respecto de lo que hoy llamamos disposición de aguas residuales o de desechos humanos desde siempre se intentaron devolver a la naturaleza, aunque en forma desordenada y a veces caótica. La defecación al aire libre parece haber sido inevitable a lo largo de los primeros tiempos. El uso de letrinas1 fue la primera alternativa a la defecación al aire libre. Poco después se emplearon las llamadas fosas sépticas2 significaron un avance, aunque requerían de cierto nivel de organización comunitaria no siempre logrado. Sabemos que ya en la Edad Media la población utilizaba bacinillas3 para depositar sus desechos y que éstos eran arrojados a la vía pública, a veces con un grito preventivo. No es extraño que en estas condiciones sanitarias se dieran recurrentes pandemias como la llamada “peste negra” que azotaba recurrentemente a las comunidades que, mientras más urbanizadas más insalubres y atractivas a la pandemia.

[1] La letrina es un espacio, sito fuera de una vivienda, en un cubículo al efecto, destinado a defecar, y normalmente no conectado a ninguna alcantarilla. Una letrina de hoyo, retrete de hoyo o servicio de hoyo es un tipo de letrina que acumula el excremento humano en un hoyo en el suelo. Éstas letrinas reducen la propagación de enfermedades porque disminuyen la cantidad de excremento humano en el ambiente producida por la defecación al aire libre.

[2] Una fosa séptica es un artilugio para el tratamiento primario de las aguas residuales domésticas. En ella se realiza la transformación físico-química de la materia orgánica contenida en esas aguas. Está construida con materiales impermeables y se debe vaciar periódicamente Se trata de una forma sencilla de tratar las aguas residuales y de sustituir a las letrinas de hoyo.

[3] Un orinal, bacinilla, bacinica, o bacín, es un recipiente en forma de cuenco empleado para recoger los excrementos y la orina. Es habitual que dispongan de un asa. Solía situarse debajo de la cama para utilizarse de noche sin necesidad de acudir al cuarto de baño o cuando no lo había o hay. También es común su uso en cualquier momento del día por personas enfermas. Los orinales fueron de uso común hasta el siglo XIX, hasta la introducción de los inodoros.

Londres, antes de la peste negra. Su importancia 

Los ciudadanos del continente americano sabemos bien que, Londres, situada a orillas del río Támesis es un importante asentamiento humano desde que fue fundada por los romanos con el nombre de Londinium el año 43 d.C., hace casi dos milenios. A la vuelta del primer milenio, tras su victoria en la batalla de Hastings, Guillermo, duque de Normandía, fue coronado rey de Inglaterra en la entonces, recién terminada “Abadía de Westminster” la Navidad de 1066. Guillermo ordenó levantar la “Torre de Londres” en el extremo sureste de la ciudad, el primero de los muchos castillos normandos construidos en Inglaterra para afianzar el poder de los conquistadores. En 1097 Guillermo II comenzó la construcción del Salón de Westminster junto a la abadía del mismo nombre. Este salón sería el núcleo del nuevo “Palacio de Westminster”. Londres apuntaba ya como capital imperial.

Durante el siglo XII las instituciones del gobierno central, que hasta entonces habían acompañado a la corte en sus desplazamientos por todo el reino, crecieron en tamaño y sofisticación y comenzaron a permanecer en un lugar. En la mayoría de los casos este lugar fue Westminster, aunque el tesoro real fue trasladado desde Winchester a la Torre de Londres. Mientras que la ciudad de Westminster se desarrolló como una verdadera capital en términos de gobierno, su vecina “City” de Londres siguió siendo la ciudad más grande y principal centro de comercio de Inglaterra gracias al florecimiento experimentado bajo la administración de la Corporación de Londres. Si hacia el año 1100 la población londinense rondaba los 18 mil habitantes, en 1300 este número se había incrementado hasta casi 100 mil.

La Peste negra (entre 1346 y 1353)

Sabemos que la Peste negra era ya un viejo padecimiento cuando la humanidad vivió el peor brote del mismo en la Europa de mediados del siglo XIV. Si bien era conocida por sus recurrentes presencias, se ignoraban entonces por completo tanto sus causas como su tratamiento. Esto, junto con su gran velocidad de propagación, la convirtió en una de las mayores pandemias de la historia. 

Solo cinco siglos más tarde se descubriría su origen animal, concretamente en las ratas, que durante la Edad Media convivían en las grandes ciudades con las personas e incluso se desplazaban en los mismos transportes –barcos, por ejemplo- hacia ciudades lejanas, portando el virus consigo.

Los números de muertos que dejó tras de sí esta pandemia del siglo XIV son estremecedores. Por ejemplo, según los datos que manejan los historiadores, la península Ibérica habría perdido entre el 60 y 65% de la población y la región italiana de la Toscana entre el 50 y el 60%. La población europea pasó de 80 a 30 millones de personas. A mediados del siglo la Peste Negra alcanzó Londres y cobró la vida de un tercio de sus habitantes, ¿Quiénes mejor que ustedes tienen noticia de lo que su ciudad atravesó en aquellos años? No necesito insistir, pero, ¿Qué pasó un siglo después? Ahora se los recordaré:

La sanidad urbana al final del periodo medieval y las principales epidemias de cólera del siglo XIX.

Por aquellos años (siglos XVII y XVIII) todas Las ciudades medievales compartieron la insalubridad, hecho que no se corregiría con la llegada de la llamada “Revolución Industrial”, antes bien, esta revolución aceleró el crecimiento de las ciudades y las orientó a la producción industrial. Tal crecimiento quizá explicaría otras nuevas epidemias, las del cólera durante el siglo XIX. Sobre ellas, ustedes, distinguidos médicos, tuvieron buen conocimiento. La primera epidemia de cólera se produjo en la región de Bengala de la India en 1817, a partir de 1824 la enfermedad se dispersa desde la India hasta el Sudeste Asiático, China, Japón, Oriente Medio y el sur de Rusia.

La segunda epidemia se prolongó desde 1827 hasta 1835 y afectó a varias partes del mundo. El cólera se convirtió entonces en una de las enfermedades más extendidas y mortíferas del siglo XIX, matando a un estimado de decenas de millones de personas. Sólo en Rusia, entre 1847 y 1851, más de un millón de personas murieron a causa de la enfermedad; en los Estados Unidos de Norteamérica ocasionó el fallecimiento de 150.000 de sus habitantes. También mi país, México, padeció el contagio hacia 1833, también con un elevado número de muertes en las grandes urbes. Durante la segunda epidemia y entre 1900 y 1920, tal vez ocho millones de personas murieron de cólera en la India.

Se sabe que, durante esos diferentes años del cólera, en lugares como Francia, tiraban los cuerpos de los fallecidos al río Ródano, sin saber que contaminaban aún más el agua y propagaban la enfermedad. También quemaban los cuerpos en una gran hoguera, en lo que los habitantes bailaban y festejaban al lado de todos los cuerpos incinerados. Algunas personas acusaban la enfermedad a «los aguadores», unas personas que vertían agua en las fuentes del pueblo, que se decía que estaba contaminada.

El cólera en Europa y en Londres

Doscientos años después de la Peste Negra, y ya en los años de la “Revolución industrial” y quizá acelerada por el desarrollo urbano y el entonces inexistente saneamiento se desató una epidemia de cólera. En efecto, el cólera se extendió por Europa durante la década de 1840. Sus causas no eran entonces conocidas; la idea más aceptada entonces fue que la enfermedad se transmitía por vía aérea, a partir de los “miasmas” o malos aires. Debido a la “teoría miasmática de la enfermedad”, que predominaba entre los científicos de la época, el descubrimiento en 1854 por Filippo Pacini del “vibrio cholerae”, la bacteria que causa esta enfermedad, fue ignorado hasta que fue re-descubierto treinta años después.

Estimados doctores, les quiero comentar que, precisamente la información con la que hoy cuento procede el estudio de uno de ustedes, el del distinguido doctor Snow. Según él conozco que “El brote de cólera de la calle Broad fue un brote de cólera que ocurrió en 1854 en cercanías de la calle Broad” (en la actualidad denominada Broadwick Street) en el distrito de Soho en Londres, Inglaterra. En su trabajo, usted, doctor Snow llegó a descubrir la causa de la propagación del cólera y estableció que se debía al agua proveniente de un pozo contaminado con heces existente en esa calle. Este hallazgo, aparentemente tan simple, sin embargo, sentó las bases para el cambio de paradigma respecto de la generación de los padecimientos y la definición del concepto de enfermedad infectocontagiosa que se logrará poco después con el aporte de Louis Pasteur.

Como veremos adelante, la determinación de la causa de la propagación del cólera, hecha por usted, influyó sobre la organización de la salud pública y la mejora de los sistemas de drenaje y toma de agua hacia comienzos del siglo XIX.

Permítame, doctor Snow dar algunos datos sobre su valiosa trayectoria. Nació usted, en York el 15 de marzo de 1813 y falleció en Londres un 16 de junio de 1858. En 1853 recibió el título de “Sir” después de que anestesiara a la propia reina Victoria en el parto sin dolor de su octavo hijo, hecho que ayudó a divulgar esta técnica entre los médicos de la época. Aparte de este hecho importante dentro de la Corte inglesa y desde luego, precursor de proporcionar cierta facilidad a los partos, su gran importancia, reside en su contribución el estudio del cólera. Usted encontró y demostró que ese mal era causado por el consumo de aguas contaminadas, al comprobar que los casos de esta enfermedad se agrupaban en las zonas donde un cierto pozo contaminaba con heces el agua que se consumía habitualmente. Sucedía ello, en la ciudad de Londres en 1854 y ese mismo año cartografió usted en un plano del distrito de Soho los “pozos de agua” y localizó al culpable, como ya le he dicho, el que funcionaba en Broad Street, en pleno corazón de la epidemia y, desde luego, recomendó a la comunidad clausurar esa bomba de agua, con lo que disminuyeron los casos de la enfermedad.

Estimado doctor Snow, la importancia de su trabajo, visto ahora a más de ciento cincuenta años, radicó en romper con los paradigmas existentes para su época, cuando predominaba aún la fuerte creencia en la teoría miasmática de la enfermedad. Usted, sentó las bases teórico-metodológicas de la epidemiología y a esa metodología científica se la ha llamada “método epidemiológico”, el cual, desde entonces ha sido utilizado tanto para la investigación de las causas, como para la solución de los brotes de todas las enfermedades transmisibles; más recientemente se usa para la investigación de todos los problemas de salud y enfermedad que afecten a las comunidades humanas.

Con sus conocimientos, usted no tardó en persuadir a las autoridades para que clausurasen la fuente como foco causante de la epidemia, evitándose la expansión de la enfermedad. Más tarde se supo que el motivo real de la contaminación se encontraba en los restos fecales de los pañales de un bebé enfermo, los cuales se filtraron a través de un pozo negro, al agua subterránea del pozo de aguas bebibles que, así resultó afectado.

Las acciones subsecuentes que desató Snow.

Una vez que el descubrimiento de usted no dejó duda de que la enfermedad se debía al agua contaminada, en algunas ciudades, como Londres, sus autoridades se propusieron reparar el sistema de alcantarillado y dejar de expulsar el agua al río Támesis.  Esta medida derivó en la construcción de una de las mayores redes de alcantarillado del mundo. Al proceso constructivo también contribuyó el llamado “Gran Hedor” o “La Gran Peste” en 1858 que se dio el mismo año de su fallecimiento. Para esos años se estima que la ciudad de Londres ya casi alcanzaba los tres millones de habitantes, el primer millón lo obtuvo en 1810 y con ello se convirtió en la primera ciudad millonaria o metrópoli del globo.

El abastecimiento de agua y el saneamiento antes del «Gran Hedor»

Se sabe que desde 1582 el holandés Peter Morice había alquilado el arco norte del puente de Londres, y dentro del arco había construido una rueda hidráulica que bombeaba agua del Támesis a varios lugares de la ciudad. Se agregaron más ruedas hidráulicas en 1584 y 1701, y permanecieron en uso hasta 1822. Hasta finales del siglo XVI, el suministro de agua de los londinenses dependía de su gran río, de sus afluentes y de pozos poco profundos. Como el agua era extraída ilegalmente para fines comerciales e industriales, las autoridades municipales nombraron guardianes para los conductos, quienes debían asegurar que usuarios como cerveceros, cocineros o vendedores de pescado pagaran por el agua que utilizaban.

Los londinenses acaudalados que vivían en las proximidades de un conducto obtenían un permiso para una conexión domiciliaria, pero esto no previno las conexiones ilegales. Por el contrario, y particularmente para los hogares que no poseían una toma de alimentación por gravedad del agua desde los conductos, esta era suministrada individualmente a los domicilios por los llamados “aguadores” (cobs).

Respecto del saneamiento, hay que señalar que desde 1815 se permitió que los desechos domésticos fueran llevados a través de las escasas alcantarillas hacia el río Támesis, con lo que durante siete años los desperdicios humanos fueron arrojados hacia el río y luego potencialmente bombeados de nuevo a los hogares para beber, cocinar y bañarse. A falta de alcantarillado, antes del “Gran Hedor” la solución de los desechos la daban alrededor de 200 000 pozos negros.4 Brevemente recordará que esta construcción: es una excavación en el terreno en forma de pozo que recibe las aguas negras, la parte liquida se filtra al fondo del terreno y la parte solida queda retenida hasta que se descompone por efecto bacteriano. La profundidad máxima del pozo negro está determinada por el nivel freático. Si el pozo llega a este nivel, lo contamina. Vaciar un pozo negro costaba en aquellos años, un chelín, precio que el londinense medio no podía costear. Como resultado la mayoría de los pozos negros se convertían en fuentes de hedor.

El problema de los pozos se aceleró con la introducción de inodoros para reemplazar las bacinillas que la mayoría de los londinenses utilizaba. Esto incrementó en gran medida el volumen de agua y desperdicios vertidos en los pozos negros. Con frecuencia, éstos rebosaban hacia los desagües de las calles, originalmente diseñados para recoger solo el agua de la lluvia, transportando así vertidos procedentes de las fábricas, mataderos y otras actividades, contaminando la ciudad antes de descargar en el río Támesis.

[4] Pozo negro o pozo ciego: A partir del siglo xix la legislación de Distintos países impuso limitaciones a la construcción de estos pozos, su uso fue restringido a zonas sin alcantarillado. 

El “Gran Hedor” o la “Gran Peste”, “Great Stink” o “Big Stink”: El verano de 1858

Fue durante el verano de 1855 cuando el olor de residuos humanos no tratados y vertidos al río Támesis fue muy penetrante en el área central de la ciudad de Londres. El clima agravó aún más las cosas. Ese verano fue inusualmente cálido. El Támesis y muchos de sus tributarios urbanos fueron desbordados con desechos y el calor propicio para que las bacterias prosperaran, y como resultado de esto el olor fue tan abrumador que incluso afectó el trabajo de la Cámara de los Comunes (que adoptaron la medida de embeber las cortinas en cloruro de calcio y consideraron trasladarse río arriba, a Hampton Court) y los tribunales de justicia (que planearon evacuarse a Oxford y St Albans). Finalmente, unas fuertes lluvias terminaron con el calor y la humedad del verano y la crisis terminó rápidamente. Como quiera, la Cámara de los Comunes seleccionó un comité especial para que elaborase un informe sobre el “Gran Hedor” y recomendase cómo poner fin al problema.

Ahora es el momento en el cual aparece la figura del segundo de ustedes a quien también dirijo esta misiva, el ilustre don Joseph William Bazalgette. Como usted recordará, en 1848 se unificaron varios organismos locales encargados de las redes de alcantarillado y se estableció la “Comisión Metropolitana de Alcantarillas” que habría revisado el anticuado sistema londinense de alcantarillado y había comenzado a eliminar pozos negros, un objetivo que sería más tarde acelerado por el “Gran Hedor”. Tal Comisión fue reemplazada en 1855 por la “Metropolitan Board of Works” (Junta Metropolitana de Obras) que, luego de rechazar muchos proyectos para implementar el alcantarillado para la “reducción misericordiosa de la epidemia que asoló la metrópoli”, aceptó finalmente en 1859 un proyecto de alcantarillado propuesto por, usted, como jefe de ingenieros de ese organismo. La intención de este oneroso proyecto fue la de resolver la epidemia de cólera mediante la eliminación del hedor que todavía se creía que lo causaba. Así, durante los siguientes seis años se crearon los elementos principales del sistema de alcantarillado de Londres y el “Gran Hedor” pasó a la historia. Y, como una consecuencia imprevista, el suministro de agua dejó de estar contaminado, lo que también resolvió el problema de la epidemia de cólera.

No quisiera dejar de mencionar, que a usted se le adelantó en varios años, en el plan de alcantarillado en las dos márgenes del Támesis, el pintor John Martin quien en 1834 trabajó en varios proyectos de mejora en Londres, y publicó varios folletos y planes que trataban sobre el suministro de agua metropolitano, el alcantarillado, el puerto y el sistema ferroviario.

Permítame, ingeniero Bazalgette, algunas palabras sobre su figura: Nació en Londres el 28 de marzo de 1819 y falleció el 15 de mismo mes de 1891, fue hijo de un capitán de la Marina Real británica, y nieto de un inmigrante hugonote francés. Comenzó su carrera de ingeniero trabajando en proyectos de ferrocarriles donde adquirió experiencia en drenaje de la tierra. En 1845 se involucró en la expansión de la red del ferrocarril, trabajando tan duro que sufrió un shock nervioso. Bazalgette fue designado como ingeniero de la Comisión Metropolitana de Alcantarillado en 1852 y en tanto se recobraba de su enfermedad, la Comisión ordenó que todos los pozos ciegos fueran cerrados y los desagües conectados al alcantarillado, para arrojar así las aguas negras al río Támesis. Para 1856, usted fue designado como ingeniero principal de la Junta Metropolitana de Obras Públicas de Londres y tuvo la oportunidad de contribuir con su plan a la mejora del alcantarillado. Poco después, en 1858, cuando el “Gran Hedor” el Parlamento autorizó, a pesar del costo colosal de su proyecto. Consistió éste en reconstruir el sistema de alcantarillado de Londres a fin de que se pusiera en marcha. La expectativa era que aquellas alcantarillas cerradas eliminarían “el miasma”, considerado el causante de la incidencia de aquellos dos periodos de cólera el de 1848-1849 que mató 14, 137 londinenses y el de 1853 que cegó la vida de 10, 738 personas.

Usted recordará que la opinión médica en aquel tiempo sostenía que el cólera era causado por el aire fétido: el supuesto “miasma”, a pesar de que, como hemos visto, unos años antes John Snow, había ya formulado que el cólera se originaba en el agua contaminada; aunque su opinión no fue tomada en cuenta entonces.

Quisiera recordar e informar que, en esos días, el Támesis era poco más que una alcantarilla abierta, un peligro para la salud. La solución de usted era construir 83 millas (134 kilómetros) de alcantarillas principales subterráneas de ladrillo para interceptar salidas de aguas residuales, y otras 1,100 millas (1,800 kilómetros) de alcantarillas de la calle para interceptar las aguas residuales crudas que hasta entonces fluían libremente por las calles y las carreteras de Londres. Instalaciones de tratamiento de aguas residuales extensas fueron construidas sólo décadas más tarde. El sistema fue inaugurado por el príncipe de Gales en 1865, aunque el proyecto entero en realidad no fuera completado hasta otros diez años más tarde.

La previsión de usted, eminente ingeniero, puede ser vista en el diámetro que le dio a las alcantarillas. En la planificación de la red tomó como cálculo el de la población más densa, otorgó a cada persona la concesión más generosa de producción de aguas residuales y calculó un diámetro de tubo necesario. Usted estimó que “siempre hay imprevistos”, y duplicó el diámetro de los tubos. Si hubiera usado su diámetro de tubo original, más pequeño, la alcantarilla se habría desbordado en los años 1960. Prueba de su gran acierto calculista es que el alcantarillado se sigue utilizando hoy en día.

Para distinguirlo, ingeniero Bazalgette, el Parlamento lo designó “Sir” en 1875, y presidente de la Institución de Ingenieros civiles en 1883. Sus últimos años los vivió, primero al norte de Londres y más tarde se mudó a Wimbledon, donde murió en 1891, a los 71 años. Un monumento formal sobre la orilla del Terraplén Victoria en el centro de Londres, conmemora su genio y lo recuerdo para todas las generaciones que le deben gran parte del saneamiento de la gran urbe con el inicio de la limpieza del río Támesis, medida fundamental para poner fin a las continuas epidemias de cólera que asolaban a los barrios de la capital inglesa.

A pesar de que el nuevo sistema de alcantarillado estaba funcionado, y el suministro de agua gradualmente mejoraba, esto no impidió una posterior epidemia en la década de 1860, especialmente en el este de Londres. Pero una investigación forense en 1867, demostró que el contaminado río Lea estaba entrando en los embalses de la East London Water Company, y era el causante de la epidemia. La transmisión a través del agua estaba ahora probada sin duda, y la eliminación de la fuente de contaminación resolvió esta última epidemia de cólera en la capital.

Para finalizar y concluir, muy distinguidos señores, médico Snow e ingeniero Bezalgette quiero expresarles que las acciones de ustedes durante aquellos años me parecen particularmente relevantes por innumerables razones que no acabaría yo aquí de enumerar. Su proyecto logró llevarse al cabo pese las monumentales, difíciles y costosas acciones que se desprendían de los hallazgos de Snow.

Por ello merece todo nuestro respeto usted doctor Snow que supo encontrar en la contaminación del agua local, el origen de la pandemia. Es usted un ejemplo a seguir de profesionales que utilizan sus conocimientos al servicio de sus congéneres.

Pero como sucede casi siempre, no basta con saber el origen o la causa de los problemas, hay que diseñar y ejecutar su solución. En nuestro caso, ésta era, en síntesis, la reconstrucción o, mejor dicho, la construcción de la red de drenaje de una metrópoli millonaria crecida desmesuradamente. Clausurar el libre desagüe de los desechos que sin obstáculo alguno bajaban por las calles hasta el Támesis, entubarlos y llevarlos a dos líneas principales paralelas a lo largo del Támesis que irían a descargar aguas abajo, fue la gran labor de usted ingeniero Bazalgette.

La creación de la red fue no solamente una solución en materia sanitaria sino también un triunfo frente a la burocracia que no deseaba emplear recursos en proyectos de elevado costo. Sin duda, aceleraron la toma de decisiones respecto del proyecto de Balzagette el fresco descubrimiento de Snow acerca de la peligrosidad de las aguas del Támesis y del subsuelo contaminados, así como el verano de 1858, cuyo calor generó lo que se conoce como el “Gran Hedor” londinense durante el cual el olor de residuos humanos no tratados y vertidos al río Támesis fue muy penetrante en el área central de la ciudad de Londres.

Finalizo mi epístola al afirmar que es lógico, o parece serlo, que muchas de las características del llamado urbanismo modernos respondan a un pasado inmediato de lucha contra las pandemias de tuberculosis y cólera que asolaron Europa durante los siglos XVIII y principios del XIX.  Hoy nos parece natural que las actuales administraciones urbanas estén atentas al buen funcionamiento de las redes de abastecimiento de agua y a las redes de desalojo de desechos urbanos.

En cualquier caso, la red sanitaria londinense fue un ejemplo vivo para muchas ciudades del globo que, beneficiarias de la “Revolución industrial”, del siglo XIX crecieron enormemente y se volvieron millonarias en habitantes, a las que hoy llamamos metrópolis.

Sabemos que sólo unos años antes de los acontecimientos narrados aquí, la ciudad de Londres había alcanzado el millón de habitantes, es decir, se había convertido en la primera metrópoli del globo a la cual seguirían casi un centenar a lo largo del siglo xix. Hoy, numerosas ciudades del globo son millonarias en habitantes. En su crecimiento, como Londres en 1810, se han extendido o montado por sobre otras circunscripciones vecinas, de modo que casi todas ellas son hoy ciudades multi-jurisdiccionales. Esta particular situación ha hecho que muchas de ellas, como Londres en el siglo XIX que creó entonces un cuerpo de policía no de la ciudad, sino metropolitano y poco después una oficina metropolitana de obras públicas, han creado organismos metropolitanos con competencia multi-jurisdiccional.

Por ello, no es extraño que su particular proyecto fuese aprobado y ejecutado por la “Metropolitan Public Works”. Por sus características, era claro que su proyecto era de carácter metropolitano.

Por lo anterior, quienes vivimos hoy en alguna metrópoli de globo, vemos con admiración y cierta envidia que desde aquellos años ya existía conciencia metropolitana, conciencia que a veces extrañamos hoy por estos rumbos.

Hoy es claro y nadie oculta o duda de que el origen del cólera que mataba a la población londinense era la falta de sanidad y la descuidada contaminación de aguas que bebían del Támesis

Debemos tomar ejemplo del caso que Sir Joseph Balzagette y Sir John Snow ayudaron a resolver, tomar conciencia de ello y exigir que hoy nuestros ríos y lagos dejen de ser contaminados por los desechos y las aguas residuales vertidas en ellos a ciencia y paciencia de autoridades que ignoran elementales reglas de sanidad urbana.

Lamentablemente este hecho se repite a escala global y se nos ha mostrado que nuestros mares océanos son hoy depósitos de desechos plásticos. Espero que no tenga que amenazarnos una epidemia de cólera o una ni siquiera imaginada, para que sociedad y autoridades hagamos lo conducente

Reciban ustedes, distinguidísimo funcionario público londinense, y excelentísimo médico mi admiración y respeto a casi dos siglos de distancia. 

Jesús Tamayo, arquitecto y M.D.U.

Cholula de Rivadavia, Puebla, 31 de agosto del 2020

Un comentario en “Muy Honorables Sir Joseph W. Bazalgette y Sir John Snow

  1. Una reflexión histórica sobre saneamiento urbano – proveniente de Jesús Tamayo, arquitecto y eco-urbanista con visión global – que, como era de esperarse, es fabulosa y muy a la orden – con la razón estructural de «no respeto a la naturaleza», con la pandemia a la que actualmente nos enfrentamos en la actualidad. Como, es de esperarse, coadyuvara con otras aportaciones sobre el tema, a qué la denominada «nueva normalidad post-pandemia» camine dentro de un rumbo exitoso.

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